Continuación del Flashback…
solo estaba a unos metros…, a unos pocos…
Otra flecha la atravesó sin piedad haciéndola caer. En un último esfuerzo por salvarse la mujer giró sobre sí misma dejándose caer sobre su espalda para evitar que las pequeñas pudiesen golpear el suelo.
Como pudo empezó a mover ágilmente las manos, sin soltar a los dos fardos, e intentando trazar las líneas de un encantamiento protector, sin embargo, una oscura figura masculina se lo impidió al pisar su tobillo atravesado con la segunda flecha.
La joven profirió un desgarrador chillido y ambas pequeñas empezaron a llorar al unísono como si supiesen lo que a su madre le estaba sucediendo.
- Eres una desgraciada – le espetó el hombre arrebatándole el fardo de ojos carmesí que lloraba con más ahínco todavía. – Por fin nos encargaremos de esta aberración.
- No, por favor – sollozó la mujer – es solo una niña, no le hagas nada – hipó intentando olvidar el gran dolor del que era presa.
- Calla furcia – le respondió con desdén el hombre escupiéndole encima mientras le pasaba el lloroso fardo a uno de sus secuaces.
El cabecilla embozado se agachó cerca de la malherida mujer y, entre risas, observó cómo entre los rosados labios de esta empezaba a escurrirse un fino hilo de sangre.
- Ahora empieza tu sufrimiento bruja – le espetó mientras metía su dedo dentro de la sangrante herida de su costado.
La joven podía percibir cómo su pulmón iba poco a poco encharcándose y, con el poco aliento que le restaba, cogió muy fuerte a su otra hija intentando protegerla de aquel ser demoníaco.
- Patética… - murmuró él mientras se levantaba alzándose amenazante a su lado. – Ha llegado tu final y el de esas criaturas m*****a.
Justo cuando el hombre se dispuso a ejecutar a la joven un rugido entre las ramas lo alertó de que estaba siendo acechado. Con cuidado se giró quedando cara a cara con una gran manada de hombres lobo que lo analizaban con una clara amenaza de sangre en sus ojos.
- ¿Vosotros quiénes sois? – bramó el embozado.
Uno de los lobos se adelantó y medio transformó en humano lo suficiente como para poder comunicarse con el atacante de aquella joven.
- Te da igual quién sea yo – rugió el lobo – porque no vivirás para ver el amanecer.
- Demasiado ego entre tanto pelo – se mofó el embozado aún sin poder ocultar cierto temor en sus palabras.
Era, sin duda, un grupo numeroso de lobos y, si atacaban todos a la vez, a lo mejor él y sus hombres saldrían algo más que solo muy mal parados, y de eso era plenamente consciente con el solo percibir la furia que se veía en las lobunas miradas.
- Apártate de mi pareja mal nacido – lo amenazó el lobo con un siseo.
- ¿Tú pareja? – preguntó el atacante perplejo.
- ¡Sí! – vociferó el lobo irritado – no volveré a decirlo.
El embozado fue, poco a poco separándose del cuerpo de la desmayada mujer y, con cautela tomó la cabeza de su escaso número de hombres. Si obraban con cuidado podrían salir de allí y preservar con él a una de aquellas mocosas que estaban destinadas a destruir el mundo tal y como se conocía.
- De acuerdo lobo – murmuró él – hagamos un trato…
- Yo no hago trato con gente de tu calaña – sentenció el lobo.
- Puede ser – sopesó el embozado- sin embargo, si me atacas, muchos morirán – expuso – y no todos serán de mi bando – puntualizó.
El lobo lo contempló sopesando las posibles pérdidas y, ante tal situación y con su pareja de vida allí tendida, desangrándose decidió ceder y escuchar al atacante.
- ¿Y bien? – esperó la propuesta.
- Nosotros nos vamos y no os molestamos más y tú puedes quedarte con tu pareja y su hija.
- ¿Hija? – preguntó el lobo sorprendido. ¿Tenía una hija? Su corazón se aceleró ante tal descubrimiento. Jamás se habría imaginado que, en tan breve lapso de tiempo juntos ella le hubiese dado una hija. Su propio lobo se inquietó fruto de la alegría, pero también con claro temor de perderlas a ambas.
- Ya veo, lobito, que no lo sabes todo de tu querida pareja – bromeó el hombre entre risas sorprendido ante la idea de que aquel aterrador hombre de ojos como la noche no supiese que su propia pareja tenía a su descendencia cobijada entre sus brazos.
Tanto mejor para él, si aquel maldito lobo le truncaba los planes al menos no lo haría en su totalidad, ya que era ignorante de que aquella mujer no solo tenía una cachorra, sino que era madre de dos y, una de ellas, ahora estaba en su poder, casualmente, la que más le interesaba así que, puestos a intentar ver el vaso medio lleno, él ganaba parte de la partida a aquel maldito lobo que le había destrozado de un plumazo no solo su plan sino toda una noche de fría y exhausta cacería.
