Flashback
Era una oscura y gélida noche de finales de enero, la nieve cubría el boscoso paisaje confiriéndole un aspecto invernal de ensueño sino fuese porque era noche cerrada y la luna se alzaba llena, orgullosa e imponente bañándolo todo con su blanquecina y pálida luz que lo tornaban todo un poco más tétrico y espectral como si algo o alguien estuviese al acecho tras los gruesos troncos. El silencio se veía perturbado por el persistente ulular de los búhos que, con curiosidad, observaban cómo una joven se apresuraba a adentrarse en la espesura salvaje y nevada del bosque corriendo como si su vida dependiese de cada paso que daba.
La niebla se arremolinaba densamente a los pies de la temerosa mujer. La joven llevaba dos fardos bien envueltos entre sus brazos. El bulto derecho, de ojos carmesí, no paraba de llorar con un llanto desgarrador y agónico, como si pudiese anticipar lo que estaba a punto de acaecer. Sin embargo, el de la izquierda, con ojos de plata fundida, se mantenía en calma, un sosiego fruto del frío y la agitación de la mujer que los portaba.
La mujer sorteaba rauda y veloz todos los árboles que aparecían a su paso, daba igual lo complejo que fuese el camino y lo oscuro que estuviese el entorno, ella podía apreciar y anticipar con éxito cada perturbación o traba del ambiente. Piedra tras piedra y tronco tras tronco iba esquivando el intrincado paisaje que se le abría paso frente a ella. De vez en cuando giraba la cabeza hacia atrás esperando ver si alguien le seguía los pasos.
Después de un buen rato se paró en un claro meciendo con ternura a los dos fardos e intentando apaciguar a aquel que no cesaba en su demandante llanto. La mujer, con voz dulce, le susurró bonitas palabras de consuelo y, con un suave murmullo le cantó una breve nana que dejó al bulto de ojos carmesí cada vez más tranquilo y relajado hasta que, con el contacto de su madre, se fue perdiendo en los brazos del sueño que empezaba a hacer mella en sus pulmones de tanto llorar. Cuando el bulto derecho se durmió plácidamente en su brazo, como si jamás hubiese proferido en llanto desesperado, la joven mujer de cabello rojo fuego le prodigó las mismas atenciones al pequeño fardo izquierdo de ojos como la plata. Con amor e infinito cariño le susurró preciosas palabras de consuelo al oído contándole lo mucho que la amaba y que, pasase lo que pasase debía ser fuerte por las tres y proteger a la otra pequeña la cual se había mostrado más inquieta, temerosa e inestable desde el inicio de aquella temeraria escapada nocturna.
- Hija, pase lo que pase recuerda lo mucho que te quiero – le susurró mientras besaba con ternura su suave cabecita con los labios cortados por el inclemente frío.
Un ruido perturbó el claro y la joven miró con temor alrededor. Tenía que llegar al lago sagrado antes de que los renegados que la perseguían diesen con ella, sin embargo, sus fuerzas empezaban a escasear y, el frío, se colaba cruelmente entre sus espesos ropajes. Aun así y por mucho que su maltrecho cuerpo le pidiese hacer un descanso en el tronco de alguno de aquellos árboles ella era plenamente consciente de que aquello sería su fin y el de sus hijas, ya que todas perecerían congeladas por las heladas nocturnas. Además, estaba allí para intentar poner a salvo a ambas pequeñas y así lo haría, aunque ella perdiese la vida en aquel intento.
Sin pensárselo dos veces empezó a correr de nuevo y, en silencio, se encomendó a la diosa Luna para ver si ella, en todo su glorioso esplendor y haciendo gala de misericordia, la ayudaba a llegar a su destino poniendo a salvo a las dos pequeñas que portaba entre sus ya exhaustos brazos. La mujer reemprendió la marcha y, con cada paso, sentía cómo la sangre se iba congelando en sus venas, los pies le dolían como si mil agujas los perforasen al unísono y los pulmones le ardían con cada bocanada de aire. Ojalá ella fuese un lobo como los que colindaban sus tierras, esto sería mucho más sencillo. A pesar de todo y gracias a su poder mágico, ella tenía la habilidad de poder percibir las perturbaciones ambientales y poder tornar el camino más factible para alguien más terrenal como lo era ella, sin embargo, era muy consciente de que sus perseguidores cada vez estaban más cerca. Casi podía sentir sus pútridos alientos en la nuca regocijándose a punto de darle caza con éxito.
