Dos mensajes

Mientras estaba sentado ahí en ese salón, solo tuvo una certeza. No le gustaban los doctores.

No porque creyese como algunos ignorantes que eran “matasanos”, no porque se creyese más que ellos, no por cualquier razón lógica o no lógica. Simplemente, no le gustaban ni los doctores, ni las enfermeras, ni las clínicas, ni las paredes blancas, ni los estetoscopios. Pero aunque no le gustasen, ahora mismo debía de esperar que uno de ellos le atendiese a ver si lograba quitarle la enfermedad que aquejaba su cuerpo.

El salón era amplio y luminoso, con sillas para hacer más llevadera la espera y algunos posters relacionados con el tema de la salud. Una planta solitaria adornaba una pequeña mesa de vidrio que a su vez dejaba reposar unas cuantas revistas de temas variados sobre su superficie. Un pasillo estaba unicado a su izquierda, que se dirigía como tal al consultorio del doctor.

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