Bastantes años más tarde...
La noche oscura extendió su manto por las frondosas y arboladas colinas. Pastos y bosques se vieron rodeados por la densa e impenetrable niebla invernal acompañada por un perturbador silencio. Los búhos ululaban a la silenciosa luna mientras los moradores del bosque se movían con cautela en el cobijo de las sombras. A ojos de cualquiera podía parecer un paraje salvajemente aterrador en el que uno no debía adentrarse sino quería hallar el fin de su existencia de un modo horrendo, sin embargo, bajo el prisma de otros, se trataba de un lugar acogedor y protegido al que llamar hogar. Un hogar en el que dejarse llevar al mundo de los sueños, tal y cómo lo hacían los habitantes que allí moraban. Pero esta vez, a diferencia de las noches precedentes, fue un sueño inquietante e incluso perturbador..., para algunos.
Arella, como cada noche, se hallaba sentada en el alfeizar de su ventana, dejando que la brisa meciera su larga cabellera negra como si de una etérea ninfa se tratase. Resultaba sumamente relajante y placentero el poder contemplar, en medio del silencio nocturno, cómo la niebla iba difuminándolo todo a su paso mientras largas lenguas salían de ella barriendo árboles, animales y arbustos por igual hasta dejarlo todo rodeado de una espesura nacarada y misteriosa. De todos era sabido que, en las profundidades de esta oscuros y grandes secretos se hallaban ocultos. Este pensamiento provocó que un ligero escalofrío recorriese su espalda, más no por ello mermó su relajación al poder seguir contemplando el misterioso paisaje. La luna bañaba su angelical rostro en una bella luz nacarada y, a diferencia de otras noches, esta, la invitaba silenciosa a sumirse en un sueño inesperado y profundo.
Se adentró con cautela en un vacío negro y atemporal que la oprimía sin dejarla respirar. A cada paso que daba el aire se tornaba denso y gélido. Podía sentir unos ojos que la contemplaban cual predador sediento de sangre desde la profunda negrura por la que transitaba, sin embargo, no lograba discernir ningunos ojos que la siguiesen.
Con el paso del tiempo y el aumento de su desazón, empezó a inquietarla el no saber qué tipo de sitio era ese, ya que parecía que, por mucho que anduviera, jamás llegaba a ningún lugar ni tampoco podía encontrar una luz que la guiara a un hipotético final de ese espacio atemporal.
Una risa espectral que helaba la sangre rompió inesperadamente la soledad que la rodeaba. Arella se paró en seco e intentó encontrar la fuente de la que provenía esa aterradora carcajada, una risa alimentada por su propio desconcierto y desesperación. No sabía quién la observaba ni desde dónde, pero lo que sí que tenía claro gracias a su sagaz intuición, era que, la dueña de ese agudo y penetrante regocijo, no era presagio de nada bueno.
- Cuando menos te lo esperes, cuando no puedas hacer nada para evitarlo – susurró una dulce y malévola voz, - yo seré tú y tú serás yo…
La sádica risa se extendió veloz por toda la oscuridad, envolviéndola y acrecentando aquel mal presagio que había empezado a anidar en su pecho.
Aun así, decidida a no dejarse vencer por el miedo intentó conjurar sus llamas rojas para poder ver más allá de lo que la vista permitía. Había estado tan sumida en intentar llegar al final de lo que fuese aquel lugar que, sin darse cuenta, no había pensado en usar su propio don para poder ayudarse en esos momentos.
Llamas del fuego y de la sombra yo os conmino en este instante de necesidad – iba susurrando mientras no dejaba de trazar los símbolos del conjuro con soltura, - prestadme vuestro poder…- antes de que pudiese terminar de invocarlas sintió como un invisible golpe contactaba con la boca de su estómago dejándola sin habla y sin aire y tirándola por los aires dos metros más lejos de lo que se hallaba en ese momento.
La cabeza de Arella golpeó violentamente con un hipotético suelo oscuro y, aunque ella no podía verlo con su visión lobuna, a pesar de ser está mucho mejor que la de un mero humano, sí que sintió como si su cráneo hubiese impactado en un muro de roca maciza y, por unos segundos que se tornaron minutos, tuvo que esforzarse, no solo en focalizar su vista, ya confusa por la oscuridad y ahora por el brusco impacto, sino en intentar levantarse entre mareos que la recorrían.
