Cuando aquella mujer —hermosa, para qué negarlo—, se lanzó sobre mí y estampó su boca contra la mía, sentí que aquella no era la forma de olvidar y que era injusto para ella y para mí, porque podría imaginarse cosas que no sucederían y podría ser un gran dolor de cabeza para mí. Estaba demás decir que no me encontraba en el momento preciso de acumular y lidiar con otro problema de faldas. Con Ana, me resultaba más que suficiente.
Además, estúpidamente sentía que la estaba traicionando y me atormentaba la sola idea de que supiera lo que estaba ocurriendo, de que se enterara que otra mujer besó mis labios sin que yo hiciera nada y fuera todo a conciencia mía. Era un completo imbécil, porque mientras yo me hacía aquellas maquinaciones y autorreproches, ella se iba a casar con otro.
Por dudar de nosotros y con justo fundame