El Alfa Infernal  - Saga Alfas Infernales I
El Alfa Infernal - Saga Alfas Infernales I
Por: Ariadna Picó B.
Capítulo 1- Escape

Flashback

Era una oscura y gélida noche de finales de enero, la nieve cubría el boscoso paisaje confiriéndole un aspecto invernal de ensueño sino fuese porque era noche cerrada y la luna se alzaba llena, orgullosa e imponente bañándolo todo con su blanquecina y pálida luz que lo tornaban todo un poco más tétrico y espectral como si algo o alguien estuviese al acecho tras los gruesos troncos. El silencio se veía perturbado por el persistente ulular de los búhos que, con curiosidad, observaban cómo una joven se apresuraba a adentrarse en la espesura salvaje y nevada del bosque corriendo como si su vida dependiese de cada paso que daba.

La niebla se arremolinaba densamente a los pies de la temerosa mujer. La joven llevaba dos fardos bien envueltos entre sus brazos. El bulto derecho, de ojos carmesí, no paraba de llorar con un llanto desgarrador y agónico, como si pudiese anticipar lo que estaba a punto de acaecer. Sin embargo, el de la izquierda, con ojos de plata fundida, se mantenía en calma, un sosiego fruto del frío y la agitación de la mujer que los portaba.

La mujer sorteaba rauda y veloz todos los árboles que aparecían a su paso, daba igual lo complejo que fuese el camino y lo oscuro que estuviese el entorno, ella podía apreciar y anticipar con éxito cada perturbación o traba del ambiente. Piedra tras piedra y tronco tras tronco iba esquivando el intrincado paisaje que se le abría paso frente a ella. De vez en cuando giraba la cabeza hacia atrás esperando ver si alguien le seguía los pasos.

Después de un buen rato se paró en un claro meciendo con ternura a los dos fardos e intentando apaciguar a aquel que no cesaba en su demandante llanto. La mujer, con voz dulce, le susurró bonitas palabras de consuelo y, con un suave murmullo le cantó una breve nana que dejó al bulto de ojos carmesí cada vez más tranquilo y relajado hasta que, con el contacto de su madre, se fue perdiendo en los brazos del sueño que empezaba a hacer mella en sus pulmones de tanto llorar. Cuando el bulto derecho se durmió plácidamente en su brazo, como si jamás hubiese proferido en llanto desesperado, la joven mujer de cabello rojo fuego le prodigó las mismas atenciones al pequeño fardo izquierdo de ojos como la plata. Con amor e infinito cariño le susurró preciosas palabras de consuelo al oído contándole lo mucho que la amaba y que, pasase lo que pasase debía ser fuerte por las tres y proteger a la otra pequeña la cual se había mostrado más inquieta, temerosa e inestable desde el inicio de aquella temeraria escapada nocturna.

- Hija, pase lo que pase recuerda lo mucho que te quiero – le susurró mientras besaba con ternura su suave cabecita con los labios cortados por el inclemente frío.

Un ruido perturbó el claro y la joven miró con temor alrededor. Tenía que llegar al lago sagrado antes de que los renegados que la perseguían diesen con ella, sin embargo, sus fuerzas empezaban a escasear y, el frío, se colaba cruelmente entre sus espesos ropajes. Aun así y por mucho que su maltrecho cuerpo le pidiese hacer un descanso en el tronco de alguno de aquellos árboles ella era plenamente consciente de que aquello sería su fin y el de sus hijas, ya que todas perecerían congeladas por las heladas nocturnas. Además, estaba allí para intentar poner a salvo a ambas pequeñas y así lo haría, aunque ella perdiese la vida en aquel intento.

Sin pensárselo dos veces empezó a correr de nuevo y, en silencio, se encomendó a la diosa Luna para ver si ella, en todo su glorioso esplendor y haciendo gala de misericordia, la ayudaba a llegar a su destino poniendo a salvo a las dos pequeñas que portaba entre sus ya exhaustos brazos. La mujer reemprendió la marcha y, con cada paso, sentía cómo la sangre se iba congelando en sus venas, los pies le dolían como si mil agujas los perforasen al unísono y los pulmones le ardían con cada bocanada de aire. Ojalá ella fuese un lobo como los que colindaban sus tierras, esto sería mucho más sencillo. A pesar de todo y gracias a su poder mágico, ella tenía la habilidad de poder percibir las perturbaciones ambientales y poder tornar el camino más factible para alguien más terrenal como lo era ella, sin embargo, era muy consciente de que sus perseguidores cada vez estaban más cerca. Casi podía sentir sus pútridos alientos en la nuca regocijándose a punto de darle caza con éxito.

La mujer paró un segundo para reajustarse la mullida capa y cobijar a sus hijas un poco mejor bajo el pelaje que recubría el negro manto. La pequeña de ojos plateados la miró con atención y, como si quisiese hacerle saber algo estiró su mano en un intento para acariciar el rostro de su madre, a pesar de ello la mujer retomó la marcha sintiendo cómo el corazón se le partía con cada quilómetro recorrido.

Después de mucho rato la joven vislumbró un claro profundo a unos trescientos metros. En el centro de este se abría ante sus ojos impresionados un inmenso manto de agua grisácea y transparente la cual parecía un plácido espejo al lucir brillante bajo el contraste de los haces de luz de la majestuosa luna.

- Por fin pequeñas – les susurró la mujer a sus hijas – por fin estaremos a sal…

No pudo terminar la frase cuando sintió cómo la punta de una afilada flecha atravesaba su pulmón izquierdo hasta casi rozar el fardo que portaba con tanto amor en ese mismo lado. Ante la punzada de increíble dolor la mujer abrió los ojos de par en par, pero siguió dando paso tras paso, tambaleante, con el anhelo de poner a salvo a sus pequeñas…, solo estaba a unos metros…, a unos pocos…

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