02

Narra Leah♥

Su gruesa y profunda voz empeoro mi situación.

—Lo intento.

—Cierra los ojos.

Alce la barbilla para mirarlo.

—Cierra los ojos —repitió dando dos pasos hacia mí. Miro a todos los lados—. Estamos solos. Obedece.

Eche un vistazo a mi alrededor y si estábamos completamente solos. Me ahogue, eso tampoco ayudaba. Nunca había estado sola con alguien del género opuesto y la sensación no me gustaba. Comencé a sudar su cercanía me hacía tambalear y sentir cosas extrañas en mi estómago.

—¿Para qué? —jadee.

—Te enseñare un truco para que manejes tu respiración.

Su voz sonó seductora. Mis piernas temblaron. Era una decisión de vida o muerte. ¿Por qué tendría que confiar en él?

—No me enseñaras nada que no sepa ya.

Me defendí. Tenía que hacerlo o todo esto me llevaría a hacer algo indebido y eso significaba morir o entrar al Lado Correcto, donde cualquier chica que peque, es condenada. Tampoco me podía mostrar indefensa, lo que leí de los libros prohibidos me enseñó a que eso era fatal. Dios perdóname, prometo no leerlos de nuevo si la corte se entera que tuve acceso al libro que brilla, sería fatal.

El libro que brilla, lo abre dejado en casa bien escondido...

Gabriel alzo las cejas y esbozo una sonrisa a la que interprete como picara. ¿Qué dije para conseguir aquella expresión de su parte? Repetí mis palabras y no conseguí nada irregular. Un sentimiento de alerta se apodero de mí. ¿Y si el sabia de mi liibro? ¿Y si sabia que Santiago me lo habia obsequiado en secreto?

"Si alguien se entera que te di este libro, te mataran y a mi tambien, en él hay cosas prohibidas Leah"

Su voz retumbo en mis pensamientos, cual latigo y me asuste.

Lo mire mal.

—Ok, entonces ahógate.

Con esta sentencia, dio medio paso hacia atrás, pero no dejo de tener contacto visual. Eso empeoro mi situación. Desesperada por hacer de mi respiración normal cerré los ojos. Imagine rosas, calas, margaritas. Un jardín. Visualizaba los colores y el césped humedecido por el sereno de la mañana. Trate de visualizar mi mundo perfecto, y empecé a relajarme hasta que hablo de nuevo:

—Buena chica, ahora cuenta hasta tres e inhala eh, vamos concéntrate.

No me quedo otra opción. Era eso o morir asfixiada. Con dificultad intente contra hasta tres y mi dificultad de lenguaje me traiciono.

—Uno, do, te...

¡Qué vergüenza! Aunque no podía verme sé que cambie de color. Soy defectuosa… Soy una…. Y entonces interrumpió mis latigazos mentales.

—Uno —dijo ayudándome—, dos... tres...

Sentí un alivio. No se burló, me ayudo…. No podía creerlo.

Decidí confiar.

Repetimos la misma sección tres veces y entonces mi respiración volvió a la normalidad. Con los ojos cerrados sentí paz y sonreí. No quise abrir los ojos, pero entonces sentí una sensación que ni en los más extraños sueños imaginé percibir. Mi boca estaba cubierta con la suya.

¡Santo Padre! ¿Cómo es que?

Intente alejarme y me sujeto más a él.

Mi corazón se volvió loco. Estaba siendo besada por primera vez por un completo desconocido. Paralizada completamente percibí como en cada movimiento un poco de su aliento me invadía la boca. Un momento... Por prumera vez no.... Un recuerdo cruzo por mi mente.

—Tranquila, solo concéntrate en respirar —decía con cada movimiento de sus labios. Hubo un momento en el que me perdí y no supe nada de mí, era increíble, sus labios eran suaves, cálidos y sus movimientos eran tan firmes que en segundos me hicieron suspirar. Pero cuando la realidad me golpeo me eche hacia atrás y lo aleje de un empujón.

Esto no podía estar pasando. ¡Dios no! ¡Dios no!

El lado correcto.

Además, aunque en el libro que brilla dice que besarse con alguién mas era normal, incluso con alguien de tu mismo sexo, sin embargo, aqui era pagado con pena de carcel, el solo hecho de rozar los labios de alguien que no era oficalmente tu prometido.

