Stella hizo la sugerencia solemnemente; sus ojos mostraban bondad.
Stella podía ver que Yvette era una mujer importante para Darryl, pero ella no estaba celosa. Ella se sintió contenta de poder ayudar a Darryl tanto como fuera posible.
Sin embargo, la Emperatriz no apreció su amabilidad. Ella respondió con una reprimenda fría: “¡Cállate! ¿Quién eres tú para interrumpirme cuando estoy hablando con este desgraciado?”.
Stella sonrió con amargura; ella no dijo nada más después de sentir el aura imponente de la Emperatriz.
Darryl agitó su cabeza con firmeza. “Su Majestad, lo siento, pero no puedo dejar que usted e Yvette se vayan”.
Yvette y él habían pasado por tantos giros y vueltas antes de que finalmente pudieran estar juntos; ¿él cómo podía renunciar a su relación tan fácilmente?
Él juró no volver a separarse de ella nunca más.
“Está bien si no estás de acuerdo. Ella es mi hija, así que tengo derecho a llevármela”. La Emperatriz tenía una mirada de altivo desdén y se negab