Lo apodaban "Barba Azul", odioso sobrenombre que se ganaba al enterrar a su tercera esposa. Ese era Jerom Tramonte, un atractivo y millonario hombre de 33 años, que tenía toda la fortuna que cualquiera deseaba, pero el amor lo tenía prohibido. Las mujeres empezaron a rechazarlo, solo por el miedo de ser la próxima bajo tierra, ya que también se rumoraba que era víctima de una maldición. Desechó todo lo que tuviera de sentimientos, y su exterior lo cubrió con arrogancia y tristeza. Amy moría de hambre y angustia al no poder dar lo suficiente a sus hermanitas; una sobre todo que necesitaba una cirugía de manera urgente. Ella conocía a Jerom desde la escuela, el problema es que cuando pudo lo trató muy mal, lo humilló, lo pisoteó. Ahora que no tiene nada, solo le quedaba tirarse a los pies de "Barba Azul" para que ayude a su familia. Él acepta, solo con una condición, que se mude a la casa de huéspedes de su mansión y haga las tareas domésticas que él quiera. Amy no entiende muy bien a qué se refiere, y solo le pide que no la convierta en su cortesana. Ella lleva cuestas un secreto, que la hace objetivo de terribles enemigos. El tiempo de Jerom se acaba y tampoco desea sepultar a otra esposa; no obstante, busca con desespero quien pueda encargarse de él. Los dos, entonces, caen en la trampa del amor, una oscura y dolorosa, en el que alguno tendrá que perder.
Leer másPrólogo
Levantó su vista todo lo que pudo para divisar la punta de la torre, donde de seguro se encontraba el dragón que iba a devorarla. Tomó mucho aire, el sitio era impresionante, muy luminoso, e igual, aterrador. Veía entrar y salir a muchas personas, y ella seguía ahí, con los pies pegados a la fina baldosa negra, esperando algo que la empujara hacia fuera y le hiciera desistir de la idea de pedirle ayuda al enemigo.
Pero ella, no tenía de otra. Amy estaba atrapada en una pobreza asquerosa, tanto como lo era la riqueza de Jerom, su única salvación en ese momento. Se miró a sí misma un poco en el cristal que la separaba de la entrada, con esa ropa ahora tan sencilla, tan falta de colores, lo más formal que tenía. ¿Dónde quedó el esplendor de su belleza, de años atrás?, seguramente se había esfumado con los kilos que perdió por aguantar tanta hambre.
—O es Jerom, o no es nada —susurró sin atreverse a cruzar la entrada aún.
Lo peor de todo, es que no parecía ser el momento para que ella hablara con él. Día incorrecto, hora y lugares incorrectos. Así de desesperada estaba, que solo a unos días de que «Barba Azul», enterrara a su esposa, ella estaba ahí, para tirarse de rodillas y suplicarle por ayuda.
Arriba, en su trono particular, el CEO, dueño y señor de las industrias de licores más prósperas del mundo, veía por la ventana de su oficina hacia la ciudad tan llena de edificios, de gente que estaría feliz o triste y en ninguna parte él podría encontrar ya a su amada que estaba muy muy lejos, bajo tierra, junto a otras de sus amadas. Jerom Tramonte no sonreía, sus preciosos ojos verdes se ocultaron bajo su ceño fruncido y sus cabellos oscuros tan prolijos hacían juego con su viudez.
Se levantó de la silla y fue hasta su bar privado, tenía que turbar un poco la nostalgia con alcohol. Solo así se soportaban un poco las pesadillas y las burlas.
—Señor, ya está aquí —dijo su amable secretaria abriendo un poco la puerta.
—Haz que pase.
Él, vestido de negro, oliendo a la mejor colonia existente, se miró un poco en el vidrio de su ventanal. Perfecto peinado, barba, expresión. Era hora de recibirla.
Amy se levantó de prisa cuando la chica de la recepción le pidió que siguiera. Abrió una puerta de cristal y tras esta un largo corredor, que la llevaría al encuentro con ese hombre al que le tenía ahora tanto miedo. Estaba encantada con el lujo de todo aquello, uno solo de esos cuadros podría pagar su vida entera y la cirugía de su pequeña hermana.
La puerta estaba entreabierta, solo debía empujar un poco. Su cuerpo temblaba entero, quiso salir de ahí corriendo, pero ya había llegado lo demasiado lejos como para arrepentirse. Tocó un poco y de esa voz tan gruesa e intimidante, salió el «adelante», que no deseaba.
Amy empujó y entró, dando a penas unos pasos. Jerom volteó a verla, ella no podía mirarlo al rostro, no entendía por qué el pánico en esa situación.
