Aquella voz recorrió mi cuerpo como un dulce y tenebroso escalofrío congelando cada gota de mi sangre, no quería voltear, no podía, si lo hacía era mi fin.
—Briseida, voltea —me ordena pero me niego a hacerlo.
Me quedo quieta sin mover un solo músculo, trago saliva con la esperanza de que sea una pesadilla y ruego porque alguien me salve.
—¡He dicho que voltees!
Los recuerdos del pasado me bombardean, por lo que me giro lentamente con la mirada baja, no podía verlo a los ojos, no a él.
—Esa es mi chica —me dice con voz ronca—. Ahora ¡mírame!
Levanto poco a poco la vista y cuando mis ojos se clavan en los suyos, me doy cuenta d