En el camino a la compañía de Laura, Jaime miraba a Diego con una extraña expresión.
Diego comenzó a incomodarse y preguntó:
—¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así?
Con un tono inexpresivo, Jaime le dijo:
—No puedo creer que dejaras que tu esposa trabaje. Por cómo sueles ser, pensé que la tendrías totalmente consentida, encerrada en una habitación donde solo te viera a ti.
Diego lo miró fríamente:
—Eso se llama privar de libertad a alguien. No me esperaba que ni un abogado pudiera entenderlo.
Jaime carraspeó, cada vez más curioso por conocer a esa misteriosa esposa que tenía a Diego tan bien adiestrado.
Pronto llegaron al edificio de la compañía de Laura.
La recepcionista ya conocía a Diego y al verlo llegar, discretamente hizo una llamada:
—Señorita Laura, el señor García está aquí.
Después de colgar, indicó a Diego que tomara el ascensor privado de la presidencia al despacho de Laura.
Apenas abrió la puerta, Diego se quedó pasmado al ver los documentos apilados sobre el escrit