—Bien, te escucho. Sé que quería hablar conmigo.
Amy por fin levantó la mirada, y la fijó en él.
—Jerom… Señor Tramonte, necesito de su ayuda y solo Dios sabe lo difícil que es para mí estar hoy frente a ti… usted. Vengo a suplicarle, me preste dinero para poder hacer una cirugía a mi hermanita pequeña, que de verdad necesita con urgencia…
—¿Julia está enferma? —respondió sin moverse de su lugar—. ¿Cuánto es?
Amy sacó un papel y lo dejó sobre el escritorio, luego volvió de regreso a su lugar cerca de la puerta. Jerom hizo una mueca que pareció una sonrisa, y tomó el papel. El ambiente que los rodeaba era frío, triste. Un retrato en la pared de esa esposa que acababa de perder, era todo el adorno de esa oficina.
—Por favor, Jerom… estoy dispuesta a trabajar en lo que sea que me pidas…
—Siéntate en el sofá y abre las piernas.
Amy abrió mucho los ojos, y sus labios empezaron a temblar, al igual que sus manos. El hombre la veía con mucho interés, esperando que obedeciera.
—Por favor… todo menos eso… por favor, no…
—Haré el cheque por la cantidad que está acá y un poco más. Siéntate en el sofá y abre las piernas.
Amy temblaba, era imposible para ella controlar su cuerpo. No soportó y empezó a llorar, no podía hacer otra cosa. De nuevo miró a Jerom, con la copa en la mano, vestido de negro, tan atractivo, tan perfecto. Tragó saliva y caminó un poco hasta él.
—Yo seré tu sirvienta, te lo juro, si quieres humillarme mientras limpio tu mansión, lo permitiré, pero eso no.
—Amy, sigo esperando que cumplas mi orden. De lo contrario no habrá dinero.
La jovencita, de largo cabello grisáceo, tomó aire y limpió sus lágrimas. De su bolso tomó un pañuelo facial y se compuso un poco, entendiendo el error que había cometido al ir a ese lugar. Jerom no iba a perdonarla nunca.
—Eres un cerdo asqueroso, aun así, es mi culpa por haber creído que te quedaba algo de humanidad y compasión. Ahora entiendo el porqué en tu vida, no existe más que muerte. ¿Irónico, no? Adiós, Barba Azul.
Amy salió de ahí, cerrando la puerta lo más fuerte que pudo. Mientras caminaba por el largo corredor de regreso a la recepción de ese piso, quiso devolverse y abrir las piernas para ese hombre. Porque siempre lo había deseado, aunque no de esa forma. Ella quería que él la amara, por lo menos un poco. Ahora la dignidad que todavía guardaba, la dejaba sin el dinero que tan desesperadamente necesitaba. La esperanza se iba por el caño.
***
Fin prólogo.
XVEl lugar estaba tan atestado de gente que le generaba fastidio no encontrar un rincón donde esconderse. Pese a esa incomodidad, logró ubicarse lo más lejos que pudo del todo el mundo, para seguir pensando en Amy.Estaba muy confundido con su proceder, además de no entender el magnetismo que ella ejercía sobre él. Movía constantemente su cabeza en negativa, de vez en cuando sonreía, después sus ojos cambiaban a una expresión peligrosa, cuando pensaba en lo bien que se sentía hacerle el amor.—Mírenlo ahí, barba azul está enamorado. De seguro pensar en su próxima víctima lo tiene en las nubes.—Qué horror, como puedes decir algo así —intervino una mujer, que con un grupo de amigos, observaban a Jerom desde cierta distancia.—Linda, él es la muerte. ¿Tres esposas? Por favor —insinuó un tercero en la conversación.—Yo me he divorciado tres veces y eso no me hace una mala persona. Aunque sí hubiera querido ver muerto a algunos de mis exmaridos.Lo dicho por Linda les hizo reír mucho, co
XIV (Capítulo con alto contenido erótico)El adiós de la mañana, ahora, se traducía en una caricia sobre su sedoso y renegrido cabello, que ella misma se había encargado de alborotar. No sabía cómo tomarlo, si halarlo lejos, si darle ritmo a su cabeza, o solo entrelazarlo en sus dedos.A diferencia de sus manos, sus pies estaban firmemente apoyados en los hombros de Jerom, que estaba haciendo su trabajo, destrozando con su boca la entrepierna de la mujer. Amy ya no podía distinguir entre gemidos y jadeos, hasta que todo se convirtió en gritos. Él no se movía, estaba dispuesto a hacer que ella terminara una y otra vez en sus labios. Algo debía tener ella ahí, ¿miel? No era precisamente eso, solo que lo que fuera que emanara, a él lo convertía en una fiera.—¡Basta! ¡Por favor! —jadeaba ella, sudando ya, ante la embestida de esa lengua en su vagina. Él, a cada súplica, se aferraba más y más.Amy no tuvo más la fuerza suficiente para seguir luchando contra el maravilloso sexo oral que
