Capítulo 2 - El inicio del fin…

Continuación del Flashback…

solo estaba a unos metros…, a unos pocos…

Otra flecha la atravesó sin piedad haciéndola caer. En un último esfuerzo por salvarse la mujer giró sobre sí misma dejándose caer sobre su espalda para evitar que las pequeñas pudiesen golpear el suelo.

Como pudo empezó a mover ágilmente las manos, sin soltar a los dos fardos, e intentando trazar las líneas de un encantamiento protector, sin embargo, una oscura figura masculina se lo impidió al pisar su tobillo atravesado con la segunda flecha.

La joven profirió un desgarrador chillido y ambas pequeñas empezaron a llorar al unísono como si supiesen lo que a su madre le estaba sucediendo.

- Eres una desgraciada – le espetó el hombre arrebatándole el fardo de ojos carmesí que lloraba con más ahínco todavía. – Por fin nos encargaremos de esta aberración.

- No, por favor – sollozó la mujer – es solo una niña, no le hagas nada – hipó intentando olvidar el gran dolor del que era presa.

- Calla furcia – le respondió con desdén el hombre escupiéndole encima mientras le pasaba el lloroso fardo a uno de sus secuaces.

El cabecilla embozado se agachó cerca de la malherida mujer y, entre risas, observó cómo entre los rosados labios de esta empezaba a escurrirse un fino hilo de sangre.

- Ahora empieza tu sufrimiento bruja – le espetó mientras metía su dedo dentro de la sangrante herida de su costado.

La joven podía percibir cómo su pulmón iba poco a poco encharcándose y, con el poco aliento que le restaba, cogió muy fuerte a su otra hija intentando protegerla de aquel ser demoníaco.

- Patética… - murmuró él mientras se levantaba alzándose amenazante a su lado. – Ha llegado tu final y el de esas criaturas m*****a.

Justo cuando el hombre se dispuso a ejecutar a la joven un rugido entre las ramas lo alertó de que estaba siendo acechado. Con cuidado se giró quedando cara a cara con una gran manada de hombres lobo que lo analizaban con una clara amenaza de sangre en sus ojos.

- ¿Vosotros quiénes sois? – bramó el embozado.

Uno de los lobos se adelantó y medio transformó en humano lo suficiente como para poder comunicarse con el atacante de aquella joven.

- Te da igual quién sea yo – rugió el lobo – porque no vivirás para ver el amanecer.

- Demasiado ego entre tanto pelo – se mofó el embozado aún sin poder ocultar cierto temor en sus palabras.

Era, sin duda, un grupo numeroso de lobos y, si atacaban todos a la vez, a lo mejor él y sus hombres saldrían algo más que solo muy mal parados, y de eso era plenamente consciente con el solo percibir la furia que se veía en las lobunas miradas.

- Apártate de mi pareja mal nacido – lo amenazó el lobo con un siseo.

- ¿Tú pareja? – preguntó el atacante perplejo.

- ¡Sí! – vociferó el lobo irritado – no volveré a decirlo.

El embozado fue, poco a poco separándose del cuerpo de la desmayada mujer y, con cautela tomó la cabeza de su escaso número de hombres. Si obraban con cuidado podrían salir de allí y preservar con él a una de aquellas mocosas que estaban destinadas a destruir el mundo tal y como se conocía.

- De acuerdo lobo – murmuró él – hagamos un trato…

- Yo no hago trato con gente de tu calaña – sentenció el lobo.

- Puede ser – sopesó el embozado- sin embargo, si me atacas, muchos morirán – expuso – y no todos serán de mi bando – puntualizó.

El lobo lo contempló sopesando las posibles pérdidas y, ante tal situación y con su pareja de vida allí tendida, desangrándose decidió ceder y escuchar al atacante.

- ¿Y bien? – esperó la propuesta.

- Nosotros nos vamos y no os molestamos más y tú puedes quedarte con tu pareja y su hija.

- ¿Hija? – preguntó el lobo sorprendido. ¿Tenía una hija? Su corazón se aceleró ante tal descubrimiento. Jamás se habría imaginado que, en tan breve lapso de tiempo juntos ella le hubiese dado una hija. Su propio lobo se inquietó fruto de la alegría, pero también con claro temor de perderlas a ambas.

- Ya veo, lobito, que no lo sabes todo de tu querida pareja – bromeó el hombre entre risas sorprendido ante la idea de que aquel aterrador hombre de ojos como la noche no supiese que su propia pareja tenía a su descendencia cobijada entre sus brazos.

Tanto mejor para él, si aquel maldito lobo le truncaba los planes al menos no lo haría en su totalidad, ya que era ignorante de que aquella mujer no solo tenía una cachorra, sino que era madre de dos y, una de ellas, ahora estaba en su poder, casualmente, la que más le interesaba así que, puestos a intentar ver el vaso medio lleno, él ganaba parte de la partida a aquel maldito lobo que le había destrozado de un plumazo no solo su plan sino toda una noche de fría y exhausta cacería.

- ¿Qué hacemos Alfa? – le preguntó por el vínculo el Beta, un lobo grisáceo e imponente que se hallaba unos pocos pasos por detrás de él cubriéndole la retaguardia por si aparecían más malnacidos como aquellos.

- No atacaremos – sentenció el Alfa después de meditarlo

- ¿Estás seguro? – preguntó el Beta dubitativo - ¿dejarás que se vayan sin más? – indagó.

- No me hace ni la más mínima gracia que así sea – rebufó sin apartar los ojos del embozado que esperaba su respuesta allí delante. – Sin embargo, no me quedan muchas opciones, ahora que por fin encuentro a mi luna después de tanto tiempo rastreándola no voy a perderla por este canalla nuevamente.

- Nada desearía más que arrancarle la cabeza haciéndole pagar por todo el daño que le ha infligido a ella, pero – suspiró con preocupación patente en su voz – puedo percibir cómo se escapa la vida entre los labios de mi pareja y eso no puedo permitirlo. Si debo perseguir al malnacido lo haré, pero no ahora.

El embozado contempló al lobo que se hallaba delante de él. Esperaba no tener un enfrentamiento en ese momento o las cosas podían torcerse más de lo deseado.

- Entonces, ¿qué será lobo? – le instó con prisa e inquietud impregnando su voz.

- Hoy vivirás maldito – rugió entre sus colmillos salivantes – pero, en cuanto pueda, te encontraré y te mataré con mis propias manos.

- Lo que usted diga Alfa Titus – se jactó el embozado mientras aprovechaba el momento para escapar.

Titus se acercó a su amada, la cual estaba allí tendida e inconsciente aferrada a un fardo pequeño y frágil, su hija. Una muy ansiada heredera de la que desconocía hasta entonces su existencia.

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