Capítulo 4: Un secreto que ocultar

VIKTOR

Quería trabajar y concentrarme en lo importante. La compañía dependía de mí y por ende el dinero de la familia, pero no podía, mi mente solo se enfocaba en Layla. Subí a la habitación, agotado y frustrado, en cuanto abrí la puerta me encontré con una imagen que me congeló el corazón. 

Layla estaba en la orilla de la cama, había quitado uno de los lados de la cuna para poder extender su mano hacia el bebé, dejando que André sujetara sus dedos para poder dormir reconfortado. Por un momento sentí celos. 

Cuando entré en la cama, anhelé su atención, quería verla dormir sobre mi pecho, abrazada a mí. Acerqué mi mano a su hombro y acaricié su tersa piel, tenía un color encantador, nada común en Rusia. 

Siempre me vi involucrado con mujeres hermosas, modelos de renombre, actrices de pieles blancas y tersas, cabellos y ojos claros. Quería una mujer que lucir cuando acudía a reuniones y fiestas, y de la cual disfrutar cuando la tuviera en la alcoba. No es que no tuviera ganas de enamorarme, simplemente tenía prioridades, y mi trabajo estaba en primer lugar. 

Sin embargo, algo había diferente en Layla. No tenía la misma clase de belleza que las otras mujeres, pero eso no significaba que no lo fuera, incluso podría decir que era una clase de hermosura exótica, además, su calor era reconfortante y su aroma embriagante.

Me acerqué con cuidado de no despertarla y me abracé a su cintura. De esa forma, pronto caí dormido, con la nariz escondida entre sus hermosos cabellos negros, sabiendo que, en la mañana, mucho antes de que ella despertara, yo ya estaría fuera de esta habitación, extrañando su calor y ocultando esta debilidad que me consume y me orilla a buscarla.

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LAYLA

Caminando por las calles de Moscú, volví a encontrarme un anuncio que solicitaba ayudantes para ese asilo. Me acerqué hasta tomar un trozo de ese papel con el número del lugar. ¿Aceptarían a alguien como yo? Tenía que intentarlo. Me urgía salir de esa casa con André, las sirvientas me trataban con indiferencia e incluso la ama de llaves se volvía cada vez más grosera. 

Levanté la mirada encontrándome con esa tienda de ropa bonita del otro lado de la calle. Siempre que acompañaba a la ama de llaves de compras, no podía evitar quedarme viendo a través del cristal. Los vestidos eran muy bonitos y las mujeres que entraban eran aún más hermosas, parecían princesas de nieve, con sus cabellos y ojos claros. Esa clase de ropa, ¿también se vería bien en mí? 

—¡Layla! ¡Deja de estar atrapando moscas! —exclamó Olga con rencor y de un jalón me regresó al camino—. Tenemos que darnos prisa.

Noté por la bolsa media llena, que no habíamos terminado. ¿Por qué regresar antes? Entre jalones y empujones me hizo andar a su paso.

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—Te quedarás aquí encerrada con el hijo del amo —dijo Olga en cuanto me arrojó al cuarto de las sirvientas. Todas me veían con desconfianza y guardaban bajo llave sus pertenencias en pequeñas cajitas de madera.

Me acerqué a la cama donde mi pequeño André sacudía sus manitas al aire, llorando y buscándome. Lo estreché con dulzura y lo llené de besos mientras mi corazón se llenaba de incertidumbre. —¿Qué ocurre? ¿Por qué tengo que quedarme aquí?

—Yo no tengo por qué explicarte nada. Mantén al hijo del señor Viktor en silencio. Sí tengo tiempo te traeré algo de comida —agregó con molestia, viéndome de pies a cabeza con repulsión.

En ese momento todas las sirvientas salieron luciendo su mejor uniforme y cerraron la puerta. No tardé en intentar abrirla, pero como me lo imaginé, la habían cerrado con llave, era inútil intentar salir de ahí. 

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VIKTOR

—Esto es insoportable… ¿Quién le dijo que necesitaba una fiesta? —pregunté iracundo a mi hermana que ya tenía su primer trago en mano. 

Era mi cumpleaños y, como cada año desde que murió mi padre, pensaba pasarlo desapercibido, pero mi madre había tenido la grandísima idea de organizar una fiesta en mi propia casa y a última hora. 

—Hermanito… ¡Vas a cumplir 35! Eso debería de ser motivo de alegría y festejo…

—No festejé cuando cumplí 34 y no festejaré cuando cumpla 36… ¿Qué tiene de importante este año?

—Que mamá se siente más vieja en esta ocasión y ninguno de los dos le hemos dado un heredero a esta podrida y asquerosa familia —dijo mi hermana con resentimiento mientras se bebía todo el contenido de su copa de un solo trago.  

