Capítulo 0003

Pero si Zack creía que algo en aquella empresa iba mal, su instinto se disparó cuando bajó al estacionamiento y vio a la mujer apoyada en una de las paredes. Intentaba cambiarse los zapatos de tacón por unos tenis bajos, pero las manos le temblaban.

Estuvo tentado a ir a hablarle, pero algo en él todavía se resistía a dejarse llevar por los problemas ajenos. Tenía una nueva empresa que dirigir, si quería que Andrea se sintiera mejor solo tenía que arreglar su empresa, no la vida personal de la mujer.

Finalmente la vio ajustarse el abrigo y salir al frío de la calle.

La miró desde lejos y vio que no tomaba un taxi ni un autobús, así que probablemente viviría cerca. No tenía idea de lo equivocado que estaba, porque Andrea no vivía ni remotamente cerca, simplemente no podía darse el lujo de pagar ningún tipo de transporte.

Durante cuarenta minutos la muchacha caminó en medio del frío de un invierno canadiense, y para cuando por fin llegó a su edificio ya casi estaba oscureciendo.

—Buenas tardes, señora Wilson —saludó con amabilidad a la anciana de casi setenta años que cuidaba a su hija—. ¿Cómo han pasado el día? ¿Cómo se portó mi princesa?

Andrea levantó en brazos a su hija y le dio muchos besos, abrazándola como si solo eso pudiera aliviar todo el dolor de su corazón.

—Todo ha ido muy bien, hija —le dijo la señora Wilson—. Adriana es una niña muy buena, y se ha portado como un angelito. Solo que... ya sabes... a esta hora tenemos hambre.

Andrea le sonrió con dulzura.

—No se preocupe, señora Wilson, enseguida haré de cenar.

Margaret Wilson era también una especie de ángel. No tenía familia y vivía de su jubilación, pero ya había muchas cosas para las que no tenía fuerzas. Vivía en la puerta de al lado, y cuando Andrea se había quedado sola había sido la única en ayudarla. Ahora, cuidaba a la pequeña Adriana por el día, a cambio de que Andrea la ayudara con todas las labores de la casa, así que apenas llegaba del trabajo, la muchacha se ocupaba de todo: limpiar, cocinar, lavar, hacer los mandados...

Así que Andrea se puso a hacer la cena mientras su hija daba pequeñas patadas al aire al escucharla cantar. No tenía muchos motivos para hacerlo, pero Andrea no quería que Adriana olvidara su voz por pasar tanto tiempo sin ella.

Muy pronto el pequeño departamento estaba impregnado del olor de un guiso hecho con mucho amor aunque poca carne. Después de comer se despidió de la señora Wilson y se llevó a su hija a su pequeño departamento. La renta había sido pagada por un año, así que le quedaban aun un par de meses para ver dónde viviría después.

Le dio un baño calentito a su hija y le cantó y la meció, tratando de transmitirle cualquier cosa menos aquella tristeza que le atenazaba el alma. Apenas Adriana se durmió, la acostó en su bambineto sobre el único colchón que tenía. Se lo habían regalado en la iglesia más cercana, pero no tenía cama sobre la que ponerlo así que estaba en el suelo. Sabía que ni siquiera era un hogar cómodo, pero al menos podía proveerles calor y un techo a ella y a su hija.

Revisó las cuentas de pago y trató de aguantarse las lágrimas viendo que no lograría llegar a fin de mes. Entre la factura que pagaba mensualmente del hospital y los gastos de la niña y de la casa, apenas le quedaba dinero.

—No puedo sacrificar la electricidad ni la calefacción... —murmuró—. Y menos la fórmula de Adriana y sus pañales... ¡Dios, ¿qué voy a hacer...?!

Durante un largo minuto la angustia la dominó y se permitió llorar, pero luego tomó la decisión que le pareció más lógica: tenía que comprar menos comida para ella. En la oficina había café y panecillos... podía comer eso.

Al día siguiente hizo su caminata de vuelta a la empresa, pero ni siquiera pudo llevarse la primera taza de café a los labios porque en cuanto Trembley se bajó de aquel ascensor empezó a gritarle.

—¿¡No te dije que tenías que entregarme los informes del mes pasado!? —le increpó y a Andrea casi se le cayó la taza de la mano porque se los había entregado el día anterior y él se los había lanzado a la cara—. ¡No me mires así que me voy a creer que eres más idiota de lo que ya eres, Andrea!

Andrea se quedó paralizada, pero se obligó a levantar la mirada hacia Trembley.

—Señor —dijo con voz temblorosa—, esos documentos ya los entregué ayer. Si tienen algún problema no me culpe por mi trabajo, ¡usted fue el que me dijo que quería los de este mes!

—¡Pues ahora los quiero de nuevo! —Trembley no quería escuchar nada—. ¡Así que para que no te equivoques más, hoy sacas todos los reportes del año, de todas las divisiones y punto!

—Pero... sacar todos los reportes me llevará toda la noche... —empezó a decir ella, pero Trembley ya había girado sobre sus talones para marcharse.

—Pues ese es tu problema, Andrea. Te quedas después de la hora de salida y si no puedes cumplir con tu trabajo entonces tendrás que arreglarlo como sea... o si no ve limpiando tu escritorio para que venga otra.

Andrea asintió en silencio aunque su corazón se despedazaba ante la idea de tener que quedarse más tarde. Para empezar si llegaba tarde al departamento no podría pasar tanto tiempo con su hija como ella deseaba, pero lo más odioso era que sabía por qué su jefe quería que se quedara.

