Capítulo 2

Me acerco a la barra y pido un agua para calmar la ansiedad. No estoy dispuesta a tomar nada de alcohol porque soy blanda con la bebida y nunca me avergoncé de reconocerlo. Además, mañana tengo turno temprano y soy muy responsable con mi trabajo, al que amo con el alma.

—¿Bailas, preciosa? —me pregunta alguien.

—No, estoy esperando a mi novio. —digo sonriendo y tomo un sorbo de mi agua.

—Qué pena. —se lamenta el tipo y se va.

Detesto la situación en la que me ha puesto mi amigo, no sé cuántos me quieren llevar de aquí. No me avergüenza admitir que soy atractiva, sería hipócrita negarlo, la genética que me heredaron mis padres coincide a la perfección con los estándares de belleza socialmente aceptados en este país: soy rubia, de ojos azules, delgada y de estatura media; no es un mérito mío, en realidad, yo no hice nada para ser como soy, simplemente son los genes mezclados de mis padres, así que no puedo vanagloriarme por ser bonita ni menospreciar lo que la vida me ha dado.

Pero, volviendo al punto, mañana tengo que trabajar, así que debo mantener la cordura y tomar tranquila mi agua. Hay muchas locuras que podría estar dispuesta a cometer, emborracharme en un lugar lleno de extraños y faltar a mi trabajo, no es una de esas.

Otros dos tipos se me arriman, pero yo no muestro ningún interés, nada me atrae, nada me intriga, nada me hace querer seguir estando en este maldito lugar lleno de gente rica y presumida.

Nada… Hasta que lo veo…

Allí, en medio de la gente, él se eleva único y soberbio con su sonrisa espléndida, con sus labios carnosos, con su figura fornida y fibrosa, con sus cabellos negros revueltos. Jamás había visto a alguien tan soberanamente delicioso en su desorden, porque él está metido en su mundo.

Tiene una camisa blanca, ajustada y con los primeros botones abiertos, que no hace más que dejar al descubierto esa figura preciosa y ese torso bien trabajado, con sus abdominales furiosamente marcados. Su pantalón negro con unas cadenas que cuelgan me muestra la rebeldía y el desinterés que le da el verse bien o mal. Porque él sabe que es guapísimo.

Yo solo lo miro, me deleito observando cómo se ríe de todos. Debe ser majestuoso saberse superior e independiente de todos los problemas del mundo.

Mi boca se curva levemente de un lado y me doy cuenta de que imito su gesto, más cuando él se lame los labios, tomando el aire del que es dueño, porque parece ser el dueño de ese universo. Veo que sus labios se mueven y sé que canta solo siguiendo la letra de la canción. Yo le sigo los labios y canto también sin darme cuenta.

Jamás me había sentido así, tan malditamente atraída por un desconocido en toda mi vida. Creo que ese endemoniado tema que suena, se está apoderando de mi conciencia.

Gustosamente le daría un lengüetazo a ese cuello blanco y sudado que gotea masculinidad y yo quisiera probarlo. Nunca me había sucedido el tener la apremiante necesidad de poseer a alguien o, mejor dicho, que alguien me posea a mí. Solo un encuentro. Solo una noche. Solo algo para saborear esa indescriptible sensación de libertad que transmite este hombre y que me deja extasiada con el poder que parece desprender por sus poros.

Él mueve sus brazos sin sentido, las luces parecen estrellas bailando por su cuerpo en medio de la penumbra. Gira sobre sí mismo mientras la música suena y todos lo miran. Él sabe que los conquista con solo estar ahí, solo por existir.

Sus brazos musculosos y en apariencia fuertes, hacen que me pregunte cómo agarran, cómo amarran, cómo abrazan. Este hombre podría hacer lo que quisiera conmigo, si notara mi existencia, claro, porque de pronto me siento nada ante él. Él es el soberano en este mundo de seducción y yo… Yo no soy más que una enfermera que mañana tiene que levantarse temprano para ir a trabajar.

Ahí está mi realidad. Mientras yo quiero salvar el mundo, este tipo debe destruirlo, así que, orgullosa de mí misma, elevo mi mentón y sigo metida en lo mío, es decir, en esperar a que Nicolas arregle su tema con ese tal Aron.

Un chico alto y delgado choca conmigo y, sin siquiera mirarme, pega un grito que me aturde.