La mujer paró un segundo para reajustarse la mullida capa y cobijar a sus hijas un poco mejor bajo el pelaje que recubría el negro manto. La pequeña de ojos plateados la miró con atención y, como si quisiese hacerle saber algo estiró su mano en un intento para acariciar el rostro de su madre, a pesar de ello la mujer retomó la marcha sintiendo cómo el corazón se le partía con cada quilómetro recorrido.
Después de mucho rato la joven vislumbró un claro profundo a unos trescientos metros. En el centro de este se abría ante sus ojos impresionados un inmenso manto de agua grisácea y transparente la cual parecía un plácido espejo al lucir brillante bajo el contraste de los haces de luz de la majestuosa luna.
- Por fin pequeñas – les susurró la mujer a sus hijas – por fin estaremos a sal…
No pudo terminar la frase cuando sintió cómo la punta de una afilada flecha atravesaba su pulmón izquierdo hasta casi rozar el fardo que portaba con tanto amor en ese mismo lado. Ante la punzada de increíble dolor la mujer abrió los ojos de par en par, pero siguió dando paso tras paso, tambaleante, con el anhelo de poner a salvo a sus pequeñas…, solo estaba a unos metros…, a unos pocos…
Continuación del Flashback…solo estaba a unos metros…, a unos pocos…Otra flecha la atravesó sin piedad haciéndola caer. En un último esfuerzo por salvarse la mujer giró sobre sí misma dejándose caer sobre su espalda para evitar que las pequeñas pudiesen golpear el suelo.Como pudo empezó a mover ágilmente las manos, sin soltar a los dos fardos, e intentando trazar las líneas de un encantamiento protector, sin embargo, una oscura figura masculina se lo impidió al pisar su tobillo atravesado con la segunda flecha.La joven profirió un desgarrador chillido y ambas pequeñas empezaron a llorar al unísono como si supiesen lo que a su madre le estaba sucediendo.- Eres una desgraciada – le espetó el hombre arrebatándole el fardo de ojos carmesí que lloraba con más ahínco todavía. – Por fin nos encargaremos de esta aberración.- No, por favor – sollozó la mujer – es solo una niña, no le hagas nada – hipó intentando olvidar el gran dolor del que era presa.- Calla furcia – le respondió con d
Áurea contempló cómo su pequeña hija jugueteaba con otras niñas de la manada. Con tan solo dos años y medio se trataba de una pequeña risueña y resuelta que jamás estaba sola, más bien siempre se la veía rodeada de amigos que la adoraban como si de una pequeña diosa se tratase y no era para menos, ya que la entrañable mocosa se desvivía por agradar y complacer al resto. Cuando alguien se hacía daño Arella estaba allí para ayudarle, si alguien lloraba la pequeña corría a consolarlo y si alguno clamaba por auxilio la pequeña jovencita se marchaba rauda a socorrerlo. Si eso era capaz de hacerlo a tan extremadamente corta edad, ¿qué haría en unos años?, ¿cómo sería su yo adulto? Sin duda podía ser una gran líder en unos años, debido a que arrojo, empatía y valor no le faltaban en ningún momento. Sin embargo, ¿quería ella que así fuese? Ante la perspectiva de que, su ahora única hija, pudiese sufrir algún mal Áurea sintió un estremecimiento atenazando su cuerpo. Ojalá en momentos así ella
Bastantes años más tarde... La noche oscura extendió su manto por las frondosas y arboladas colinas. Pastos y bosques se vieron rodeados por la densa e impenetrable niebla invernal acompañada por un perturbador silencio. Los búhos ululaban a la silenciosa luna mientras los moradores del bosque se movían con cautela en el cobijo de las sombras. A ojos de cualquiera podía parecer un paraje salvajemente aterrador en el que uno no debía adentrarse sino quería hallar el fin de su existencia de un modo horrendo, sin embargo, bajo el prisma de otros, se trataba de un lugar acogedor y protegido al que llamar hogar. Un hogar en el que dejarse llevar al mundo de los sueños, tal y cómo lo hacían los habitantes que allí moraban. Pero esta vez, a diferencia de las noches precedentes, fue un sueño inquietante e incluso perturbador..., para algunos. Arella, como cada noche, se hallaba sentada en el alfeizar de su ventana, dejando que la brisa meciera su larga cabellera negra como si de una etérea
