Capítulo 4 - En la oscuridad

Bastantes años más tarde...

La noche oscura extendió su manto por las frondosas y arboladas colinas. Pastos y bosques se vieron rodeados por la densa e impenetrable niebla invernal acompañada por un perturbador silencio. Los búhos ululaban a la silenciosa luna mientras los moradores del bosque se movían con cautela en el cobijo de las sombras. A ojos de cualquiera podía parecer un paraje salvajemente aterrador en el que uno no debía adentrarse sino quería hallar el fin de su existencia de un modo horrendo, sin embargo, bajo el prisma de otros, se trataba de un lugar acogedor y protegido al que llamar hogar. Un hogar en el que dejarse llevar al mundo de los sueños, tal y cómo lo hacían los habitantes que allí moraban. Pero esta vez, a diferencia de las noches precedentes, fue un sueño inquietante e incluso perturbador..., para algunos.

Arella, como cada noche, se hallaba sentada en el alfeizar de su ventana, dejando que la brisa meciera su larga cabellera negra como si de una etérea ninfa se tratase. Resultaba sumamente relajante y placentero el poder contemplar, en medio del silencio nocturno, cómo la niebla iba difuminándolo todo a su paso mientras largas lenguas salían de ella barriendo árboles, animales y arbustos por igual hasta dejarlo todo rodeado de una espesura nacarada y misteriosa. De todos era sabido que, en las profundidades de esta oscuros y grandes secretos se hallaban ocultos. Este pensamiento provocó que un ligero escalofrío recorriese su espalda, más no por ello mermó su relajación al poder seguir contemplando el misterioso paisaje. La luna bañaba su angelical rostro en una bella luz nacarada y, a diferencia de otras noches, esta, la invitaba silenciosa a sumirse en un sueño inesperado y profundo.

Se adentró con cautela en un vacío negro y atemporal que la oprimía sin dejarla respirar. A cada paso que daba el aire se tornaba denso y gélido. Podía sentir unos ojos que la contemplaban cual predador sediento de sangre desde la profunda negrura por la que transitaba, sin embargo, no lograba discernir ningunos ojos que la siguiesen.

Con el paso del tiempo y el aumento de su desazón, empezó a inquietarla el no saber qué tipo de sitio era ese, ya que parecía que, por mucho que anduviera, jamás llegaba a ningún lugar ni tampoco podía encontrar una luz que la guiara a un hipotético final de ese espacio atemporal.

Una risa espectral que helaba la sangre rompió inesperadamente la soledad que la rodeaba. Arella se paró en seco e intentó encontrar la fuente de la que provenía esa aterradora carcajada, una risa alimentada por su propio desconcierto y desesperación. No sabía quién la observaba ni desde dónde, pero lo que sí que tenía claro gracias a su sagaz intuición, era que, la dueña de ese agudo y penetrante regocijo, no era presagio de nada bueno.

- Cuando menos te lo esperes, cuando no puedas hacer nada para evitarlo – susurró una dulce y malévola voz, - yo seré tú y tú serás yo…

La sádica risa se extendió veloz por toda la oscuridad, envolviéndola y acrecentando aquel mal presagio que había empezado a anidar en su pecho.

Aun así, decidida a no dejarse vencer por el miedo intentó conjurar sus llamas rojas para poder ver más allá de lo que la vista permitía. Había estado tan sumida en intentar llegar al final de lo que fuese aquel lugar que, sin darse cuenta, no había pensado en usar su propio don para poder ayudarse en esos momentos.

Llamas del fuego y de la sombra yo os conmino en este instante de necesidad – iba susurrando mientras no dejaba de trazar los símbolos del conjuro con soltura, - prestadme vuestro poder…- antes de que pudiese terminar de invocarlas sintió como un invisible golpe contactaba con la boca de su estómago dejándola sin habla y sin aire y tirándola por los aires dos metros más lejos de lo que se hallaba en ese momento.

La cabeza de Arella golpeó violentamente con un hipotético suelo oscuro y, aunque ella no podía verlo con su visión lobuna, a pesar de ser está mucho mejor que la de un mero humano, sí que sintió como si su cráneo hubiese impactado en un muro de roca maciza y, por unos segundos que se tornaron minutos, tuvo que esforzarse, no solo en focalizar su vista, ya confusa por la oscuridad y ahora por el brusco impacto, sino en intentar levantarse entre mareos que la recorrían.

- Tú no eres nadie aquí – cacareó la voz de la misteriosa joven. – Este es mi territorio, tu poder no tiene cabida.

- ¿Quién eres? ¿Qué quieres? – preguntó Arella mientras giraba sobre su propio eje contemplando a la defensiva por si algo desconocido decidía aparecerse mientras las risas subían de volumen atronándole en la cabeza.

- Recuerda – susurró la voz en su oído a pesar de no haber nadie allí a su lado - yo seré tú y tú serás yo…

Arella estaba a punto de responder cuando, sin esperárselo, un destello de luz la cegó absorbiéndola en un cálido vórtice que la hizo estremecérse mientras dejaba atrás a la ahora silenciosa voz la cual se había visto desconcertada por aquella aparición inesperada en sus oscuros dominios.

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