—¡Jonas! ¡Maldición, apúrate que se están matando!

—¡Ya voy, m*****a sea! —grita el tal Jonas, tratando de abrirse paso entre la multitud.

De repente, veo que medio mundo se gira para el mismo lado. Yo también soy algo curiosa y me volteo para ver a dónde se dirigen los ojos y escucho que grita un tipo iracundo y loco.

—¡Hijo de puta! ¡Me las vas a pagar!

El que ha gritado es amarrado desde atrás por alguien que los quiere frenar y cuando veo al que ha sido insultado me quiero morir.

—¡Nicolas! —grito con toda la potencia de mi garganta.

Pero nadie me escucha porque la música sigue sonando, hay gente que sigue bailando y otra que me impide el paso para llegar hasta dónde está mi amigo. Encima, Nicolas tiene ganas de seguirla, porque se le escapa de los brazos a quien lo sostenía y se le tira con todo a quien asumo que es Aron. Si su idea de arreglar la situación era esta, pues ya se esfumó.

—¡Termina de una vez! —le grita uno que lo agarra.

—¡Déjame terminar entonces! —exclama Nicolas sacado de la bronca—. ¡Te voy a matar!

—¡Yo primero! —grita Aron.

No sé cómo demonios he hecho para llegar hasta ahí. Tengo que frenar a mi amigo, pues así como es una seda y un peluche andante, también puede ser el más diabólico cuando se lo propone y no querría ser su enemigo en esos momentos. Aron no tiene idea de con quién se ha metido.

—¡Basta, Nicolas! —rujo rabiosa.

—¡Él comenzó todo! —protesta indicando con su cabeza a Aron, mientras veo que dos tipos lo sostienen de los costados.

—¡Suéltenlo! —les ordeno, porque, a pesar de todo, es mi amigo y yo no voy a permitir que nadie le haga daño. Bueno, él está intacto, el otro es el que está desfigurado, pero es mi amigo y punto.

Los niños ricos no me hacen caso, todo lo contrario, se me ríen en la cara; parece que ni siquiera piensan moverse y yo ya me les quiero tirar encima. Así que, molesta, viendo la odiosa sonrisa de uno, le grito con todas mis fuerzas.

—¡¿Y tú de qué te ríes, idiota?! ¡Suelten a Nicolas!

—Oye, bonita… Tranquila. Solo queremos terminar de una vez con esto y que la fiesta siga.

Me ha dicho “bonita”. Juro que mi cuerpo se estremece, como si una corriente eléctrica me atravesara de punta a punta, mis mejillas arden de calor, apenas si me animo a mirarlo de reojo, pero puedo notar su camisa blanca entreabierta, su torso a la vista y sus pantalones negros con cadenas que brillan.

Es el mismo tipo que bailaba solo y me tenía idiotizada hace unos minutos.

Su voz es grave y profunda, su sonrisa es desquiciada por momentos, divertida y hasta erótica.

Yo hago como que estoy en lo mío, aunque estoy caliente en serio, pero no dejo de percibir su presencia, me está mirando, lo sé, y yo lo ignoro. Estoy demasiado avergonzada al recordar lo que pensé y todo lo que me habría gustado que me hiciera mientras lo vi bailar. Así que, no me queda más remedio que hacerme la dura y gritar.

—¡Te dije, Nicolas, que no debíamos venir!

—¡Qué sabía yo que me lo iba a encontrar aquí! —responde el caradura, cuando vino para encontrárselo justamente.

Estamos en una situación bastante pesada. Nicolas vino a trompearse con el mejor amigo del anfitrión, así que no nos queda de otra más que aceptar que diplomáticamente nos dirijan a la salida. Y yo estoy iracunda, porque los dos tipos que amarraron a mi amigo no lo sueltan un segundo, hasta que llegamos al umbral del apartamento, ya alejados del resto de los invitados.

—¡¿Pueden soltarme ya?! —grita Nicolas estando en la puerta de ingreso—. ¡¿Por favor?! ¡Ya entendí!

—Está bien. —dice el de la camisa blanca, con desconfianza.

—Gracias. —agrega Nicolas arreglándose la ropa como si nada y completamente tranquilo.

