Alondra estaba entusiasmada cuando dejamos la comisaría. -Es una pista y muy sólida, además- me decía brincando como una conejita.
Yo sin embargo no quería entusiasmarme, mi mente rechazaba cualquier posibilidad de resolver el misterio, porque, imaginaba y estaba segura que eso podría significar no ver más a mi marido.
Por la noche Rudolph llegó molesto a la casa. Estaba muy fastidiado y hasta encorajinado. No lo había visto así antes. Tenía el rostro adusto, y había borrado su clásica sonrisa de los labios. Lo primero que pensé es que sabía del video que nos presentó Palacios.
-No es una prueba fehaciente-, junté los diablos acariciando su enorme brazos, repleto de vellos.
-¿Qué video?-, se extrañó mi marido mientras sorbía su café.
-El video de Palacios-, seguía yo convencida que ese era el motivo de su enfado.
-No sé de qué me hablas, Patricia, ¿Palacios tiene un video? ¿De qué?-, se sorprendió parpadeando varias veces.
-Un aficionado grabó el momento que te mataban,