Los Leones Dorados siguieron rugiendo mientras recorrían sus jaulas. Sus rugidos hacían que el aire a su alrededor vibrara y parecía hacer eco en el cielo.
En ese momento, el rostro de Marshall estaba lleno de sonrisas, aunque sus ojos permanecieron fríos. No había forma de que Darryl pudiera domar a diez Leones Dorados al mismo tiempo. Había dos destinos para él: ser masticado hasta morir o ser despedazado.
Bajo las órdenes de la Reina, los guardias habían formado un perímetro de cercas de metal como arena para que Darryl domara a los Leones Dorados. Una vez que se estableció el perímetro, los diez Leones Dorados fueron liberados a la arena.
Marshall se echó a reír a carcajadas. “Todo está listo para ti. Adelante entonces. No me digas que tienes miedo ahora que has visto lo feroces que son en realidad”.
Todos dirigieron su atención a Darryl.
“Esos Leones Dorados sí que dan miedo. ¿Se va a retractar ahora?”.
“Parece que está arrepintiéndose de sus palabras”.
“¡Por supuesto! ¡Cua