39. Una vivora

Y mientras el hombre su vida desaparecía, los pedazos del corazón de Abby que aun habían sobrevivido a tanto dolor terminaban por fragmentarse. Ya no quedaba nada de él, porque lo sabía, no volvería a ver a Eros. Tenía muchos problemas como para regresar por ella, y si lo hacía quizás estuviera condenando su mundo a la destrucción total. Era algo que no deseaba, era obvio que era su hogar el que estaba en juego.

Para cuando el último rastro del rostro de Eros se desvaneció, Abby se derrumbó en el suelo echándose a llorar sin consuelo alguno. El ardiente dolor que sentía en el pecho era aterrador…

[…]

El cuerpo de Eros regreso a su mundo y de inmediato apareció con sus atuendos usuales. Al divisar su creación frunce el ceño, los perros del infierno habían sido liberados y estos estaban haciendo un completo desastre. As

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