- Tú no eres nadie aquí – cacareó la voz de la misteriosa joven. – Este es mi territorio, tu poder no tiene cabida.
- ¿Quién eres? ¿Qué quieres? – preguntó Arella mientras giraba sobre su propio eje contemplando a la defensiva por si algo desconocido decidía aparecerse mientras las risas subían de volumen atronándole en la cabeza.
- Recuerda – susurró la voz en su oído a pesar de no haber nadie allí a su lado - yo seré tú y tú serás yo…
Arella estaba a punto de responder cuando, sin esperárselo, un destello de luz la cegó absorbiéndola en un cálido vórtice que la hizo estremecérse mientras dejaba atrás a la ahora silenciosa voz la cual se había visto desconcertada por aquella aparición inesperada en sus oscuros dominios.
Balam reposaba plácidamente en el esponjoso césped que lo rodeaba como una acogedora manta cuya extensión infinita resultaba tranquilizadora a la vista. A pesar de ser uno de los temidos Alfas Infernales, como cualquier otro ser que estuviese sujeto a tantas responsabilidades, a veces, necesitaba abstraerse de todo y de todos, en un lugar en el que no pudiesen ubicarlo con facilidad para poder pensar en todo aquello que debía organizar, ordenar y tener en cuenta como el gran líder que era. ¿Y qué mejor para eso que en el plano de los sueños? Él, de sus cuatro hermanos, era el dueño de los sueños y, entre otras cosas, poseía la capacidad de introducirse a placer en el sueño ajeno (aunque esto, algunos requisitos previos tenía y, por ende, no solía hacerlo nunca) así como también podía generar consciente y voluntariamente, su propio espacio para evadirse en los momentos más necesarios. A pesar de que Balam, jamás, bajo ningún concepto, eludía sus responsabilidades, ni como Alfa ni en
Su rostro en forma de corazón estaba enmarcado por una abundante melena azabache que le llegaba hasta la cintura y que, ahora se había tornado el sueño erótico de Balam al ver como se balanceaba insinuante con la cálida brisa acariciándolos a ambos como si intentase crear un entorno íntimo. Aunque no podía percibirlo con claridad, por cómo el cuerpo de la joven se amoldaba al propio y su hombría respondía poniéndose más dura que nunca, sabía, a ciencia cierta, que estaba bendecida con unas curvas de infarto. Ante ese pensamiento pecaminoso en el que él la estaba, sin explicación, desnudando mentalmente, Demonio ronroneó de placer instándolo a descubrir si así era aquella dulce figura caída del cielo. La joven lo contemplaba con una mezcla de curiosidad y asombro los cuales se reflejaban como una silenciosa pregunta en su rostro. Una pregunta cuya respuesta ambos conocían pero que, sin embargo, no se atrevían a exteriorizar para no quebrar en mil pedazos ese mágico y sensual momento.
Por unos segundos él se separó de la fémina contemplándola con admiración lo que le valió un gruñido de protesta que lo cautivó al igualar el propio ardor que él sentía. Toda ella era una obra de arte. Allí, tumbada en el lienzo verde, su pelo se hallaba revuelto en un remolino azabache indómito que le confería un aire salvaje y lascivo potenciado por sus labios ligeramente hinchados tras la sesión de desenfrenados besos y mordiscos. Con los pechos tersos y apetecibles desafiándolo con esas dos coronas rosadas que tan bien sabían cuando se fruncían entre sus labios. Los pantalones a medio bajar y la empapada tanga dejando entrever con claridad la forma de su entrada, los hincados labios mayores y sus apetecibles jugos empapándolos para facilitar la entrada en ella. Su sola imagen era la fantasía de cualquier mortal, solo con contemplarla así de salvaje y desenfrenada, dejándose llevar por el ardor de ambos como si estuviese en un trance de placer, sentía que solo deseaba colmarla de o
Arella se incorporó de golpe y miró alrededor. Se hallaba en su acogedora habitación azul, aquella que la había visto crecer en los últimos treinta años, una estancia que estaba impregnada por su personalidad inquieta y su amor por el aprendizaje. Por doquier se apreciaban libros de índoles muy diversificados: nigromancia, pócimas, herbología, astrología, los tratados demoníacos de los señores infernales y un gran etcétera que requeriría semanas ser recopilado e informado. En una bonita casa en miniatura ubicada en el lado derecho de la amplia estancia, entre la ventana y el robusto escritorio de madera de roble, se hallaba durmiendo plácidamente su pequeño zorro ártico, Fénix; un alegre y curioso cánido de pelaje blanco como la nieve al que había adoptado hacía veinte años. Aún recordaba cuándo lo conoció. Ella era una niña de tan solo diez años y, durante un recorrido por las distintas tierras de su manada en busca de nuevas plantas para estudiar, halló una incursión de ce
