SOLO UNA AMA DE CASA

Elizabeth Morgan

Mi dulce Ariadna debe ir a casa a cuidar de Luis, el no está nada bien, ninguno lo está, pero él es un niño, no debería estar pasando por eso, él  mi hija y mi venganza son el motor que me mantiene con vida.

Morir no es una opción para mí aunque quisiera, es como si me hubiesen arrancado una parte de mi alma,  estoy agotada, mucha gente va a la clínica a darme el pésame, tanta que ni siquiera me dejan procesar mi duelo, quisiera que todos se largaran y me dejaran en paz, pero guardo silencio, en todo tiempo, ni siquiera respondo con monosílabos.

El colmo del descaro es ver a los familiares de Aron acá, su madre me abraza como si nada con el tiempo llegamos a tratarnos nuevamente después que nos echaran como unos perros de su casa, pero claro fue después que mi marido comenzó a tener éxito, tanto éxito que la fortuna de su familia es nada comparado con la nuestra.

Mi cuñado que trabaja con nosotros en el — Morgan, va con su madre y su padre donde aun estoy convaleciente, siento la falsedad de su dolor, a pesar de que ahora tengo tanto dinero como ellos, nunca dejo de tratarme como una empleada, me daba rabia cuando nos visitaba en casa, porque cada vez que podía me decía cosas como: —Tráeme un café por favor. — Queriendo que me sintiera una clase inferior a la de él, nos tratamos pero nunca nos tragamos…

Los malditos socios minoritarios de la empresa, van uno a uno todos sin disimular su cochino interés, incluso uno trato de sobrepasarse conmigo y me dijo que siempre me había amado, y que ahora que estaba sola podíamos ser felices juntos, inmediatamente le di una bofetada mirándolo con asco—En tu m*****a vida, te me vuelvas a acercar. — Chillo entre dientes tratando de controlar la furia que me corroe por dentro.

—Elizabeth, debes comer algo. — Me dice preocupado Jean Carlo ya que no he querido probar bocado, lo único que quiero es salir de aquí de una vez por todas.

—Estoy segura que mataron a mi esposo y no descansare hasta encontrar al culpable. — Le digo a nuestro mejor amigo poniéndome de pie con dificultad.

—Elizabeth por favor, no te levantes puede ser peligroso. — Me dice el escandalizado sujetándome los hombros.

—Peligroso seria quedarme aquí a esperar, que esos malditos vengan a terminar su trabajo, estoy segura que no van a descansar hasta que esté tres metros bajo tierra. — Le respondo, limpiando una lagrima que se me escapa de los ojos.

—La investigación que la policía está haciendo determino que lo que paso fue accidental. — Me responde el para que este tranquila.

— ¿Accidental?— Respondo soltando una carcajada carente de emociones— ¿Acaso estás loco? No eso no fue ningún accidente— Le digo segura, es más fácil quitarme la cabeza que quitar esta certeza que siento en mi corazón.

—Sé que te duele, a mí también me duele, él era como el hermano que nunca tuve, yo no sé qué haré ahora que el no está.— Me dice nuestro amigo quedando sin aliento, boqueando buscando aire, se que él es  una de las pocas personas que manifiestan un sentimiento genuino de perdida.

No abrazamos dándonos consuelo mutuo— No soy una asesina pero juro que me convertiré en una y acabare con cada uno de los implicados en la muerte de mi  esposo. — Le digo con seguridad.

—Señora Morgan, no puede ponerse de pie. — Me dice una enfermera escandalizada al verme levantarme, la miro con la barbilla alzada, como aprendí a mirar a la gente para ponerla en su lugar, emanando poder por cada uno de mis poros.

Ella se siente intimidada y más cuando le respondo— ¿Cómo harás para detenerme? Porque yo me voy ahora mismo de aquí.

—Elizabeth piénsalo bien. — Me dice Jean Carlo, tomándome un brazo.

—No pienses detenerme quiero ver a mi esposo, aunque sea por última vez, solo viéndolo sabré que no está. — Le digo determinada.

—No, es mejor que no lo veas, el cuerpo quedo irreconocible…Es lo mas horripilante que he visto en mi vida. — Solloza él y yo sacudo mi cabeza en forma de negación, no puede ser que mi esposo un hombre tan hermoso tuviese esa muerte tan horrible, tengo uno de mis brazos con quemaduras en tercer grado, y el dolor es algo insoportable, me imagino el dolor que  puede haber sentido el al momento de morir.

