Al oír esto, el maestro de ceremonias sintió una calidez en su corazón y negó repetidamente con la cabeza:
—No, no, no se preocupe, Gran Princesa. La corona está bien.
—¿Es así? ... ¿Vas a llevar la corona al salón trasero?—preguntó Dilia sonriendo al maestro de ceremonias. Este, sin pensarlo mucho, asintió.
—Sí, Gran Princesa.
—Entonces ve, ten cuidado y guarda bien la corona. Es de mi hermana, no vaya a ser que algún ladrón la toque o se la lleve.
Dilia parecía insinuar algo, pero el maestro de ceremonias pensó que solo estaba preocupada por él y sonrió:
—Gran Princesa, está bromeando. ¿Cómo podría haber ladrones en el palacio?
—Es cierto. Puedes irte entonces.
Dilia hizo un gesto con la mano y el maestro de ceremonias, después de hacerle una reverencia, se retiró. Al frente, la gente seguía celebrando animadamente.
Dilia miró a su alrededor y, al ver que nadie le prestaba atención, siguió al maestro de ceremonias hacia el salón trasero.
La reina y Laura sostenían juntas el cuchill