- ¿Qué haces sin vestirte todavía? - la sacó de su ensoñación una cantarina voz femenina muy conocida por ella. Dándose la vuelta se topó con los brillantes ojos de su amiga Miriela, una belleza de pelo rubio y rizado que se pasaba por cualquier sitio desprendiendo júbilo y alegría a raudales. Era la típica persona que, son su personalidad cálida y brillante, contagiaba el buen humor a los allí presentes, pero, sin embargo, en ese momento no parecía muy satisfecha con ella al amonestarla con el dedo. - ¿Cómo puedes estar todavía así si el rey vendrá a la casa de la manada en una hora? - se quejó su amiga mientras la ayudaba a despojarse de sus ropas bajo la atenta mirada de Fénix que las observaba muy despierto lavándose las patas delanteras. - ¡Ah, sí! – exclamó Arella con disgusto – el desagradable e insípido rey de los desgraciados. - ¡Arella! ¿Y si fuese tu mate? – suspiró con esperanza su mejor amiga -
Balam pasó los siguientes días, después de aquel extraño y vívido sueño, sumamente inquieto y desconcertado. Millones de dudas y preguntas azotaban su extenuada mente y, por mucho que les daba vueltas noche y día, no lograba vislumbrar con claridad ningún atisbo de una respuesta más o menos acertada y/o reconfortante. Por su mente, Demonio, había estado igual de inquieto y bastante irascible, ya que cuando por fin habían encontrado a su deliciosa luna, la habían perdido literalmente evaporada de entre sus brazos. Después de haberla reclamado como suya y de haberse podido perder en el deleite de ese pecaminoso cuerpo ahora no podían sacársela de sus sueños, se había incrustado en ellos como un hierro ardiente marcando a fuego su territorio. Pero ¿dónde estaba?, ¿quién era? y ¿por qué había desaparecido así? Sin
Jared Streak, rey regente de los Centuriones Celestiales, se meció su cabello de oro con desesperación. ¿Cómo era posible que sus vasallos fuesen una caterva de inútiles? ¿No había nadie capaz en su reino de llevar a cabo una misión tan sencilla? ¿Aquellos eran los infelices seres que debían servirle para algo útil? Aun habiéndoles hecho una petición tan sencilla a sus ojos, todos habían regresado con las manos vacías. Un vacío que ahora él debería llenar con una alianza indeseada, si no fuese por la única excepción de aquel cuerpo pecaminoso que representaba la otra parte del trato. Esa morena bien valía una guerra mientras pudiese tenerla en su cama para fornicarla sin cesar a su antojo. Se la iba a follar en tantas posiciones y de tantas maneras que le iba a hacer perder el sentido y suplicarle clemencia, una clemencia que, como venganza a sus constantes rechazos no le iba a ser concedida, sino que, con cada lamento de ella, él paladearía el éxtasis de entre sus húmedas piernas. So
Ojalá estuviesen en los tiempos dorados de los Centuriones Celestiales, en sus inicios, en la cuna del poder… Como Centuriones Celestiales, en especial los de alto rango, ostentaban el don de la luz divina y sus poderes y apariencias angelicales habían sido otorgados por las deidades de tiempos inmemoriales, aquellos que, años atrás moraban en la tierra y se camuflaban con los mortales comunes. Siglos atrás, algunas de las divinidades más poderosas de antiguos y nuevos credos religiosos como Demeter (el dios griego de la cosecha), Athenea (la diosa griega de la estrategia), Saturno (el dios romano del tiempo), Tellus (el dios romano de la tierra), Balder (el dios nórdico de la luz), Odín (dios nórdico del conocimiento), Kauil (dios maya del fuego), Itzamná (dios maya del cielo) u Omoikane (dios japonés de la inteligencia y la reflexión), entre muchos otros; bajaron de sus extensos reinos para conocer, de primera mano, a aquellos que habían creado y protegido con tanto ahínco, a sus h