Sus palabras causaron estragos en mi cabeza. Nadie sabía de Layla ni de mi pequeño André. Aunque era mi adoración y mi más grande alegría, temía que su color de piel y la cultura de su madre causara problemas en mi familia.

Mi madre era muy elitista, difícil de complacer, y Layla era un oscuro secreto que, de ser revelado, podría traer muchos problemas. Si quería mantener la empresa en mi poder, ella debía seguir en el anonimato. 

—¡Viktor! —exclamó mi madre al verme. Me abrazó con fuerza y besó mis mejillas—. Felicidades. 

—Gracias, mamá… No tuviste que molestarte con todo esto —agregué haciendo referencia a la fiesta. Los únicos divertidos eran los invitados.

—¡Ni lo digas! ¡Hoy es un día muy especial! —exclamó y cuando posó su mirada en mi hermana, notando la copa en su mano y olisqueando el hedor a alcohol, hizo una mueca de desagrado y regresó su atención a mí—. Te tengo un gran regalo.  

—Creí que la fiesta era el regalo… 

—¡Para nada! —exclamó y comenzó a buscar entre la gente—. ¡Alexa! ¡Ven, cariño!

—Ay no… —dijo mi hermana en voz baja y torció los ojos. 

Entonces la entendí. Una mujer hermosa se acercó contoneándose hacia mí, sus cabellos eran tan rojos como el fuego, sus ojos eran tan azules como el cielo y su piel blanca y tersa. Sus proporciones eran deseables, cualquier hombre se sentiría gustoso de posar sus manos en sus curvas y arrancarle ese vestido tan revelador para el clima tan frío.

—Viktor, ella es Alexa Graham, hija del señor Graham, gran amigo de tu padre… ¿La recuerdas? Jugabas mucho con ella cuando eran niños —dijo mi madre orgullosa. 

—Hola, Viktor… —contestó Alexa con una sonrisa amplia y una mirada cargada de lujuria—. Es bueno verte de nuevo. Espero que no te hayas olvidado de mí.

Por un momento tuve una regresión y recordé a esa niña de cabellos de zanahoria y dientes chuecos que me seguía a todos lados. Era sorprendente lo que el paso por una pubertad bien dirigida y algunos cuantos bisturís, podían lograr. 

—Claro, Alexa… te recuerdo —agregué estrechando su suave mano.

—Se ha vuelto una criatura encantadora, ¿no crees? —dijo mi madre con emoción.

—Esto me da asco, con permiso —intervino mi hermana con gesto nauseabundo, alejándose de la conversación ante la mirada de desaprobación de mi madre.

—Viktor, ¿por qué no sacas a bailar a Alexa, así sirve que se ponen al corriente de sus vidas… —insistió mi madre.

—Lo siento, pero no estoy de humor, tal vez otro hombre podría hacer el favor de entretenerla.

Tanto mi madre como Alexa se vieron directo a la cara y con un leve asentimiento por parte de mi madre, Alexa se alejó. 

—¿Podemos hablar? —preguntó mi madre enredando su brazo en el mío y llevándome hacia el balcón.

—Hablar, ¿de qué? 

—De tu futuro, Viktor.

—¿Mi futuro? 

—Eres un apuesto caballero de 35 años, exitoso, gran empresario y diriges la compañía con habilidad. Eres admirado y temido. También he notado que después de tu visita a Dubai, has dejado de meter a cuanta vulgar rastrera te encuentras en tu camino. Es un alivio saber que has dejado esa mala maña de meter a esas rameras baratas en tu cama. Así que me tomé la libertad de escoger un buen prospecto de esposa…

—¡¿Cómo?! —exclamé sorprendido y me alejé de ella. Necesitaba verla directo a la cara y corroborar que no era una broma.

—Alexa es una mujer letrada, estudió comercio exterior, viene de una buena familia, es hermosa y apenas llegó a sus treinta años. Cualquier hombre estaría honrado de ser su esposo. 

—Pues deja que cualquier hombre la despose… ¿Por qué tengo que ser yo?

—Porque yo lo digo —contestó con una sonrisa que pretendía controlar su temperamento—. Entiende, Viktor, quiero verte casado y tener hijos, quiero verte pleno.

—Soy pleno…

—Tu vida estará vacía hasta que encuentres a una buena mujer que se quede a tu lado…

Sus palabras me retorcieron el estómago y de inmediato pensé en Layla. En esa encantadora inocencia que proyectaban sus ojos el primer día que llegó a Moscú, y como esta se fue desgastando con el paso de los daños. —Y crees que Alexa es la indicada.

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