Capítulo 8 - El despertar.

Arella se incorporó de golpe y miró alrededor. Se hallaba en su acogedora habitación azul, aquella que la había visto crecer en los últimos treinta años, una estancia que estaba impregnada por su personalidad inquieta y su amor por el aprendizaje. Por doquier se apreciaban libros de índoles muy diversificados: nigromancia, pócimas, herbología, astrología, los tratados demoníacos de los señores infernales y un gran etcétera que requeriría semanas ser recopilado e informado. En una bonita casa en miniatura ubicada en el lado derecho de la amplia estancia, entre la ventana y el robusto escritorio de madera de roble, se hallaba durmiendo plácidamente su pequeño zorro ártico, Fénix; un alegre y curioso cánido de pelaje blanco como la nieve al que había adoptado hacía veinte años.

Aún recordaba cuándo lo conoció. Ella era una niña de tan solo diez años y, durante un recorrido por las distintas tierras de su manada en busca de nuevas plantas para estudiar, halló una incursión de ce

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