Capítulo 3

Nicolas, Angela y yo, nos encontramos parados frente a la doctora Olivia y el nuevo voluntario, nada más y nada menos que Jonas Williams.

Nos habían avisado que seríamos sus tutores ante el juzgado, porque el tipo está aquí cumpliendo condena, haciendo tareas comunitarias. Solo que jamás me hubiera imaginado que el mundo es tan pequeño, él es uno de los amigos del tal Aron, lo reconocimos al instante con Nicolas; nunca podría olvidar cómo se reía divertido de la situación esa noche que su amigo y mi amigo se agarraron a las trompadas.

Apenas Olivia se retira de la sala de descanso, Jonas comienza a mostrar la hilacha, tiene un carácter y un temperamento de porquería: es soberbio y altanero; no le gusta aceptar órdenes de nadie; nos ha tratado a Angela, Nicolas y a mí como si fuéramos menos que nada. Típico de cualquier niño rico caprichoso que hace lo que se le da la gana.

Camino con él por los pasillos y los puestos de enfermería mientras reviso algunas carpetas con los datos de pacientes y le presento a parte del personal, charlo con él como puedo.

—Lo bueno de esto, es que ya cursaste un año de medicina —le digo—. Eras bueno, por lo que sé. ¿Por qué lo dejaste?

—¿Por qué preguntas? —me apunta desafiante.

—Una respuesta con otra pregunta —comento soltando un suspiro—. Simplemente deberías haber dicho “no es lo mío” o “me di cuenta de que no me gustaba” —y le insisto—. ¿Por qué lo dejaste?

 —Porque me di cuenta de que la muerte no tiene solución.

Lo observo en silencio unos segundos., él no se inmuta siquiera ante la palabra “muerte”, parece esperarla, como si la vida solo fuera un trascurrir sin sentido; este tipo está complicado en serio porque en sus ojos veo sarcasmo y arrogancia. Me pregunto si merece realmente estar donde está, aquí, con tanta gente que lucha por vivir, más cuando termina por decir:

—¿Qué sentido tiene curar y sanar si la muerte llega igual? Todos morimos. Fin del asunto.

Cruzando sus brazos, sonríe, mientras aprieta sus labios y endurece su mandíbula. Está claramente a la defensiva.

—Será un trabajo duro. —sentencio para mí misma.

Al final del día, la doctora Johnson me llama. Olivia es una buena amiga, pero dentro del trabajo siempre nos tratamos formalmente, no es idea de ella, sino mía, si fuera por Olivia, ella sería la mejor amiga de medio mundo.

—Me llamaste. —le digo entrando en su consultorio.

—Sí, mi señorita. Ven, siéntate, quería saber cómo te fue con Jonas.

Me desplomo en la silla, suspiro con toda el alma y le confieso:

—De la patada.

—Oye, Emily —me reta frunciendo el entrecejo—. ¿Dónde quedó la enfermera más optimista y vital de todo el Hospital?

—¡No me vengas con tus halagos! ¡Este tipo me saca de quicio! —le reclamo y a la vez le suplico—. Olivia ¡Aquí se trabaja! ¡Tengo gente que atender de verdad!

—Y él es un enfermo que hay que curar.

—¿Por qué insistes tanto con él?

Se queda callada unos segundos más de lo normal y luego se pone seria, por lo que yo termino de darle mi parecer.

—Me dijo que la muerte no tiene solución —le cuento molesta—. Eso me enoja mucho, que ande una persona así en medio de los pacientes… ¡No me gusta! Ellos lo que menos necesitan es a alguien con ese pensamiento tan desalentador.

—Pero me contaron que él ha puesto a Grace de buen humor —me clava con una sonrisa—. Y que Emma, después de verlo, ha hablado.

—Suerte de principiante. Quizá tenga chispa…

—Confío en tu capacidad de contagiarle tu alegría y mostrarle con tu ejemplo que no importa qué tan dura sea la vida, porque, como dice la gran enfermera Emily White…

—¡Ser feliz es tu decisión! —gritamos las dos al mismo tiempo y nos reímos.

Olivia aplaude y se le nota contenta porque ya me tiene lista para el desafío, lo sabe, por eso me dice:

—Yo sé que lo vas a contagiar. Yo sé que Jonas va a aprender mucho de ti, Emily.