—¡Oye! —se quejó cuando lo empuje con más fuerza.

—Eres un idiota... Me has... me has besado...

No lo podía creer pero también estaba enojada conmigo misma. ¿Cómo pude permitirlo? Estaba en un estado emocional nunca antes experimentado.

— ¿Qué? —Gabriel comenzó a reír

Su risa era de burla pura y dura. Me empecé a sentir mal. ¿Estaba jugando conmigo? O a lo mejor sintió mi inexperiencia o peor aún me leyó la mente…. Quería tomar una piedra y lanzársela pero eso solo me llevaría a un lugar….

—Quita esa cara, que tampoco estuvo tan mal.

Me besaste sin mi consentimiento eres un patán. —Sentencie enojada.

Para los hombres esto era un honor. Podian quitarnos la libertad en cuanto quisiesen para ellos significaba medallas y reconocimientos en el Lado Correcto, para nosotras.... Mejor ni lo pienso.

Comenzó a reír con más fuerza y me miraba con ironía.

—No te rías. Eso… Eso no está bien. —A punto de llorar lleve mis manos a la cara. De pronto paro de reír y entonces escuche un murmullo de queja.

— ¿Enserio crees que te bese?

Su pregunta fue tan seria, quería gritarle y entonces eso que fue pero su mirada era como la de un león asechando a su presa y entonces decidí callar. Repitió su pregunta y sentí miedo.

Asentí para afirmar.

Negó con su cabeza y pasó las manos por su cabello desesperado.

—No te bese muchacha ingenua, solo te di respiración boca a boca. Además si nos ven, es como darte el pase directo al cementerio.

Sentí mis mejillas arder y toda mi mente se nublo. ¿No fue un beso? Pero si... Lo mire riese de forma más descontrolada y me sentí estúpida. Claro que no había sido un beso. Quien querría besar a una mujer defectuosa. Limpie una lágrima rebelde que se desplazó por mi mejilla.

—Discúlpame, soy una tonta —dije deteniendo mis lágrimas.

Gabriel alzo su mirada.

—¿Estas llorando?

—Perdón por confundir las cosas —dije intentando respirar y correr.

Gabriel me detuvo por un brazo y como si se tratara de una marioneta de hizo retroceder.

—Mira no fue mi intención hacerte sentir mal.

—Déjame ir.

En esa frase, exprese que había llegado al límite de mi vida. Este día, no solo había sido humillada de forma pública, sino que también había dado por hecho algo que jamás le pasaría a alguien como yo. Cuando sentí que mi brazo estaba libre corrí. No sé a dónde me dirigí, pero en la madrugada cuando Lucinda me encontró acurrucada detrás de la fuente de la mansión de mis padres y me auxilio con la bombona de oxígeno, el día solo termino peor.

—¿Tú lo sabias? —Me pregunto enojada.

Asentí asustada.

—No lo puedo creer, Leah. ¿Por qué me lo ocultaste?

—Lila me hizo jurar que le guardaría el secreto.

—¿Por nueve meses? ¡Es que acaso están locas!

—Lo siento...

Lucinda me abrazo y seco mis lágrimas.

—No mi niña, tu no tiene por qué sentirlo. Esto es un castigo para esta familia por cómo te ha tratado. Estas son las consecuencias de la mala crianza de Lila.

—No pueden mandarla al Lado Oscuro. —dije enojada.

Lucinda guardó silencio y cuando unos militares llegaron a la casa me puse de pie.

—No puede ser. No tan pronto. ¿Pero que ha hecho esta niña?

Fruncí el ceño y caminé hacia la casa. Dentro, note a mi madre llorar.

—¿Dónde está Lila? —Pregunto el Superior de mi padre con voz autoritaria.

Mi madre seco sus lágrimas y me señalo. Mi padre asintió y cuando sentí que me tomaban de los brazos y me sacaban de mi casa, fue donde caí en cuenta de lo que estaba pasando.

—¡Yo no soy Lila! —grité.

—No la escuchen —dijo Lucinda con lágrimas en los ojos—. Ella es Lila.

Me habian traicionado. Y fue entonces cuando....

Continuará.

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