Balam reposaba plácidamente en el esponjoso césped que lo rodeaba como una acogedora manta cuya extensión infinita resultaba tranquilizadora a la vista. A pesar de ser uno de los temidos Alfas Infernales, como cualquier otro ser que estuviese sujeto a tantas responsabilidades, a veces, necesitaba abstraerse de todo y de todos, en un lugar en el que no pudiesen ubicarlo con facilidad para poder pensar en todo aquello que debía organizar, ordenar y tener en cuenta como el gran líder que era. ¿Y qué mejor para eso que en el plano de los sueños? Él, de sus cuatro hermanos, era el dueño de los sueños y, entre otras cosas, poseía la capacidad de introducirse a placer en el sueño ajeno (aunque esto, algunos requisitos previos tenía y, por ende, no solía hacerlo nunca) así como también podía generar consciente y voluntariamente, su propio espacio para evadirse en los momentos más necesarios. A pesar de que Balam, jamás, bajo ningún concepto, eludía sus responsabilidades, ni como Alfa ni en
Su rostro en forma de corazón estaba enmarcado por una abundante melena azabache que le llegaba hasta la cintura y que, ahora se había tornado el sueño erótico de Balam al ver como se balanceaba insinuante con la cálida brisa acariciándolos a ambos como si intentase crear un entorno íntimo. Aunque no podía percibirlo con claridad, por cómo el cuerpo de la joven se amoldaba al propio y su hombría respondía poniéndose más dura que nunca, sabía, a ciencia cierta, que estaba bendecida con unas curvas de infarto. Ante ese pensamiento pecaminoso en el que él la estaba, sin explicación, desnudando mentalmente, Demonio ronroneó de placer instándolo a descubrir si así era aquella dulce figura caída del cielo. La joven lo contemplaba con una mezcla de curiosidad y asombro los cuales se reflejaban como una silenciosa pregunta en su rostro. Una pregunta cuya respuesta ambos conocían pero que, sin embargo, no se atrevían a exteriorizar para no quebrar en mil pedazos ese mágico y sensual momento.
Por unos segundos él se separó de la fémina contemplándola con admiración lo que le valió un gruñido de protesta que lo cautivó al igualar el propio ardor que él sentía. Toda ella era una obra de arte. Allí, tumbada en el lienzo verde, su pelo se hallaba revuelto en un remolino azabache indómito que le confería un aire salvaje y lascivo potenciado por sus labios ligeramente hinchados tras la sesión de desenfrenados besos y mordiscos. Con los pechos tersos y apetecibles desafiándolo con esas dos coronas rosadas que tan bien sabían cuando se fruncían entre sus labios. Los pantalones a medio bajar y la empapada tanga dejando entrever con claridad la forma de su entrada, los hincados labios mayores y sus apetecibles jugos empapándolos para facilitar la entrada en ella. Su sola imagen era la fantasía de cualquier mortal, solo con contemplarla así de salvaje y desenfrenada, dejándose llevar por el ardor de ambos como si estuviese en un trance de placer, sentía que solo deseaba colmarla de o
Arella se incorporó de golpe y miró alrededor. Se hallaba en su acogedora habitación azul, aquella que la había visto crecer en los últimos treinta años, una estancia que estaba impregnada por su personalidad inquieta y su amor por el aprendizaje. Por doquier se apreciaban libros de índoles muy diversificados: nigromancia, pócimas, herbología, astrología, los tratados demoníacos de los señores infernales y un gran etcétera que requeriría semanas ser recopilado e informado. En una bonita casa en miniatura ubicada en el lado derecho de la amplia estancia, entre la ventana y el robusto escritorio de madera de roble, se hallaba durmiendo plácidamente su pequeño zorro ártico, Fénix; un alegre y curioso cánido de pelaje blanco como la nieve al que había adoptado hacía veinte años. Aún recordaba cuándo lo conoció. Ella era una niña de tan solo diez años y, durante un recorrido por las distintas tierras de su manada en busca de nuevas plantas para estudiar, halló una incursión de ce
- ¿Qué haces sin vestirte todavía? - la sacó de su ensoñación una cantarina voz femenina muy conocida por ella. Dándose la vuelta se topó con los brillantes ojos de su amiga Miriela, una belleza de pelo rubio y rizado que se pasaba por cualquier sitio desprendiendo júbilo y alegría a raudales. Era la típica persona que, son su personalidad cálida y brillante, contagiaba el buen humor a los allí presentes, pero, sin embargo, en ese momento no parecía muy satisfecha con ella al amonestarla con el dedo. - ¿Cómo puedes estar todavía así si el rey vendrá a la casa de la manada en una hora? - se quejó su amiga mientras la ayudaba a despojarse de sus ropas bajo la atenta mirada de Fénix que las observaba muy despierto lavándose las patas delanteras. - ¡Ah, sí! – exclamó Arella con disgusto – el desagradable e insípido rey de los desgraciados. - ¡Arella! ¿Y si fuese tu mate? – suspiró con esperanza su mejor amiga -