Capítulo4
Sin embargo, esta vez no pude responderle.

Miguel, sin molestarse en limpiar el sudor de su frente, me aplicó rápidamente el desfibrilador. Una vez, otra vez, y otra más. Mi pecho se sacudía con cada descarga eléctrica, convulsionando insensiblemente. Pero seguía sin responder, el monitor cardíaco mostraba una línea recta, con la luz roja parpadeando.

—¡Despierta, no te duermas, Aitana! —el doctor Ortiz aplicó todas las medidas de reanimación posibles, pero fue inútil. Ya había perdido todos los signos vitales.

Se desplomó exhausto en el suelo, hundiendo las manos en su cabello, con los hombros temblando, sollozando incontrolablemente. —No pude salvarte... llegué tarde, no me di cuenta a tiempo para salvarte, lo siento.

Mi alma flotaba a su lado, deseando poder darle una palmada en el hombro, decirle que no era su culpa. Pero mi mano solo atravesaba su cuerpo.

Retiró todos los tubos de mi cuerpo y recogió la bolsa de sangre sin usar que había goteado por todo el suelo. Finalmente, el a
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