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Victoria.

La oscuridad de aquel oscuro callejón no me daba ni un poco de miedo. Eran los miles de ojos que podrían acecharme ocultos en ella lo que me asustaba.

Recorrerlo a paso ligero, sin poder dejar de pensar en las palabras de atención de Toro. Mcland estaba vigilando sus pasos, por lo que tenerme cerca era peligroso para ambos. ¿Qué tan malo sería si ese capullo se enteraba de lo que había entre nosotros?

Un ruido a un lado me hizo prestar atención hacia ese lugar. Abrí la boca dispuesta a chillar, asustada, cuando le vi: a ese hombre cubierto de tatuajes. Tenía un feo corte en la frente y otro en el

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