—Oye, Olivia —me le burlo—, no quepo en esta silla de lo ancha de orgullo que me siento de mí misma con las cosas que dices.

Mis amigos saben de mi vida, yo no tengo problema en contarles que he perdido a mis padres de forma trágica, de alguna manera, compartir el dolor ha hecho que se vaya. Todo sufrimiento quedó opacado por el amor recibido por parte de mis abuelos y el apoyo incondicional de mi mejor amigo, Nicolas.

Creo que ser enfermera compensa cualquier horror ante esa experiencia cercana con la muerte. Apenas con doce años he visto cómo la policía sacaba de casa los cuerpos de mis padres en bolsas negras; ahí supe lo que era la muerte, pero también a los doce años hubo un acontecimiento existencial que borró todo lo malo: mi primer beso. Ese es mi secreto.

Cuando creí que iba a perder las ganas de sonreír porque me sentía sola en el mundo, ese beso me llenó de alegría. Todo se hizo bueno de nuevo porque me habían dicho que yo era “bonita” a los gritos. Algo tan tonto para cualquiera, resultó ser mágico en mi vida.

No había nada que yo pudiera hacer para traer a mis padres de vuelta, ellos se habían ido de manera definitiva, pero pude entender que ellos no hubieran querido que yo me sumiera en la tristeza y la soledad, el sol seguiría saliendo cada día, aunque ellos no estuvieran, y yo tenía que aprender a vivir con eso y volver a sonreír.

Cuando fui creciendo, entendí que tenía dos opciones: enojarme con el mundo y vivir llena de odio o decidir salir adelante y ser feliz a pesar de todo. Así que me decidí por ser feliz. Igual, tengo que admitir que siempre ha quedado una espina clavada en mi corazón, la injusticia de saber que jamás encontraron a los asesinos de mis padres.

—Su mamá murió cuando era un niño más pequeño que tú. —me comenta Olivia.

—¿Por qué me lo dices?

—Su papá no es la persona más paternal del mundo que digamos…

—¿Por qué me lo dices? —insisto.

—Al parecer, en la vida él se ha encontrado con gente no muy buena en su camino…

—Ya —le digo levantando mi mano para frenarla—. Como si fuera inocente, estoy segura de que, si Jonas andaba en malas compañías, él era el líder. Es tan soberbio que dudo mucho que se deje manipular por alguien. No me causa lástima, la verdad.

Olivia se ríe y no me discute, así que concluyo que tengo la razón, pero al final le doy gusto con lo que ella quiere escuchar.

—Prometo hacer lo posible para ayudar a que Jonas se convierta en un tipo decente.

Olivia me llena de besos y abrazos, y yo me siento orgullosa de mí. ¿Para qué mentir? Soy la mejor revitalizando a las personas y contagiándoles una chispa de alegría y esperanza, por eso me quieren tanto y soy la estrella del hospital.

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—¿Salimos esta noche? —me pregunta Angela cuando me estoy yendo.

—No, Angie —respondo—. Hoy me toca trabajar fuera.

—¡Emily! ¡Vas a caer molida! ¡Deja de una vez esos trabajos de medio tiempo! ¡Eres enfermera!

—¡Quiero cambiar el auto! Ya te dije.

—Pídele a tus abuelos.

—Como si fuera una inútil —le digo haciendo pucheros, porque me gustaría pedirles ayuda, pero me da vergüenza—. Además, ya sabes que no me gusta abusar…

—¡Pero eres una profesional! —me reclama mi amiga sin hacer que cambie de opinión.

Yo trabajaba como camarera cuando estudiaba, mi supervisor, en ese entonces, ahora es dueño de un bar y organizador de eventos. Me llama cuando hay que cubrir al personal en cualquier fiesta o en su mismo negocio y a mí me sirve ese ingreso extra.

Camino en dirección al estacionamiento del hospital y me detengo un momento porque algo llama mi atención. En un banco del jardín, Emma habla con… Jonas.

Tengo miedo de que el tipo se esté portando mal con ella y decido acercarme unos pasos. Jonas sonríe y está atento a cada gesto y palabra de ella. Emma está haciendo ejercicio con una pelota en sus manos, esta se le escapa y Jonas sale corriendo a atraparla para dejarla de nuevo en la falda de Emma. En fin, quizá este sea el inicio del cambio en él.

