Capítulo II: El problema

Maya bajó la mirada estuvo a punto de echarse a llorar, con un gesto que parecía desolador

—¡Abuela!

—Escucha bien, está es una boda, aquí solo hay gente decente, no hay lugar para las mujerzuelas, como tú —sentenció la abuela

Maya comenzó a llorar, y Richard miró con rabia a su abuela

—¡Basta!

—¡Basta, nada! Ten cuidado en la forma como me hablas.

Richard calló al ver a la abuela tan enfadada. Carolina los miraba confusa, pero después dio la vuelta dejándolos ahí.

Ella caminó aturdida, las palabras de aquella mujer estaban en su mente, confundiéndola, entonces, la voz de un hombre resonó repentina

—¿Así que aquí está mi amada cuñada?

Cuando ella levantó la vista, el lugar era oscuro, solo iluminado por luces azules, el hombre que le hablaba vestía una chaqueta de cuero oscura, tal como lucía, hizo que un leve recuerdo viniera a su mente

«Ella siendo sostenida por los brazos fuertes de un hombre con una chaqueta de cuero, oscura, salvándola de la devastació

—¿Carolina?

La voz la devolvió a la realidad, y solo sonrió

—¿Nos conocemos? —exclamó y ante la luz descubrió que ese hombre no era quien ella pensaba, sino un desconocido

Frederick Steele arrugó el gesto

—¿De verdad no me recuerdas? Me sentiré triste, Carolina.

René se acercó a ellos

—Fred, disculpa a Carolina, es que, tiene una mala memoria, además han pasado años desde que no se veían, has cambiado —dijo Rene, el primo de Carolina, tratando de cambiar el tema, pues hablar del pasado era algo que solo lastimaba a Carolina Donelli.

Fred lo saludó con alegría.

—Ten mucho cuidado, Richard, no quiero ver a esa mujer cerca de ti. Ella no es buena para ti —sentenció la abuela

Richard bajó la mirada, estaba rabioso, su madre estaba a su lado, mientras escuchaban a la abuela Marian

—¿Y según tú la mejor para mí es Carolina?

La abuela le miró impactada

—¿Acaso estás dudándolo? Por Dios, ¡Es ahora tu esposa!

Richard bajó la mirada, contenía su furia

—¡Claro que no! Abuela, ya sabes que Richard siempre ha guardado cariño por Maya, eso es todo… ¿Verdad, hijo?

Richard levantó la mirada

—Sí, así es, mi esposa es Carolina, y esa es la única verdad, ahora —dijo dando la vuelta y dejándolas a solas.

Marian miró a Rachel con severidad

—Más te vale, Rachel, que este matrimonio funcione, ¡No admitiré ningún divorcio! De lo contrario, pueden olvidarse de la herencia Steele, tal vez le deje algo de dinero a mi nieto, solo por ser el hijo de Albert, pero no tendré piedad en dejar el resto de mi fortuna a la beneficencia.

Rachel la miró angustiada, y cuando Marian se fue, sintió demasiada frustración.

Richard salió de prisa al jardín, pero no encontró a Maya, estaba por irse, cuando vio a Carolina deambular por ahí, sintió como si una fuerza lo dominaba y lo arrastraba a ella, se acercó de prisa

—¿Estás feliz? —exclamó él

Ella lo miró intrigada

—¿Te refieres a si estoy feliz por la boda? Bueno, es la felicidad de nuestras familias, era lo que deseaban desde nuestra infancia.

Los ojos de color azul grisáceo de Richard la miraron con firmeza

—¡No mientas! No digas que este matrimonio no te conviene, ambos sabemos que te conviene tanto, o más que a mí, ahora tendrás tu herencia, como yo tendré la mía, este matrimonio nunca fue de amor, es de conveniencia, pero también de odio.

—¿Odio? —exclamó ella atónita

—Sí, Carolina, porque te odio con toda mi alma.

Carolina abrió ojos enormes, notó una verdad rotunda en los ojos de ese hombre, estaban llenos de furia, Richard dio un paso a ella, lo sintió tan cerca, que se tensó al sentirlo tomarla de los hombros

—¿Qué haces? —exclamó aturdida

—Escúchalo bien, Carolina, a partir de ahora eres mi esposa, pero solo es un papel firmado el que nos une, a partir de ahora, seremos un matrimonio ante la sociedad, ante la familia, pero, cuando las puertas se cierren, seremos solos dos extraños, porque yo tengo a Maya, ella es mi verdadera mujer —sentenció

Los ojos de Carolina se abrieron enormes al escucharlo, ¿Quién era él? Ella poco lo recordaba, pero era peor de lo que imaginó, accedió a ese matrimonio, porque toda su familia lo quería, además, para recibir su herencia necesitaba casarse con ese hombre, así lo estipulaba, ella no lo recordaba, solo sabía de Richard Steele por su diario íntimo, ahí, ella escribió sobre lo apuesto y amable que era, pero, debía de ser un error, el hombre ante ella no era el ángel que escribió, sino un diablo, que la odiaba, sin que ella supiera la razón.

—¿Así que tienes a tu amante? ¿Y por qué no la desposaste a ella?

—Lo sabes bien, no te hagas la tonta, sabes que la abuela siempre quiso unirnos, si no lo hago me dejará fuera de la herencia, y esa fortuna es mía.

Carolina esbozó una sonrisa irónica

—¿Tan cobarde eres para no luchar por la mujer que amas? ¿Tan poca dignidad tiene ella para admitir el lugar de la amante?

—¡Cállate, Carolina! Ahí está, esa es tu verdadera cara; eres solo una mujer malvada, disfrutas lastimando a otros, rencorosa y egocentrista, está eres tú.

—Puedo ser todo lo que quieras, Richard Steele, pero eso no cambiará lo mediocre que eres.

—Ten cuidado de la forma en como me hablas, no admitiré que me humilles —sentenció él, mientras su agarre era más fuerte, y la acercaba más

—¡Suéltame, ahora mismo!

Estaban tan cerca, que Richard podía sentir su aliento, observar su respiración que hacía subir y bajar su pecho, era hermosa, él recordó que ella fue su primer amor, los buenos recuerdos volvieron a su mente, sintió que perdía el control y el dominio de sus sentimientos, cuando tuvo cordura, estaba rozando su nariz con la suya, sus labios estaban a punto de tocarse, su piel se erizaba solo del deseo de poder besar sus labios, como si el pasado fuera el ahora.

Carolina temblaba entre sus brazos, sus emociones estaban confusas, quería huir, pero estaba ahí rendida, débil ante él, odió sentirse así, lo empujó de inmediato haciendo que él volviera a la realidad

—Muy bien, Richard Steele, ya has puesto las reglas a esto, este matrimonio será la mejor actuación de nuestras vidas, y cuando se cumpla un año, como dicta la herencia, nos divorciaremos, cada quien obtendrá su dinero y su libertad, podrás casarte de nuevo con tu amada Maya.

Él la miró confuso, sorprendido

—¿Y tú? ¿Qué harás? ¿Volverás a casarte?

Ella sonrió

—No te preocupes por mí, querido, yo soy solo la mujer que odias, lo que haga con mi vida, después de ti, es mi problema.

Ella se liberó de su agarre y se alejó de él.

Richard no tuvo más valor para volver a ella, aunque sintió ese impulso de hacerlo, se contuvo, respiró profundo y la miró irse, enfundada en su vestido blanco, que la hacía parecer una princesa de cuento de hadas

—Sí, Carolina, si es mi problema, tú siempre eres y serás mi gran problema y mi peor herida del corazón —pensó con la mirada amarga.

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