Tomábamos un helado en el sofá, justo después de almorzar, mientras veíamos la televisión, mientras el me agarraba de la mano suavemente, sin dejar de mirarme, me estaba haciendo sentir realmente incómoda.
No supe muy bien como sucedió, pero lo cierto es que me quedé dormida en sus brazos, sin apenas darme cuenta de ello, mientras él me acariciaba la cabeza.
Agarró su móvil, pues estaba vibrando como loco, percatándose de que había alguien llamándole por teléfono.
Me besó con intensidad, con esos besos mojados que tanto me gustaban, introduciendo su lengua en la mía, sin apenas poder respirar con normalidad.
Nos separamos casi al instante y nos miramos el uno al otro, con calma, volvimos a besarnos sin dejar lugar a dudas, provocando que la temperatura corporal de ambos subiese, y que nuestros cuerpos se llenasen de placer. Supe lo que ocurría tan pronto como sentí su gemido sobre mi boca, él necesitaba más de mí, y yo de él, era algo mutuo aquello que sentíamos. Con él siempre fue así, siempre me sentí muy a gusto en sus brazos, como si mi cuerpo y el suyo se perteneciesen.
Me separé de él, pues no quería hacer nada en el sofá de mi casa, para que mi madre nos pillase con las manos en la masa, y me puse en pie, provocando que él me mirase, algo confuso.
Le cedí la mano, y miré hacia él, con calma, haciendo que él la agarrase, justo después de mirarme, tranquilo, y juntos caminamos hacia mi habitación.
Sonreí al escuchar aquello, me encantaba la forma en la que él me veía. Pero no era tan así, por supuesto que sufría, por supuesto que dolía y estaba triste cuando tenía que estarlo, pero lo cierto era que no solía dejar que nadie se diese cuenta de ello, y solía disfrutar de las pequeñas felicidades que me daba la vida, porque a pesar de dolor, también me había aportado mucha felicidad en aquellas últimas semanas. El viaje a Granada y conocer a mis abuelos había sido algo magnífico para mí, un gran pilar en el que apoyarme.
Siguió recorriendo la habitación con su mirada y se detuvo en el escritorio, donde había dejado la guitarra sobre la silla y un montón de notas sobre él. Pero no hizo ninguna pregunta al respecto, tan sólo siguió con el recorrido y se detuvo en mi cama, para luego mirarme a mí.
A cortó las distancias entre ambos, me agarró de la cintura y volvió a besarme, mientras yo levantaba la mano para acariciar su rostro.
Miró hacia mi barriga con calma, como si una parte de él supiese que ahí dentro estaba su hijo, y me besó, despacio, provocando que echase la cabeza hacia atrás al sentirle de aquella manera. Subió sus manos por mi espalda y me desabrochó el sujetador, para luego tirar de mi camisa hacia abajo.
Dejó de besarme y miró hacia mí, levantándose, agarrándome de las tirantas del sujetador, para luego recorrer mis hombros con ellas, y mis brazos, hasta que el sujetador hubo caído al suelo.
Le quité la camisa, intentando parecer calmada, botón a botón, pero, lo cierto es que estaba histérica. Repetí el mismo procedimiento que él y le quité la camisa, para luego posar mis manos en su pecho.
Me agarró las nalgas por debajo de la falda y me aferró a su cuerpo, provocando que el deseo se intensificase de nuevo, y un gemido se arrancase por mi garganta.
Sentí sus besos de nuevo, su lengua entrelazándose con la mía, mientras él me bajaba las bragas con impaciencia y yo le quitaba el pantalón con inquietud.
Me cogió en brazos y me dejó sobre la cama, sin dejar de besarme ni un solo momento, él ya en calzoncillos y yo aún con la falda puesta.
Dejó de besarme, me arrancó la falda de cuajo y la tiró al suelo, para luego abrirme las piernas y observar mi sexo. Se quedó allí, mirándolo con atención, para luego besármelo despacio, mientras mis gemidos se volvían más largos y constantes.
Su lengua rozó mi punto más frágil, provocando que me muriese al sentirle de aquella manera, mi cuerpo se tersó con el segundo lengüetazo, y mi humedad creció con el tercero, aunque con un cuarto casi estallé de placer. Él pareció darse cuenta de ello, porque se detuvo para mirarme, con la boca llena de mí y sus labios húmedos, muy húmedos.
Se quitó los calzoncillos con insistencia, provocando que la impaciencia se hiciese partícipe en mi cuerpo.
Acercó su sexo al mío, y lo acarició despacio, mientras mis gemidos irrumpían en la habitación, provocando que él gimiese conmigo, al sentirme de aquella forma.
Casi llego a la cima cuando me penetró, cuando la sentí dentro, tan dura y tan dentro, casi llegué a la locura cuando la sentí por segunda vez, con aquellos movimientos lentos y constantes.
Me besó de nuevo, con impaciencia, devorando mi boca con la suya, con fuerza, mientras seguía haciéndome el amor.
Le apreté la espalda con mis uñas, al mismo tiempo que le mordía el labio, provocando que él gimiese de dolor, pero le necesitaba demasiado, necesitaba estar con él, le había añorado tanto, que parecía irreal, estar allí con él.
Solté su labio, mientras la intensidad de sus sacudidas crecía, provocando que echase la cabeza hacia atrás, gimiendo cada vez más rápido, con más intensidad, mientras escuchaba como él lo hacía también. Estabas llegando a la locura juntos, y la cima del climax estaba cerca.
Se desplomó en la cama, junto a mí, y me besó el hombro, despacio, con cariño, provocando que mirase hacia él y le encontrase sonriendo, calmado y feliz.