- ¿Qué hacemos Alfa? – le preguntó por el vínculo el Beta, un lobo grisáceo e imponente que se hallaba unos pocos pasos por detrás de él cubriéndole la retaguardia por si aparecían más malnacidos como aquellos.
- No atacaremos – sentenció el Alfa después de meditarlo
- ¿Estás seguro? – preguntó el Beta dubitativo - ¿dejarás que se vayan sin más? – indagó.
- No me hace ni la más mínima gracia que así sea – rebufó sin apartar los ojos del embozado que esperaba su respuesta allí delante. – Sin embargo, no me quedan muchas opciones, ahora que por fin encuentro a mi luna después de tanto tiempo rastreándola no voy a perderla por este canalla nuevamente.
- Nada desearía más que arrancarle la cabeza haciéndole pagar por todo el daño que le ha infligido a ella, pero – suspiró con preocupación patente en su voz – puedo percibir cómo se escapa la vida entre los labios de mi pareja y eso no puedo permitirlo. Si debo perseguir al malnacido lo haré, pero no ahora.
El embozado contempló al lobo que se hallaba delante de él. Esperaba no tener un enfrentamiento en ese momento o las cosas podían torcerse más de lo deseado.
- Entonces, ¿qué será lobo? – le instó con prisa e inquietud impregnando su voz.
- Hoy vivirás maldito – rugió entre sus colmillos salivantes – pero, en cuanto pueda, te encontraré y te mataré con mis propias manos.
- Lo que usted diga Alfa Titus – se jactó el embozado mientras aprovechaba el momento para escapar.
Titus se acercó a su amada, la cual estaba allí tendida e inconsciente aferrada a un fardo pequeño y frágil, su hija. Una muy ansiada heredera de la que desconocía hasta entonces su existencia.
Áurea contempló cómo su pequeña hija jugueteaba con otras niñas de la manada. Con tan solo dos años y medio se trataba de una pequeña risueña y resuelta que jamás estaba sola, más bien siempre se la veía rodeada de amigos que la adoraban como si de una pequeña diosa se tratase y no era para menos, ya que la entrañable mocosa se desvivía por agradar y complacer al resto. Cuando alguien se hacía daño Arella estaba allí para ayudarle, si alguien lloraba la pequeña corría a consolarlo y si alguno clamaba por auxilio la pequeña jovencita se marchaba rauda a socorrerlo. Si eso era capaz de hacerlo a tan extremadamente corta edad, ¿qué haría en unos años?, ¿cómo sería su yo adulto? Sin duda podía ser una gran líder en unos años, debido a que arrojo, empatía y valor no le faltaban en ningún momento. Sin embargo, ¿quería ella que así fuese? Ante la perspectiva de que, su ahora única hija, pudiese sufrir algún mal Áurea sintió un estremecimiento atenazando su cuerpo. Ojalá en momentos así ella
Bastantes años más tarde... La noche oscura extendió su manto por las frondosas y arboladas colinas. Pastos y bosques se vieron rodeados por la densa e impenetrable niebla invernal acompañada por un perturbador silencio. Los búhos ululaban a la silenciosa luna mientras los moradores del bosque se movían con cautela en el cobijo de las sombras. A ojos de cualquiera podía parecer un paraje salvajemente aterrador en el que uno no debía adentrarse sino quería hallar el fin de su existencia de un modo horrendo, sin embargo, bajo el prisma de otros, se trataba de un lugar acogedor y protegido al que llamar hogar. Un hogar en el que dejarse llevar al mundo de los sueños, tal y cómo lo hacían los habitantes que allí moraban. Pero esta vez, a diferencia de las noches precedentes, fue un sueño inquietante e incluso perturbador..., para algunos. Arella, como cada noche, se hallaba sentada en el alfeizar de su ventana, dejando que la brisa meciera su larga cabellera negra como si de una etérea
Balam reposaba plácidamente en el esponjoso césped que lo rodeaba como una acogedora manta cuya extensión infinita resultaba tranquilizadora a la vista. A pesar de ser uno de los temidos Alfas Infernales, como cualquier otro ser que estuviese sujeto a tantas responsabilidades, a veces, necesitaba abstraerse de todo y de todos, en un lugar en el que no pudiesen ubicarlo con facilidad para poder pensar en todo aquello que debía organizar, ordenar y tener en cuenta como el gran líder que era. ¿Y qué mejor para eso que en el plano de los sueños? Él, de sus cuatro hermanos, era el dueño de los sueños y, entre otras cosas, poseía la capacidad de introducirse a placer en el sueño ajeno (aunque esto, algunos requisitos previos tenía y, por ende, no solía hacerlo nunca) así como también podía generar consciente y voluntariamente, su propio espacio para evadirse en los momentos más necesarios. A pesar de que Balam, jamás, bajo ningún concepto, eludía sus responsabilidades, ni como Alfa ni en
Su rostro en forma de corazón estaba enmarcado por una abundante melena azabache que le llegaba hasta la cintura y que, ahora se había tornado el sueño erótico de Balam al ver como se balanceaba insinuante con la cálida brisa acariciándolos a ambos como si intentase crear un entorno íntimo. Aunque no podía percibirlo con claridad, por cómo el cuerpo de la joven se amoldaba al propio y su hombría respondía poniéndose más dura que nunca, sabía, a ciencia cierta, que estaba bendecida con unas curvas de infarto. Ante ese pensamiento pecaminoso en el que él la estaba, sin explicación, desnudando mentalmente, Demonio ronroneó de placer instándolo a descubrir si así era aquella dulce figura caída del cielo. La joven lo contemplaba con una mezcla de curiosidad y asombro los cuales se reflejaban como una silenciosa pregunta en su rostro. Una pregunta cuya respuesta ambos conocían pero que, sin embargo, no se atrevían a exteriorizar para no quebrar en mil pedazos ese mágico y sensual momento.
