Capitulo 3

CYDILER

"Cydiler, debes correr..."

Obedecí la voz de esa persona en mi mente y corrí por el espeso bosque cubierto de tinieblas en el que me encontraba. Estaba descalza de nuevo, con un vestido blanco y un cuchillo plata en mis manos. Mi cabello ondeaba con la brisa de la noche y mis sentidos estaban alertas ante cualquier sonido.

No sabía nada sobre el entorno en que me encontraba, pero debía encontrar a esa persona. Hallar las respuestas del odio a los naturales.

– Cydiler. – llama esa voz.

– ¡Aquí estoy! – Grité.

Di un paso más en el laberinto de árboles, aproximándome hasta la voz del hombre misterioso. Pero de nuevo tres figuras me interrumpieron el paso.

Tres figuras cubiertas por una capa negra, con una capucha sobre su cabeza sin dejar ningún rastro al descubierto. Dos eran más altas que una, pero eso no era lo importante. Lo que llamaba mi atención eran los símbolos que tenían grabados en la tela con un hilo dorado.

Vida.

Muerte.

Ilusión.

– ¿Quiénes son ustedes? – Pregunté, como cada noche desde que se presentaba este extraño sueño.

– Asgi. – responde la vida.

– Relagi. – dice la ilusión.

– Nosyht. – respondió la muerte.

– Necesitas respuestas y nosotros la tenemos. – dice una cuarta voz.

Una nueva figura pequeña salió detrás de los tres primeros y se colocó frente a mí con media sonrisa.

Tenía también un símbolo: Los sueños.

– ¿Dónde están? – Pregunto mirando a la cuarta figura con el ceño fruncido.

– No existimos. – dice la vida.

– Aún. – termina la muerte.

Los miro a todos detenidamente sin comprender lo que dicen, cuando de pronto, uno a uno, se retiran las capuchas de su rostro.

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– ¡Sáquenme de aquí!

Grité y grité, rasgué las paredes de este lugar hasta partir mis uñas y ver la sangre sobre mis manos, pero aun así no podía salir de aquí. Estaba atrapada en esta habitación blanca, viendo en mis sueños – una y otra vez – a esos encapuchados desconocidos.

Este lugar me está consumiendo lentamente, mis fuerzas se están agotando, mi memoria se pierde y lo peor de todo es que... ya no recuerdo ni quién soy o a dónde voy.

Sólo tengo claro una cosa: Debo salir de este lugar.

Dejo caer mi cuerpo en una esquina de este lugar. La ropa sucia me daba mareos; es como si verla me causara un estrago en el estómago y no pudiese cambiarlo. Siempre he creído que puede llevarme a recordar algo, tal vez, indicarme de dónde vengo; pero ese instante fugaz siempre se evapora en el viento. Nunca puedo alcanzar el recuerdo y ver lo que realmente me ocurrió.

Mis manos estaban destruidas completamente por los golpes a las paredes, las diferentes líneas desiguales de sangre dibujadas en la superficie blanca me recordaban mi tortura, y el dolor era un castigo.

– Por lo menos, algo me distrae en este lugar. – me digo a mí misma observando las líneas sangrientas en la pared.

De nuevo – en mi lucha por salir de esta habitación – he escrito un nombre.

Igaler.

¿Quién es? ¿Por qué escribo su nombre ahora? ¿Qué es lo que evoca en mí?

Cerré los ojos un momento para analizar cada letra de ese nombre y buscar la respuestas que necesito, pero nada. En mi mente no existía nada que me ayude a recordar.

Abrí los ojos, desviando la mirada a los dos nombres junto al nuevo y un nudo se apoderó de mi garganta con todas sus fuerzas. El llanto me sobrevino y las lágrimas de sangre salieron a borbotones sin saber el por qué. Tampoco era la primera vez que esto ocurría, con cada nombre que estaba escrito en este lugar yo lloraba por horas y horas hasta levantarme para volver a intentar conseguir mi libertad.

Gail. Isga. Igaler.

– ¿Quiénes son ustedes? – pregunté a los nombres perdiendo las pocas esperanzas que me quedaban.

Una lágrima de sangre cayó en el suelo impoluto del lugar, creando una onda similar a la del agua. El espacio se tornó de color, el suelo se volvió tierra, rocas y moho; y las paredes árboles. Un bosque. Estaba en un bosque.

Me levanté del suelo con manos temblorosas, esperando la llegada de los sujetos encapuchados; pero no fue su imagen la que observé en este lugar. Tres niños.

Frente a mí había tres pequeños vestidos de negro, observándome con curiosidad y ¿alegría?

– ¿Quiénes son ustedes?

Dos de los chicos dieron un paso al frente, protegiendo a la chica entre ellos con el ceño fruncido. Todos ellos tan similares que podían ser... hermanos.

El de la izquierda debía ser el mayor de todos, con sus ojos multicolores, azul y café, el cabello negro alborotado sobre su frente pálida y los rasgos finos dignos de un príncipe o algún guerrero. Se veía demasiado maduro para su edad. Y el de la derecha, el hermoso chico de ojos azules y cabello castaño, lucía como un ángel enviado del cielo. Él era idéntico a la chica de ojos verdes tras ellos.

– Gail. – responde el niño de la izquierda, el tono de desconfianza seguía allí mientras me observaba.

– Igaler. – dice el otro niño.

– Isga. – saluda la niña con media sonrisa, tras ellos.

¿Niños?

¿Estuve escribiendo los nombres de unos niños?

Pasé una mano por mi rostro, intentando liberar la tensión en ese lugar provocada por la llegada de estos tres individuos. Me senté en uno de los troncos caídos sin volver a verlos.

– ¿Por qué estás triste? – Pregunta Gail, colocándose frente a mí.

Sus pequeñas botas negras eran visibles en el suelo junto a las mías. Las de él estaban impolutas, sin ningún rasguño; en cambio las mías estaban destruidas, cubiertas de lodo y sangre. Por un momento, me sentí pequeña frente a él.

– No lo sé. – admití con un nudo en la garganta.

– Está igual a papá, chicos. – dice la pequeña, arrodillándose frente a mí con una amplia sonrisa. Sus ojos verdes brillaron de tristeza al encontrarse con los míos. – Ellos también te lastimaron.

– ¿Quiénes? Ni siquiera sé quién soy o de dónde vengo. – digo al borde del llanto. – Estoy cansada de esto.

– Ellos, los cazadores. – dice Igaler de brazos cruzados. Lo miré con curiosidad y él desvió la mirada al río junto a nosotros. – Las personas que provienen del templo.

– Es cierto. – admite Isga decaída. – Los cazadores quieren muertos a nuestros padres, por eso se están escondiendo.

– ¿Quiénes son sus padres?

– Son los Otcapergnas de mundos diferentes. – sonríe Isga, mirándome. – Cydiler y Fitz.

El espacio regresó a ser la misma habitación blanca en la que llevo tantos años; caí de bruces al suelo con la respiración acelerada y un gemido salió de mis labios.

Yo sé quién soy.

"Sé fuerte, mamá".

Escucho la voz de Isga retumbando en toda la habitación.

Me levanté del suelo con manos temblorosas, observé los nombres escritos con sangre y golpeé con todas mis fuerzas la pared de este lugar.

No voy a rendirme. No puedo hacerlo. Dije que lucharía por las personas que amo, por mi familia. Por Fitz...

– Resiste un poco más, por favor, resiste. – pedí entre lágrimas golpeando la pared.

Y de pronto, en la pared surgió una grieta.

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