Mis rodillas flaquearon por un breve momento, como si el simple sonido de su voz tuviera el poder de desarmarme de inmediato. Porque, claro, ¿qué más podía faltarme este día? A todas luces, el universo estaba decidido a hacerme pagar por reírme de lo que vi en una película de comedia romántica hace diez años.

Ahí estaba Robin, parado frente a mí con su aura de seguridad arrolladora y esa sonrisa ladeada que llevaba el descaro en cada esquina. Lucía exactamente igual a como lo había dejado el día anterior: imponente, atractivo, y con esa permanente intensidad en su mirada que parecía gritar: sé que pensar en mí te quita el sueño por las noches, admítelo.

Me tomó un par de segundos recuperar la capacidad de hablar, aunque lo que salió de mi boca nuevamente demostró que mi especialidad no eran las respuestas ingeniosas bajo