Por unos segundos él se separó de la fémina contemplándola con admiración lo que le valió un gruñido de protesta que lo cautivó al igualar el propio ardor que él sentía. Toda ella era una obra de arte. Allí, tumbada en el lienzo verde, su pelo se hallaba revuelto en un remolino azabache indómito que le confería un aire salvaje y lascivo potenciado por sus labios ligeramente hinchados tras la sesión de desenfrenados besos y mordiscos. Con los pechos tersos y apetecibles desafiándolo con esas dos coronas rosadas que tan bien sabían cuando se fruncían entre sus labios. Los pantalones a medio bajar y la empapada tanga dejando entrever con claridad la forma de su entrada, los hincados labios mayores y sus apetecibles jugos empapándolos para facilitar la entrada en ella. Su sola imagen era la fantasía de cualquier mortal, solo con contemplarla así de salvaje y desenfrenada, dejándose llevar por el ardor de ambos como si estuviese en un trance de placer, sentía que solo deseaba colmarla de o
Arella se incorporó de golpe y miró alrededor. Se hallaba en su acogedora habitación azul, aquella que la había visto crecer en los últimos treinta años, una estancia que estaba impregnada por su personalidad inquieta y su amor por el aprendizaje. Por doquier se apreciaban libros de índoles muy diversificados: nigromancia, pócimas, herbología, astrología, los tratados demoníacos de los señores infernales y un gran etcétera que requeriría semanas ser recopilado e informado. En una bonita casa en miniatura ubicada en el lado derecho de la amplia estancia, entre la ventana y el robusto escritorio de madera de roble, se hallaba durmiendo plácidamente su pequeño zorro ártico, Fénix; un alegre y curioso cánido de pelaje blanco como la nieve al que había adoptado hacía veinte años. Aún recordaba cuándo lo conoció. Ella era una niña de tan solo diez años y, durante un recorrido por las distintas tierras de su manada en busca de nuevas plantas para estudiar, halló una incursión de ce
- ¿Qué haces sin vestirte todavía? - la sacó de su ensoñación una cantarina voz femenina muy conocida por ella. Dándose la vuelta se topó con los brillantes ojos de su amiga Miriela, una belleza de pelo rubio y rizado que se pasaba por cualquier sitio desprendiendo júbilo y alegría a raudales. Era la típica persona que, son su personalidad cálida y brillante, contagiaba el buen humor a los allí presentes, pero, sin embargo, en ese momento no parecía muy satisfecha con ella al amonestarla con el dedo. - ¿Cómo puedes estar todavía así si el rey vendrá a la casa de la manada en una hora? - se quejó su amiga mientras la ayudaba a despojarse de sus ropas bajo la atenta mirada de Fénix que las observaba muy despierto lavándose las patas delanteras. - ¡Ah, sí! – exclamó Arella con disgusto – el desagradable e insípido rey de los desgraciados. - ¡Arella! ¿Y si fuese tu mate? – suspiró con esperanza su mejor amiga -
Balam pasó los siguientes días, después de aquel extraño y vívido sueño, sumamente inquieto y desconcertado. Millones de dudas y preguntas azotaban su extenuada mente y, por mucho que les daba vueltas noche y día, no lograba vislumbrar con claridad ningún atisbo de una respuesta más o menos acertada y/o reconfortante. Por su mente, Demonio, había estado igual de inquieto y bastante irascible, ya que cuando por fin habían encontrado a su deliciosa luna, la habían perdido literalmente evaporada de entre sus brazos. Después de haberla reclamado como suya y de haberse podido perder en el deleite de ese pecaminoso cuerpo ahora no podían sacársela de sus sueños, se había incrustado en ellos como un hierro ardiente marcando a fuego su territorio. Pero ¿dónde estaba?, ¿quién era? y ¿por qué había desaparecido así? Sin