XIIISentía como si estuviese metida en una caja, con voces que la llamaban desde afuera. No tenía dolor en ninguna parte de su cuerpo, creyó que entonces solo estaba dormida, o había caído desmayada por no comer lo suficiente y trabajar mucho.Una caricia algo áspera rozó su mejilla, era cálida, fuerte. Su nombre en esa voz tan gruesa le hizo abrir los ojos, tenía que saber de quién se trataba.—¡Amy! ¡Por dios! ¡Despierta ya! —decía esa preocupada persona.—Jerom… estás aquí…—Sí, Amy, me llamaron al trabajo diciendo que te habías desmayado, vine tan rápido como pude…La joven se dio cuenta de que no estaba soñando y de un grito que asustó a los presentes, quedó sentada en el sofá en el que la habían acostado. Llevó las manos a su pecho, ahora recordaba lo horrible que había sido esa tarde.—Mi niña, ¿qué pasó? Me has dado un horrible susto —sollozaba Lolita, tomándola de una mano. Lionel también estaba ahí, solo que ninguno de los dos sirvientes pudo subirla a la habitación para qu
XIIEl avión aterrizaba y de este empezó a descender el heredero de la familia más reconocida en el mundo de los negocios de tecnología. Atrás de él iba su madre, bruja de cabellos negros que jamás lo abandonaba, no podía permitirse un desliz, como lo tuvo su hijo mayor.—Mamá, estoy harto de que me sigas a todos lados, tengo edad suficiente para cuidarme solo.—No, no la tienes. Estoy cansada de que todos los días lleguen a mí llamadas, como que te vieron retozando con cualquier mujerzuela. No quiero que te suceda lo mismo que a tu hermano.—¿Qué? ¿Ser un adicto imbécil que llevó a la familia de su esposa a la ruina? ¿No tener las pelotas de enfrentar la cárcel y preferir morirme? No, querida madre, yo no soy como mi hermano. Vienes en mi vuelo por cortesía, de otro modo te enviaría en un avión atestado de infantes que tosan en tu cara, sus horribles virus.Everett era demasiado cínico como para discutir con la mujer que solo lo veía cuando necesitaba dinero. Ahora ella lo acosaba má
XISubía la princesa de cuentos de hadas, con su vestido de villana, con la entrepierna hecha un lío. Podía respirar las ganas que tenía Jerom de romperla en dos, en tres, en mil pedazos, con la finalidad de hacerla suya. Ese momento suspendido por años, debido a la ignorancia y a la pésima suerte, por fin se daba para los dos. Tal vez no tanto como la mujer lo deseaba.Jerom empujó la puerta de la habitación con un pie y luego la bajó a ella de manera delicada. Amy no tuvo mucho tiempo para componerse, pues él atacó a su cuello, cerrando sus enormes manos en los senos aún cubiertos por el vestido. Por cuello y pecho ella recibía los labios del CEO, pero parecía que no encontraban la ruta a su boca.—¡Jerom! —frenó un poco, poniéndole las manos en el pecho—. ¿No piensas besarme nunca?—No.Amy sintió como esa respuesta se le clavaba igual que un puñal muy oxidado, en medio de su corazón. Sonrió un poco, ya no había vuelta atrás, con honestidad no la quería.Él, poseído de placer, empe
X—Señor Tramonte, entienda que debemos hacer todo este proceso para que la empresa y ustedes los directivos queden exonerados de toda investigación…—Creo que está tomando más del tiempo necesario y no se enfocan en buscar lo realmente importante.Jerom discutía con uno de los detectives que estaba a cargo del tema del contrabando que al parecer se realizaba en la empresa. El CEO ya sabía cómo era todo, dilatarlo hasta tener que ofrecer un soborno, para que la investigación parara. No quería llegar a eso, él era un hombre en extremo honesto, pero ese día en particular tenía la necesidad de salir corriendo a su mansión, más específico, a su casa de huéspedes. Estaba ansioso, aunque tal vez no tanto como Amy lo soñaría.Ella hizo su rutina diaria, lavó y planchó la ropa de su jefe, dobló las camisas almidonadas y apestando a fresas, luego se hizo algo de comer y después se dio un largo baño. Para su sorpresa, cuando salió de su cuarto a prepararse el café del final de la tarde, encontr
Último capítulo