Arya no puede dejar de llorar. Ayden ya le había llamado codiciosa, interesada y no pensaba pedirle más. Suficiente humillación había tenido ya en su vida.
—¡Para mañana! ¡¿Oíste?! —advierte su hermano y luego cuelga.
La joven doctora se levanta del sofá con las manos temblorosas, el rostro manchado de lágrimas y la boca seca.
Toma su maleta, su bolsa de la farmacia y su móvil. Camina hasta su recámara, intenta recomponerse, debe hacerse la prueba lo antes posible. Porque si no está embarazada aún puede huir y pagarle lo que debe a Ayden poco a poco. Pero de ser lo contrario, estaría sujeta a él por los siguientes nueve meses.
Entra al baño y realiza los dos test, la desesperación le carcome las entrañas, tiene sed así que les pone sus cubiertas y sale con ellas en la mano. Va a la cocina, necesita comer algo y beber agua. En todo el día no había probado nada, urgencias había estado lleno por culpa de unos maratonistas.
Justo cuando toma un vaso de cristal de una gaveta superior,