—No le pongas las manos, por favor. —Le digo a Eva cuando se acerca después de escuchar el tiro y los gritos de su hija. Unos gritos, ensordecedores que llenaron todo el lugar.—Lo mejor es esperar…
—No me digas que no le ponga las manos a mi esposo. ¡Tú mismo, se las pusiste! —Me grita ella, arrodillándose al lado del hombre. —Mi amor, mi vida. ¿Por qué? — pregunta al cuerpo inmóvil de su esposo. — ¿Por qué lo hiciste? ¡Es aquí a quien amo y amare siempre!
—Eva.. vamos…
—¡No me jodas Ernest! —grita ella. — ¡Ten compasión! Tu le pusiste las manos y yo, que es mi esposo ¿no puedo ponérselas?
—Se las puse porque tenía que confirmar si seguía con vida o no. —Le digo sonando mas crudo de lo que deseaba, agarrándola y