De pronto, la imagen de Jonas con el tipo de dos metros de esa noche viene como un rayo a mi mente. «Si ellos dos son amigos, ¿serán iguales?» pienso y sacudo mi cabeza de esos pensamientos inútiles porque de nada me sirve recordar a ese hombre, mejor me subo al auto y conduzco a mi trabajo de medio tiempo.

Entro al Gitana Lounge Bar, es un club muy exclusivo, cuando no trabajo, tenemos pase libre con Nicolas y Angela porque cantamos, adueñándonos del pequeño escenario junto a la pista de baile.

Todo está como siempre, delicadamente iluminado, los focos tenues se centran en las mesas y apenas en la barra. La gente se distiende y gusta del lugar, no solo por los platos exquisitos y los buenos tragos, sino también por el ambiente tranquilo y, cuando se da la oportunidad, la música en vivo.

Camino en dirección al vestidor, saludando a mis compañeros, pero entonces, veo pasar a una de mis compañeras secándose unas lágrimas que le caen a chorros de los ojos a la vez que escucho unas carcajadas horribles provenientes de un compartimento privado, de donde ella ha salido. Me vuelvo al barman y pregunto:

—¿Qué demonios ocurre? 

—Niños ricos —me dice él con cara de asco, mientras me sirve un trago—. Amigos del dueño. No han dejado de burlarse, de molestar e insinuarse asquerosamente a cada una de nuestras camareras. Son unos idiotas…

—¿A Jenna también? —murmuro sorprendida. 

—La han estado jodiendo toda la noche sin parar. Pobre chica…  

Me voy al vestidor y veo a Jenna llorando sin freno; me acerco y, apenas me ve, mi niña se me abalanza como buscando consuelo, es demasiado joven e inocente, siempre la tratamos como nuestra bebé, no es justo que deba pasar por estas situaciones. 

—Emily —gime descontrolada—. Esos cerdos me agarraron el trasero… No quiero volver ahí…  

—¡Jenna, Emily! —grita el encargado—. ¡Las mesas esperan!

Ni siquiera ve lo que le pasa a la pobre chica y se va el indolente. Yo no tengo más que hacer que sufrir con la niña que no da más de soportar esa situación denigrante. Entonces, me lleno de valor y le digo:

—Déjame esa mesa a mí, tú sigue con las mías…

—¡¿Qué?! —dice Jenna sin creerse lo que le ofrezco. Ni yo me la creo, la verdad, pero al menos sé que yo puedo hacerles frente a esos animales.

—Atiende el resto, yo me encargo de esa gente de m****a. —le digo como si nada.

—No —dice sacudiendo la cabeza mientras se seca las lágrimas—. No puedo dejarte que lo hagas. ¡Te van a querer violar! Son unos cerdos, Mily, si hacen lo que hacen conmigo apenas empezando la noche, no quiero imaginarme lo que van a querer hacerte a ti cuando ya estén ebrios.

—¡Que se atrevan! —y dándole unas palmaditas en el hombro, agrego—: Yo me cuido bien, nena, no te preocupes. 

Jenna suspira, asiente y se me lanza a los brazos con una mirada de gratitud. Termino de vestirme rápido y me lleno de valor, poniéndome una máscara de paciencia con una preciosa sonrisa y, como si nada, me voy para el sector de esos inadaptados. Respiro profundo y agarro la bandeja llena de bebidas que habían pedido.

Entro al compartimento y me encuentro con tres tipos y cuatro chicas sentados en los sillones. Están vestidos con ropa exclusiva, tienen cadenas de oro y relojes terriblemente caros, lo que me hace ver que sí, son “niños ricos”. Dos de ellos están pasados de revoluciones junto a las mujeres que les dan con todos los gustos; hasta el vaso en la boca le ponen a los tipos para que tomen sus bebidas. Qué asco.

El más joven de los tres los mira serio y de mal humor, cruzado de brazos. Me sorprende que, siendo el menor, pareciera ser el más centrado y maduro. 

—Ya era hora. —me reclama uno de los revoltosos de mala gana.

—Lamento la demora. —me disculpo y sonrío mientras dejo todo en una mesa redonda dispuesta en el centro.

—¿Qué pasó con la chica de antes? —pregunta el que está con cara de pocos amigos. 

—Ahora les serviré yo —explico mientras sigo con lo mío—. Mi compañera no se sentía bien.

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