Yo me enervo al verlo así, porque me ha traído a sufrir esta situación de m****a y encima hace como si nada hubiera pasado, cuando sé que por dentro se le está partiendo el corazón en mil pedazos. Por eso, lo reto furiosa.

—¡Sabías que iba a estar aquí! ¡No mientas!

—Oye, bonita —me vuelve a decir este hombre y yo me derrito por dentro porque noto su altura terrible, como si me cubriera por completo—. Tranquila. Tu amigo se las arregló bien.

De nuevo me ha dicho “bonita”. ¿A cuántas les dirá lo mismo? A todas de seguro, porque debe estar acostumbrado a que las mujeres se babeen a su alrededor, teniendo en cuenta que cuando bailaba solo, las chicas que estaban cerca se le refregaban como si nada. Esa visión ya me enojó, así que, como no quiero ser una más del montón en la vida de nadie, le grito para que le quede claro.

—¡No te metas en nuestros asuntos! —Y dirigiéndome a Nicolas le ordeno—: Vamos a casa.

—Oye, no exageres —me dice el desgraciado que se va a comer un golpazo por faltarme así el respeto, más cuando se hace el tranquilo dirigiéndose a esos dos—. Chicos, gracias por rescatar a su amigo, ya me estaba aburriendo del debilucho ese. Mucho fuego por la boca y un témpano en acción.

—Oye —le reclama el más bajo—. Cuida tus palabras, peque, hablas de nuestro amigo, él nunca pelea. ¿Qué m****a le hiciste?

—A él nada, pero a su novia o, mejor dicho,  exnovia… —dice Nicolas y sonríe diabólicamente haciéndose el superado—. De todo.

Sí. Al llegar a casa lo voy a partir en pedacitos, este se me está haciendo el fuerte, teniendo en cuenta que abusaron de él, está quedando como el macho número uno cuando en realidad anda llorando como condenado, enamorado del tipo que además de ser hetero, es “cornudo” gracias a él.

—¡Un momento! —interrumpe el alto—. ¿Tú eres… ? ¡Mierda! —exclama y yo ya creo que lo va a trompear.

—¡¿Qué?! —dice Nicolas y se le para en frente—. ¿Quieres continuar lo que empecé allá adentro?

Me dieron ganas de reírme, Nicolas apenas si le llega al hombro al otro chico y ya lo quiere agarrar. Igual, yo apostaría por mi amigo, así que tengo que frenar esto de una vez.

—Oye, Nicolas. Vamos a casa —le suplico—. Por favor, estoy cansada y mañana trabajo.

—Emily, ¿por qué siempre tienes que ser tan aguafiestas? —me reclama—. ¡No hubieras venido!

—¡Yo no quería venir! —le recuerdo a los gritos—. ¡Me arrastraste, imbécil! —y le doy un golpe que se lo tenía guardado.

—Tienes razón —acepta Nicolas y agacha la cabeza arrepentido haciendo un puchero—. Vamos a casa.

Y eso hacemos. Caminamos unos pasos y escucho esa voz grave que grita.

—¡Adiós, bonita!

Subimos al auto, Nicolas se queda sentado con las manos sobre el volante, pero no arranca, y yo ya sé lo que le pasa.

—Baja de ahí —le digo—. Yo conduzco.

Apenas arranco él suelta todo el llanto contenido. Yo solo puedo, de vez en cuando, darle unas palmadas en el hombro, Nicolas me preocupa y mucho, lo que está viviendo no es nada fácil.

Al llegar a su casa no hablamos, él ya se ha calmado un poco y prefiero no regañarlo, ya ha sufrido lo suficiente por una noche, solo nos acostamos a dormir. Recuerdo que dentro de cinco horas debo estar de pie en el hospital, cierro mis párpados que ya pesan del cansancio y caigo profundamente dormida.

Sin querer, solo puedo verlo a él bailar esa canción a la que le sigue la letra. Sus brazos se abren girando sobre sí mismo, tiene los ojos cerrados y mira al cielo estrellado, aunque él brilla por sí mismo, sonríe como si nada ni nadie le importara. Entonces, baja su rostro y me clava su mirada oscura, esos ojos tan familiares que he visto por primera vez se quedan fijos en mí y me dice solo dos palabras:

—Eres bonita…

No dijo nada más porque la alarma suena arrancándome de su lado y ya me tengo que ir a trabajar.

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