El amor, no es un dólar
El amor, no es un dólar
Por: J. I. López
Capítulo 1: La firma de un matrimonio.

Amor. Aquel sentimiento que te lleva del cielo al infierno en una sola vuelta a la luz del sol.

—Luces hermosa, Madison —

Un vestido. Aquella prenda, la más especial para una mujer, que la haría lucir como la más hermosa princesa que feliz esperaba a su destinado encuentro con el perfecto príncipe.

—Seguro el será un hombre muy afortunado de tenerte, será el esposo más dichoso —

Un marido. Aquel que una mujer escogía como su único, como aquel hombre con el que estaba dispuesta a compartir el resto de su vida, y de quien se había enamorado en medio de flores y bellos cuentos que pasaban desde las páginas hasta la realidad.

—Es una pena, él ha dicho que no asistirá a su propia boda, esto debe de permanecer en secreto, o ella quedará expuesta al ridículo —

Aquel lugar se sentía solitario, tan vacío como aquel que sentía en lo profundo de su corazón. Todas las pocas miradas presentes, estaban sobre la hermosa y solitaria novia, que lucía tan hermosa como una princesa, pero que era tan miserable como aquellos que hacia el paredón caminaban para encontrarse con su último destino.

—Debes de firmar esté papel, si en el plazo de un año no es feliz con el señor Black, entonces, será libre de solicitar un divorcio, señorita Harrington —

En aquella solitaria boda, solo estaba presente la hermosa novia; el novio, no se había presentado por razones que nadie conocía. La solitaria joven, ataviada en aquel hermoso y costoso vestido blanco, se descubría el rostro haciendo a un lado el precioso velo de encaje. Firmando aquel frio papel en donde su nombre, y el de aquel que se había negado a asistir a su propia boda, yacían juntos declarados como marido y mujer, Madison Harrington había sellado su destino, aquel contrato matrimonial ya había sido firmado por el ausente novio, y con su firma, aquel trato estaba sellado. Aplausos se hacían presentes, y los pocos y seleccionados invitados, felicitaban a la solitaria novia mirándola con un deje de lastima. El famoso y multimillonario Elijah Black, ahora estaba oficialmente casado, la prensa invitada, había sido prohibida de informar la inasistencia del novio, y sabiendo bien que el extravagante multimillonario siempre se negaba a tomarse fotografías bajo cualquier circunstancia, para nadie parecería extraño que aquella hermosa novia de cabellos azabaches como la noche, y encantadores ojos celestes, apareciera sola en los titulares de los mejores periódicos del mundo.

Prácticamente nadie en el mundo conocía el rostro de Elijah Black, su ahora esposa, tampoco lo conocía. Así era…ella no se había enamorado de aquel hombre del que apenas y si conocía su nombre, ella no había ido junto a su mejor amiga a escoger el más precioso vestido para su día más especial. Ella no había escogido al hombre con el que ahora estaba casada, y que, sin contemplaciones, la había dejado sola en aquella actuación que la dejaba en ridículo. Aquel circo había terminado. No había una celebración, no había palomas blancas ni encantadoras flores de azahar perfumando sus pasos. Madison, salía por la puerta trasera de aquel lujoso hotel que pertenencia a la adinerada familia de su desconocido esposo para enclaustrarse en una vieja mansión a las afueras de la ciudad. Ella, había cumplido. Su adorado padre adoptivo ahora estaba a salvo de la quiebra, aunque ella, tenía roto el corazón, desde hacía demasiado tiempo…

En un lujoso rascacielos en Dubái, un hombre abría una botella de lujoso champagne. Ahora, el soltero más codiciado del mundo, estaba formalmente casado. Sus cabellos castaños se ondeaban en el viento, y sus ojos ambarinos miraban el espectáculo de luces que había ordenado se encendiera en su nombre. La familia Harrington había sido salvada de su desgracia, y en solo un año más, el seria declarado soltero nuevamente.

