Lisandro tomó la mano de Ximena y la masajeó suavemente en la palma de su mano.
—No hay nada complicado, uno es uno y dos es dos.
Ximena apoyó la barbilla en el hombro de Lisandro, mirándolo:
—¿Y tú qué harás?
—¿Yo? Estoy bien.
—Si yo ayudo a Mariana, el abuelo se enojará porque no ayudaste a Rocío.