CAPITULO 31

Lucas

Ambos nos quedamos sin palabras viendo cómo Maximiliano se llevaba a Ana quién sabe a dónde, y ni Diego ni yo, pudimos seguirles las pisadas porque, de inmediato, luego de ver cómo la sacaba a bailar con una familiaridad que francamente me enfurecía, invitados importantes se acercaron a nosotros para entablar conversación. Sullivan parecía despreocupado, aunque en un par de ocasiones miró en dirección hacia donde desaparecieron. Sin embargo, yo estaba tan molesto que, si no acababa pronto la estúpida charla, era capaz de echar a todos para ir tras ellos.

Conocía muy bien a ese condenado español como para afirmar que era capaz de seducirla en un abrir y cerrar de ojos, mas Diego Sullivan, al parecer, no se imaginaba en las manos en donde yacía su adorada esposa.

***

Ana

Max me ofreció su brazo y acepté gustos

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