—Señor, le han llegado las fotografías de su esposa, la señorita Madison Harrington, me han avisado que las enviaron a su celular y su correo, quizás, debería viajar para verla, dicen que es una verdadera belleza la hija de…

—No me interesa, esa mujer es como el resto, solo quieren al gran Elijah por ser el multimillonario heredero de la familia Black, así que, no importa si es la mujer más bella del mundo, esa mujer, no podría interesarme nunca, recibí el correo y los mensajes de mi padre, pero los he eliminado sin ver, así que, Fabricio, no quiero oír una palabra más del tema. Mañana enviaras una tarjeta de crédito sin límite, y un guardarropa con la ropa más costosa que exista, de esa manera, mi esposa me dejara tranquilo, hay muchas mujeres como ella aquí mismo dispuestas a complacerme, y o lo olvides, ninguna mujer ama en realidad, todas tan solo quieren lo que llevas en tu billetera, la nueva señora Black, no es la excepción —

Y con aquellas palabras, Elijah Black observaba los fuegos artificiales, aquella era su noche de bodas, y la disfrutaría a lo máximo con todas aquellas mujeres que ya lo estaban esperando.

—Por favor, pase señora Black, este será su nuevo hogar, la mansión del amo es…

—Le ruego, señor mayordomo, que no me lame señora Black, todos aquel sabemos que esto no es más que una farsa montada, solo soy la esposa de ese hombre por mi padre, y en solo un año, seré libre de el —

El mayordomo, fiel a su señor, negó.

—El amo Elijah es un buen hombre, señorita, si se permitiera conocerlo…

—No quiero conocerlo, no quiero tener nada que ver con él, un hombre que compra a una mujer, no puede ser una buena persona — y saliendo de aquella entrada, aquella joven en sus apenas diecinueve años, sentía su corazón hecho pedazos.

Madison, caminaba al interior de aquella solemne y solitaria mansión. Sus ojos, empañados por las lágrimas, admiraban aquel hermoso cuadro que orgulloso se erigía en el centro del enorme salón principal. Aquella mujer era hermosa, quizás, sería su única compañía durante sus años viviendo en el sitio. Saliendo al balcón lleno de rosas, la hermosa pelinegra admiro las bellas colinas y los valles de abedules que brillaban hermosos y radiantes bajo la luz del sol. Recargándose, sintió gran alivio. Esa noche, y quizás, ninguna otra, no tendría que dormir con un desconocido.

El contrato nupcial había sido firmado, Madison y Elijah eran marido y mujer, pero ninguno conocía el rostro del otro. Negándose a conocerse, negándose a amar, ambos cargaban con la amargura del cruel desamor en sus almas, y Madison, ya había sufrido peores destinos.

—Señorita, ha llegado un nuevo guardarropa para usted con prendas de diseñador, y e joven amo le ha enviado una tarjeta de crédito sin límite para que pueda solventar sus gastos, ahora mismo están llevando todo a su habitación —

Madison sonrió con ironía. Mirando al mayordomo, negó.

—Has que suban todo a mi viejo auto señor Giuseppe, usare mi ropa de siempre, y esa tarjeta, guárdala en algún cajón y olvidemos que existe, le voy a demostrar a su querido amo, que a mi no me va a comprar con su dinero, el amor, mi querido amigo, no es un dólar —

—¿Y que es lo que hará con toda esa ropa? Señorita — cuestiono el sorprendido mayordomo.

—¿No es obvio? La llevaremos a la caridad — respondió Madison alegremente.

En su oficina, Elijah acariciaba a esa mujerzuela que había seguido el puesto de secretaria, una más que caía en su cama sin esfuerzo alguno, él siempre tenía lo que quería, y nada ni nadie podrían hacer nada al respecto. En su vieja mansión familiar, su esposa lo estaba esperando, pero él no tenía intención alguna de verla. Aquella mujer, estaba seguro, se estaba dando la gran vida con aquella tarjeta ilimitada.

“Debes de ir a conocer a tu esposa, aquella chica no es como las demás, te lo pudo asegurar”

Las palabras de su odiado padre aun resonaban dentro de su mente, sin embargo, viviendo del hombre más rastrero y traicionero que había conocido, no creyó un sola de sus palabras. Su esposa era, seguramente, una arpía como lo eran todas, y nada lo haría cambiar de opinión.

En un maltratado orfanato de la ciudad, aquel que cuando era niña los había refugiado a ella y su hermano, Madison se despedía de la madre superiora quien le agradecía infinitamente su donativo. Aquellas prendas de lujoso serian subastadas para solventar los gastos del hospicio. Sonriendo, la hermosa pelinegra se retiraba. Dentro de un año, ella seria completamente libre, y nadie iba a impedírselo.

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