Después de desayunar, Adriana insistió en ponerse la misma ropa de la noche anterior y a propósito, se maquilló de forma que pareciera que el maquillaje estaba corrido, pensando que así se vería más creíble.
Luego, preparó su estado de ánimo y, aprovechando que la mayoría de los empleados del Grupo Financiero Torres aún no habían llegado, salió del ascensor con tapabocas puesto y lágrimas en los ojos. Corrió afuera y tomó un taxi para regresar al Grupo Financiero López.
Desde el último piso del edificio, José la vio correr hasta la calle junto a la plaza. A pesar de la distancia, su silueta reflejaba claramente tristeza y desamparo.
Él no pudo evitar sonreír un poco: con ese talento para actuar, ¿para qué se esforzaban tanto en promocionar a Elena? Si la hubieran apoyado a ella, quizá ya sería una estrella famosa.
En ese momento, sonó su teléfono. José contestó.
—Presidente, tenía razón —informó Rafael.
—En cuanto la señora subió al taxi, un carro la siguió de inmediato. Rev