Por Melina
Después de cenar, él se quedó un rato en el dormitorio de Ale, yo aproveché y fui a mi dormitorio, me cambié los zapatos, los que tenía puestos eran de tacos muy altos.
Fue cuando lo vi entrar y mirar todo.
Mi dormitorio era cómodo, la cama era matrimonial, porque Ale, hasta hace poco se pasaba a mi cama y quería que estemos cómodos los dos, las cortinas eran rosas y doradas, hacían juego con el cubrecama y con la alfombra.
Todo era muy delicado, muy femenino.
-Es muy…vos, tu dormitorio.
-Salgamos… ya me cambié los zapatos.
-¿Tenés miedo? No vamos a hacer nada que no quieras, ya te lo dije cuando nos conocimos.
Estaba muy cerquita, sentía su respiración.
Sus manos se deslizaron por mis brazos, una fue hacia mi cintura y la otra a mi cuello.
Me acercó a él, nuestros labios se acercaron lentamente, nuestras lenguas se reconocieron, al igual que nuestros cuerpos.
-Sí, tengo miedo, tengo miedo porque no es lo mismo, tenemos un hijo, me duele el alma de tantos años de soledad, p