Klaus acababa de irse y Giselle volvía a quedarse sola con sus pensamientos y, a pesar de que era de madrugada se sentía más despierta que nunca. Miró el reloj que estaba sobre la mesa: Las 2:45 am. Todo bien. Giselle se levantó de la cama completamente desnuda y comenzó a recoger su ropa que había quedado regada por todos los rincones de la habitación. Cuando se terminó de vestir, fue hasta el baño, se remojo la cara y sonrió. Era una sonrisa sincera, algo que usualmente no se veía en el rostro de Giselle. Pero hoy todo era diferente, hoy era el día, el gran día. Klaus y ella habían planeado todo con mucho cuidado: la liberación del prisionero y su escape junto con él a las tierras del norte del continente, donde esperaban conseguir apoyo para su causa. Giselle hubiera querido informar de los planes al prisionero, pero Klaus se lo había desaconsejado,