La hora del almuerzo ha incomodado a Anna, nunca le ha gustado llamar la atención, aunque las miradas no vayan dirigidas a ella, sino hacia mí, no me sorprende que Manuel se haya encargado de difundir su hazaña a sus amigos y esto a su vez como buenos chismosos al resto de compañeros, luego dicen que las mujeres somos las chismosas.
─Te envidio Nicolette.
─¿Por qué Anna?
─Por tu tranquilidad, no te molestan las miradas que evidentemente fueron provocadas por la indiscreción de Manuel.
─No cariño, estoy acostumbrada a ese tipo de miradas, crecí con ellas.
─¿Le dirás algo a Manuel?
─No, se cómo manejarlo, los tipos como el son manipulables y fácilmente pueden ser heridos en donde más les duele, su ego.
─Ósea ya no más sexo.
─Depende de mis necesidades, pero lo puedo torturar por teléfono, me entiendes.
─Te refieres a sexo telefónico.
─Si, Anna, a incitarlo, pero para se quede con las ganas, aunque ya deje esos jueguitos