Durante un largo segundo apretó los puños y se aguantó las lágrimas, repitiéndose que no podía darse el lujo de perder aquel trabajo, y apenas Trembley desapareció en su oficina, ella tomó la portátil y corrió hacia el cuarto de copias. Había siete impresoras allí, si se daba prisa quizás pudiera acabar antes de la hora de salida.

Ni siquiera se dio cuenta de que había unos ojos sagaces siguiendo la escena. Unos ojos que la vieron correr durante todo el día, y se fijaron especialmente en que ella tenía todo lo necesario para ser una buena aliada.

Zack se pasó todo el día revisando los contratos de representación de los deportistas, pero eso no era suficiente, necesitaba ir más a fondo y para eso necesitaba accesos especiales, accesos como los que tenía Andrea.

Ya pasaba del mediodía cuando se dirigió hacia el cuarto de copias, pero lo primero que vio fue a una mujer tambaleándose y tratando de llegar al suelo sin caerse.

—¡Andrea! —exclamó mientras pasaba un brazo alrededor de su cintura para sostenerla y la vio reaccionar con nerviosismo.

—¡Lo siento! ¡Lo siento! —murmuró ella tratando de agarrarse a una de las impresoras para sostenerse sola.

—Te estás desmayando, no es razón para disculparse —sentenció él con voz ronca—. ¿Están bien?

Ella apretó los labios y asintió.

—Sí... solo debe habérseme bajado el azúcar... —mintió—. Ahorita con un café se me pasa...

Pero como si su cuerpo quisiera desmentir aquella sentencia, su estómago rugió con fuerza, haciendo que ella lo mirara espantada.

—Lo siento... lo siento... esto es completamente inapropiado...

—Eso es seguro —replicó él y Andrea palideció—. Tener hambre es lo menos apropiado del mundo. Deberías escuchar cómo me pongo yo con hambre.

Y aunque no había ni el asomo de una sonrisa en su rostro, Andrea sintió que eso era una especie de... ¿empatía?

—¿Sabes qué? No conozco a nadie aquí. ¿Qué tal si te invito a comer y me explicas un poco cómo funciona esto? ¡Porque ya hace algunos años que soy representante deportivo y te juro que no entiendo esta empresa!

Andrea dudó, viendo todo el trabajo que tenía, pero también tenía demasiada hambre.

—OK... gracias.

Zack le abrió la puerta para que pasara primero y poco después se sentaban en la cafetería. Andrea trató de comer despacio, pero por suerte el hombre frente a ella no parecía particularmente delicado, así que acabaron comiendo los dos comiéndose aquellas hamburguesas como oso después de hibernación.

De repente el teléfono de Andrea comenzó a sonar y ella se disculpó, alejándose un poco, pero aun así Zack pudo escuchar de lo que hablaba.

—Lo siento, señora Wilson... ¿me puede esperar hasta las siete hoy? —le suplicó la muchacha—. Es que mi jefe quiere que me quede hasta más tarde... Ya sé... lo siento mucho, pero le aseguro que le hago la mejor cena... Sí... Gracias, señora Wilson, no tengo cómo pagarle...

Andrea colgó y a Zack no le pasó desapercibida la forma en que tragaba saliva. El almuerzo terminó con mucho agradecimiento de parte de Andrea y mucha curiosidad de parte de Zack, una que lo hizo quedarse cuando el reloj dio las cinco de la tarde.

Mientras todos se marchaban, Andrea todavía se afanaba en el cuarto de copias, intentando sacar cada reporte que se había generado en el último año. Era una completa locura, pero cuando sintió la puerta del cuarto abrirse, ya no le quedó dudas de por qué Trembley se lo había pedido.

El hombre avanzó hacia ella y Andrea hizo un gesto involuntario para alejarse.

—¡Pero qué trabajadora te has puesto, Andreíta! —dijo Trembley con una sonrisa socarrona—. ¡Si tan solo fueras tan aplicada en todo lo demás!

Andrea sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—No entiendo... —murmuró, tratando de alejarse aún más.

—Vamos, no seas tímida —dijo él acercándose—, estoy seguro de que todo este empeño que pones en el trabajo, puede rendir muchos frutos si lo pusieras en una área más... baja.

Andrea sintió como su respiración se aceleraba y su corazón latía cada vez más rápido. Tragó saliva y trató de mantenerse fuerte.

—No sé a qué se refiere —dijo ella en un tono frío y recostándose en la pared.

—¿No? —preguntó él sujetando su barbilla entre sus dedos—. Yo creo que sí, de hecho creo que podrías darle un buen empujón a tu trabajo ¡si tan solo estuvieras dispuesta!

Trembley se acercó aún más, encontrando la mirada de ella y posando su mano sobre su hombro moviéndola en un gesto sutilmente sexual.

—Creo que se está confundiendo, señor Trembley, yo estoy muy a gusto con el trabajo que tengo... no necesito más...

—Eso no me lo creo —dijo el hombre con una sonrisa cínica—. ¿Por qué te resistes? Yo puedo ayudarte a mejorar tu situación.

—¡Le dije que no quiero...!

Andrea sintió que él la tomaba del brazo con fuerza y miró desesperada hacia la puerta abierta, pensando en la posibilidad de escapar, pero cuando la presión del viejo se hizo más fuerte, aquella figura descomunal se recortó contra la luz de la entrada.

—¿Andrea? ¿Dónde dejo estos informes? —siseó la voz gélida y profunda de Zack y Trembley se giró furioso, para ver cómo el nuevo lo interrumpía por segunda vez.

—¡¿Tú qué diablos haces todavía aquí?! —le escupió Trembley y Zack miró por un instante aquella mano que se cerraba sobre el brazo de la mujer.

—¿Yo? Estoy esperando a Andrea para llevarla a casa —sentenció—. ¿Y usted?

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