Capítulo 5 - En un inesperado sueño...

Balam reposaba plácidamente en el esponjoso césped que lo rodeaba como una acogedora manta cuya extensión infinita resultaba tranquilizadora a la vista.

A pesar de ser uno de los temidos Alfas Infernales, como cualquier otro ser que estuviese sujeto a tantas responsabilidades, a veces, necesitaba abstraerse de todo y de todos, en un lugar en el que no pudiesen ubicarlo con facilidad para poder pensar en todo aquello que debía organizar, ordenar y tener en cuenta como el gran líder que era. ¿Y qué mejor para eso que en el plano de los sueños?

Él, de sus cuatro hermanos, era el dueño de los sueños y, entre otras cosas, poseía la capacidad de introducirse a placer en el sueño ajeno (aunque esto, algunos requisitos previos tenía y, por ende, no solía hacerlo nunca) así como también podía generar consciente y voluntariamente, su propio espacio para evadirse en los momentos más necesarios.

A pesar de que Balam, jamás, bajo ningún concepto, eludía sus responsabilidades, ni como Alfa ni en el seno del infierno, como el primogénito de uno de los tres grandes demonios, Abraxas, sí que era el más reflexivo de sus cuatro hermanos. No era una cuestión de experiencia vinculada a la longevidad, ya que no diferían las edades de los cuatro de un modo notorio, sino que se trataba más bien de la esencia personal de cada uno de ellos, del carácter que habían forjado durante años, así como de la fachada que habían decidido, de modo voluntario, alimentar. Por ello, tras numerosos conflictos y guerras que se sucedieron al correr de las décadas, él prefirió, a pesar de ser un Alfa temido cuyos castigos daban ejemplo a los inconscientes que osaran desafiarlo, adoptar un rol reflexivo antes de actuar. Con la experiencia adquirida en su propia manada, así como con las incontables asambleas sucedidas entre las llamas del inframundo, Balam era consciente de cuan necesario era adoptar un ojo crítico y analítico ante cualquier incidente que debiese ser solventado.

Era tal su autocontrol, dominio y capacidad reflexiva, que su propio lobo, Demonio, era capaz de suprimir sus instintos salvajes para dar lugar a un tándem de hombre y bestia perfecto, o lo más perfecto que puede ser cuando uno es un hombre lobo, a la par que un demonio.

Lo único que lamentaba profundamente y que, con el transcurso de los años, sentía que le pesaba como una losa cada vez más exigente, era que, a pesar de sus poderos, del poder propio y el familiar y, aunque llevaban siglos habitando la tierra, todavía no habían sido capaces, ni él ni sus hermanos, de hallar a su ansiada mate, a la luna que iluminara sus tortuosas existencias dándoles estabilizad personal, así como poder y fuerza a las manadas que lideraban.

Ese era el pensamiento más duro al que hacía frente en el silencio de sus noches, en la soledad fría de su cama y, en incontables ocasiones, cuando se hallaba rodeado por el amor y la pasión que destilaban aquellas parejas que lo rodeaban; podía percibir como el vacío hueco de su corazón cobraba una dimensión más grande, profunda y fría tornándolo un ser peligroso e impredecible para aquellos que lo rodeaban. Era en días como esos, en los que los demás no percibían el peligro que se les cernía, pero en los que él sí que era consciente de cuan perfecto era el depredador en el que la soledad lo convertía. En esos días de tumultuosas emociones amargas y violentas no era buena compañía. Además, sin querer, y a pesar de su reputación y capacidad, se encontraba cada día más cerca de dejarse consumir por las llamas de la oscuridad, unas llamas que solo acechaban a personas como él, señores de los sueños y de otras esferas paralelas. Una oscuridad que solo la luna predestinada podía iluminar apartando los largos brazos de las sombras que lo acechaban. Pero, lamentablemente, él ya pasaba más horas entre las sombras que en la luz.

Sabía que el tiempo se le estaba acabando y, por mucho que se había juntado con sus hermanos para debatir el porvenir de las manadas si a él le sucedía algo, en el fondo, hubiese deseado otro porvenir más halagüeño después de tanto sufrimiento.

Acompañado por esas silenciosas reflexiones cerró los ojos y dejó que sus pulmones se impregnaran del refrescante aroma de la hierba. Una hierba fresca, húmeda y vibrante que olía cada vez más a unas deliciosas y apetecibles manzanas con canela.

- ¿Manzanas con canela? – le preguntó Demonio con voz incrédula a través de su conexión personal.

Ante esa pregunta desconcertante Balam se quedó sorprendido y se sentó para poder ojear a su alrededor el amplio prado con el fin de comprobar qué había cambiado en el entorno y a qué se debía ese olor cada vez más abrumador que, sin querer, había pasado de ser un ligero cosquilleo cálido a una, cada vez, menos incipiente erección.

- Mía…- salió involuntariamente de sus labios sin entenderlo hasta que…

De repente y, como caída del cielo, porque al fin y al cabo fue eso, una caída del cielo, una joven morena aterrizó en su regazo haciendo que las cabezas de ambos impactaran por la fuerza con la que se vio depositada encima del hombre.

- Mío…- escuchó el ligero susurro femenino que se extendió por él como una ligera caricia aterciopelada; la cual contenía una promesa de dulce posesión. Ese ansiado pertenecer que siempre había anhelado.

Ambos se quedaron atónitos y desconcertados, mirándose con estupor, dejándose embriagar por esas dos únicas palabras, y sin poder moverse de su sitio, ya que, inexplicablemente, era como si un invisible imán los impeliese a estar ahí, así, juntos, en esa incómoda posición de cercanía que, entre dos extraños, parecía estúpida e inadecuado pero que, sin embargo, se percibía, para ellos, como necesaria y vital.

Balam pudo sentir cómo el olor a manzanas y canela que tanto le gustaba tornándole la boca agua, no solo se había intensificado bruscamente, sino que ahora inundaba con persistencia sus fosas nasales imbuyéndolo en un estado de excitación y placer desmedido. Era indudable que ese delicioso aroma pertenecía a la fémina morena que, sin lugar a dudas, era tan o más impactante que la esencia afrutada y adictiva que de ella se desprendía.

Sus ojos eran bastante grandes y rasgados, de un color gris profundo que, a diferencia de los suyos que también eran grises, desprendían unos destellos blancos y brillantes como si danzarinas llamas de ese color se paseasen libremente por sus pupilas. Resultaba imposible no quedarse embrujado por esas chispas que, con vida propia, te hacían preguntarte qué estaría pensando la atractiva mujer.

Su rostro en forma de corazón estaba enmarcado por una abundante melena azabache que le llegaba hasta la cintura y que, ahora se había tornado el sueño erótico de Balam al ver como se balanceaba insinuante con la cálida brisa acariciándolos a ambos como si intentase crear un entorno íntimo.

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