Los secretos del CEO
Los secretos del CEO
Por: SHI.
Capítulo 0: El pasado que debí vivir

Punto de vista de Blake

Fuera de mi oficina, el viento soplaba con fuerza. A mitad de la época de lluvias, no fue raro que comenzara a llover a media tarde, mientras me encontraba en una reunión de planificación para la reestructuración de los contratos con nuestros proveedores.

—Nuestro Grupo Maier está a la vanguardia en la tecnología, y nuestra meta en los próximos dos años es consolidar nuestra marca hogar, y la marca entretenimiento, fuera de nuestras fronteras —declaré con calma.

Frente a mí, un grupo de empresarios entre los que destacaba un rubio leonado que me miraba con perspicacia, él era Ryan Daft, mi mejor amigo y actual CEO de la empresa de sus padres, uno de nuestros grandes proveedores.

Él sonrió y asintió con la cabeza, y yo continué con mi particular discurso.

Tras terminar la junta, uno a uno los señores salieron, pero el antes mencionado se quedó allí y, cuando el lugar se vació, mientras recogía mis documentos, soltó:

—Blake, oye, ¿qué harás más tarde? ¿No quieres salir a beber algo?

—¿Con este clima? Sabes que soy papa casada con hijo demandante… Colin me extrañará si no estoy allí temprano.

—Um… —Él arrugó la cara y resopló—. Colin me da envidia… ahora solo tienes tiempo para él.

La falsa molestia era audible en su tono, por lo que solo solté la risa y negué con la cabeza.

—¿De qué hablas? Si tú eres el primer consentidor del enano… lo estás malcriando muchísimo.

Los orbes azules del otro brillaron, y vi cierta vergüenza pintarlos por un segundo; acto seguido, se alzó de hombros.

—¡Es que ese niño se deja querer!, ¿no ves sus ojos? ¡Ese mirar de cachorrito que pone cuando quiere algo es simplemente irresistible!

Solté la risa sin poder evitarlo y, tras recoger mis cosas, caminé a la salida, haciéndole una seña para que me acompañara.

—Bueno… ¿tienes planes después de aquí? Planeo ir a casa temprano a jugar con ese «cachorrito»; quizás después podamos beber unas copas en mi estudio… No creo que Amy tenga problemas con que te quedes a cenar. A menos que tengas planes con…

—No —interrumpió enseguida con voz seria—. Lo nuestro se acabó, Blackecito… no quiero volver a hablar de esa mujer en un buen rato.

Arrugué la cara ante sus evasivas.

La «mujer» no era otra que Libi Warner, una amiga de la infancia de ambos con la que, según tenía entendido, el señor a mi lado se iba a casar.

—Espera… ¿qué pasó? —solté sin pensar.

Él me miró y negó con la cabeza varias veces.

—Hablaremos de eso más tarde, ¿sí?, encerrados en tu estudio y después de beberme, no sé… una botella entera. Por ahora, no quiero pensar en ella.

Lo vi adelantarse al ascensor y decidí dejarlo estar.

A pesar de parecer tranquilo de buenas a primeras, la verdad es que Ryan podía ser misterioso si lo deseaba, y muy complejo.

En fin, tras delegarle algunas cosas a Oliver, mi asistente personal recién llegado de Corea del Sur, salí junto a Ryan de la oficina a eso de las cuatro de la tarde, más temprano de lo usual.

—Es una suerte que vayas a mi casa… —mascullé desde el asiento del pasajero.

Una risa sorda cortó el ambiente, y lo miré con ojos brillantes.

—¡Sé sincero, solo querías que te diera un aventón a casa porque tu auto está en el mecánico, ¿no?!

—¡Noooo, ¿cómo crees, hombre?! ¿De verdad piensas que te usaría para algo así? —cuestioné ofendido.

Aunque ambos estábamos en la misma sintonía de este juego absurdo.

Ryan resopló y se encogió de hombros.

—Te salvas porque eres mi debilidad, así de simple —masculló entre dientes.

Lo sentí como un niño pequeño al descubrir una trama, pero no me preocupé; después de todo, menos un mes, porque yo nací antes, nos conocíamos de toda la vida.

La lluvia comenzó cuando íbamos a medio camino entre el centro de la ciudad y mi casa en Marina, y a nuestra llegada ya era bastante fuerte, por lo que terminamos corriendo hacia la puerta principal y, al llegar al tope de las escaleras, estábamos empapados.

No me di cuenta porque casi no se veía nada por el chaparrón, pero un auto conocido se hallaba estacionado al otro lado de la calle.

Pasamos a la casa y nos deshicimos de nuestros zapatos y chaquetas; sin embargo, casi enseguida, un ruido ensordecedor inundó mis oídos, y el instinto me hizo preocuparme.

—¿Colin está llorando? ¿Dónde está Amy? —pregunté alto y pasé a la sala.

A la derecha, a un costado de los muebles, se encontraba el corral en el que mi pequeño solía pasar las mañanas, rodeado de sus peluches y juguetes favoritos.

Me acerqué a él y lo encontré llorando en soledad, y un susto me abrumó. Di un paso más y lo tomé en mis brazos, contemplando sus ojos abrirse de par en par al verme.

—¡Papiiiii, ayiuraaaa! —chilló asustado y me abrazó con fuerza.

Con poco más de dos años, era capaz de pronunciar ciertas palabras con claridad.

—Ya… cariño, cariño, ya estoy aquí, ¿sí? Ya estoy aquí.

Lo acuné con calma y miré con ojos de advertencia a un Ryan que comenzó a buscar a mi esposa enseguida por la planta baja.

¿Dónde demonios se había metido?

—¡Amy, Amy! —gritó Ryan.

Pero la lluvia era demasiado fuerte, y no se oía nada.

—Vamos arriba —dije, dándome cuenta de que Colin se había calmado casi al instante.

El otro asintió y ambos subimos las escaleras poco a poco, temerosos de que algo malo estuviese sucediendo, porque Amy jamás desatendía a Colin, o al menos no en mi presencia.

No obstante, nada me preparó para lo que escuché a continuación.

—¡Ah… ah…! ¡Gil, sí, más!

El grito de una voz que conocía bastante bien me heló la sangre cuando estuve junto al pasillo que daba a la habitación principal.

A mi lado, Ryan se sorprendió y me miró con los ojos bien abiertos. Quizás sabiendo que algo no andaba bien, murmuró:

—Dame a Colin, lo llevaré por ti.

Un zumbido explotó en el fondo de mi mente, y el frío se regó por mis manos y pies en el momento en el que los jadeos se hicieron más sonoros. Le entregué a mi hijo a Ryan y tragué con dureza al dar un par de pasos al frente y poner la mano sobre la manilla de la blanca puerta de madera que daba a mi dormitorio.

Una corriente eléctrica erizó cada vello de mi cuerpo justo al girarla y, cuando abrí la puerta, una pintura del apocalipsis estalló en mi cara.

—¡Amy… me voy a...!

—¡Hazlo dentro, rápido…!

Mi amada esposa, y el detestable de mi hermano mayor… tenían se.xo en mi cama.

La mente se me quedó en blanco y, sin apenas pensarlo, bramé a todo pulmón:

—¡¿Qué demonios es esto?!

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Bienvenido/a a esta nueva historia.

Gracias por darle una oportunidad a la historia, espero que disfrutes la lectura. 

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