Miranda
Al llegar al restaurante suelta mi mano y me mira a la espera de algo.
—¿Qué? —pregunto.
—Tu abrigo —dice, con obviedad, y sonrío como tonta.
Sujeto el cinturón que ciñe el gabán a mi cintura y aprieto las manos alrededor de él al recordar un minúsculo detalle.
—Acabo de recordar que tengo calor —digo, y tapo mi boca—. ¡No! Frío. Lo que tengo es frío, lo juro.
James suspira y me observa como si intentara descifrarme y doy gracias al cielo a que sea tan cuadriculado como para presentir algo de mi parte. Se encoge de hombros y toma mi mano para seguir nuestro camino por donde nos