Aidan se reflejó en el espejo e hizo una mueca al ver el estado de su cabello. El estrés era fatal y le pasaba factura a todo. Én él, su fibra capilar era la que más sufría. El brillo había mermado y las puntas parecían resecas. Tanto esfuerzo intentando mantener una melena de lujo y en unos días todo el trabajo se había ido por la borda.
En los últimos tres días su presidente se había mantenido a ¿raya?, después de la conversación algo subida de tono. Pero mantenerse en guardia todo el tiempo e intentar esquivarlo, había puesto sus cronómetros de estrés al máximo.
Buscó en la gaveta de su cómoda una tijera. Cuando no había solución era mejor cortar.