Siento una presión en mi garganta, tengo ganas de gritar, de renegar contra Dios mismo por lo que me está pasando, no es justo, por suerte aun cargaba el vestido rojo que use anoche, tengo ganas de arrancármelo, lo menos que merece mi esposo es que use negro en señal de luto de forma perpetua hasta que muera.

Salgo de la habitación, descalza no me importa la opinión de nadie, no me importa que piensen que me volví loca, Jean Carlo se apresura a seguirme, en la sala de espera su esposa me mira con pena, Amanda y yo nos hicimos buenas amigas desde que nos conocimos tuvimos como un clic una conexión espiritual inexplicable, ambas somos amas de casa, ella porque es lo que siempre quiso ser y yo porque eso era lo que Aron necesitaba para hacernos salir adelante.

El en casa siempre me decía que detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer, el me decía que el sin mí no hubiese conseguido nada, yo creo que si podía hacerlo, en mi vida no he conocido ni conoceré otro hombre como él, de eso estoy segura.

Subo al auto, en la parte de atrás, y ella sube conmigo, me abraza con cuidado de no rozar mi brazo quemado, llego a casa en absoluto silencio, subo a la habitación que compartí con mi esposo durante diez años, cuando compramos emocionados nuestra propia mansión.

Me quito el vestido y lo tiro a la basura, no me importa que cueste miles de dólares, lo odio, miro  las cosas de mi esposo en el baño en todos lados y decido que no las moveré, lo miro en todos lados ciento que me estoy volviendo loca.

Me visto completamente de negro; de la cabeza a los pies sin ningún tipo de maquillaje y sujeto mi cabello en una cola sin ningún tipo de gracia, no me importa que nadie me vea hermosa, siento que envejecí un siglo en un solo día.

Paso por la habitación de Luis y mis hijos están dormidos mientras Ariana abraza a Luis en forma de cucharita, tienen las lagrimas secas en las mejillas, a acuesto con ellos abrazándolos mientras sollozo en silencio, pienso que no pude escoger un mejor padre para mis hijos, el siempre sacaba tiempo de donde no tenia para ayudarlos con sus tareas de vez en cuando, como para llevarnos a cenar, o a un partido de básquet, del cual son fanáticos todos.

Mientras tanto en el — Morgan y asociados hay una reunión entre varios socios de la empresa para determinar el destino de la misma, en presencia de un abogado.

—Sugiero que le compremos las acciones a la viuda, ella no sabe nada de negocios estoy seguro que firmara contenta. — Dice el más codicioso.

—No debes subestimarla, no es tan tonta como tú crees. —Le dice Christian el  cuñado que conoce muy bien a Elizabeth...

—Por favor, es un ama de casa ignorante, sabe de negocios lo que yo sé de pasteles. — Dice el gordo burlados de la viuda.

—Tú sabes mucho de pasteles, gordo creo que la mosquita muerta de Elizabeth podría darnos una sorpresa. — Le dice la única mujer del —.

—Tu mejor cállate, que estas allí gracias a tus habilidades en la cama. — Le dice el ex esposo a la mujer que sonríe viéndolo a la cara, ella salió victoriosa en el divorcio con la mitad de los bienes del tipo que la mira con resentimiento.

Ella se carcajea— ¿No habrá una forma de quedarnos con las acciones de ella, tal vez haciéndola firmar un poder?— Pregunta el más joven—

—Les dije que no es ninguna tonta, no firmara nada sin leerlo previamente. — Responde Christian sentado en la silla como si tuviese flojera con una pelota anti estrés en las manos.

— ¡Malditas víboras! Solo esperaron que Aron muriera para intentar repartirse todo, pero están muy equivocados, todo esto le pertenece a la señora Morgan y a sus hijos. — Entra la asistente de Aron interrumpiendo la reunión de forma inesperada.

—Lamento informarles que lo que dice la señorita aquí presente es la verdad, no quiere decir que no se pueda negociar con la señora Morgan la venta, la sección o incluso la donación de las acciones del — Morgan entre ustedes.— Expresa el abogado hablando por primera vez viendo a todos los accionistas por encima de sus anteojos.

— ¡Basuras! ¡Carroñeros!— Grita la asistente, temblando de rabia e indignación.

—Saquen a esa mujerzuela de aquí, ella solo quiere un pedazo de todo pero te equivocas no tendrás nada solo eras la amante de turno de mi hermano. — Dice Christian a la chica que niega con la cabeza totalmente ofendida.

— ¡No voy a moverme de aquí!—Responde ella molesta.

—Estas despedida. — Dice con voz serena Christian, mientras los guardias de seguridad se presentan a sacar a la intrusa a la fuerza, por orden de uno de los altos ejecutivos del — y hermano del difunto socio mayoritario.

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