―¡Anna a levantarse!
La voz de mamá al otro lado y golpeando la puerta bastante ruidosa hacen que me despierte sin más remedio. Me incorporo rascando mi cabeza que es un enredado desastre, es sábado y por lo menos debería dejar que descanse cuanto quiero―. ¡Anna!
Vuelvo a escucharla en lo que bostezo una maldición. A fuerza, bajo de la cama arrastrando la sabana y voy hasta la puerta.
―¿¡Qué!? ―exclamo volviendo a bostezar.
Ella me mira arrugando el ceño.
―Deberías mirar tu reloj.
―Y yo creo que tú deberías mirar el tuyo.
―¡Anna! ―espeta cuando voy a darme la vuelta. Me vuelvo nuevamente hacia ella―, son las diez, y creo que ya has dormido suficiente.
―¿En serio, mamá? ―pregunto poniendo cara de aburrida y ella frunce su boca refunfuñando.
―Anda, toma un baño para que te despiertes que vamos a salir.
―¿Salir?
No me gusta esa idea, prefiero seguir durmiendo.
―Sí, salir, haremos las compras para la des