Balam reposaba plácidamente en el esponjoso césped que lo rodeaba como una acogedora manta cuya extensión infinita resultaba tranquilizadora a la vista.
A pesar de ser uno de los temidos Alfas Infernales, como cualquier otro ser que estuviese sujeto a tantas responsabilidades, a veces, necesitaba abstraerse de todo y de todos, en un lugar en el que no pudiesen ubicarlo con facilidad para poder pensar en todo aquello que debía organizar, ordenar y tener en cuenta como el gran líder que era. ¿Y qué mejor para eso que en el plano de los sueños?
Él, de sus cuatro hermanos, era el dueño de los sueños y, entre otras cosas, poseía la capacidad de introducirse a placer en el sueño ajeno (aunque esto, algunos requisitos previos tenía y, por ende, no solía hacerlo nunca) así como también podía generar consciente y voluntariamente, su propio espacio para evadirse en los momentos más necesarios.
A pesar de que Balam, jamás, bajo ningún concepto, eludía sus responsabilidades, ni como Alfa ni en el seno del infierno, como el primogénito de uno de los tres grandes demonios, Abraxas, sí que era el más reflexivo de sus cuatro hermanos. No era una cuestión de experiencia vinculada a la longevidad, ya que no diferían las edades de los cuatro de un modo notorio, sino que se trataba más bien de la esencia personal de cada uno de ellos, del carácter que habían forjado durante años, así como de la fachada que habían decidido, de modo voluntario, alimentar. Por ello, tras numerosos conflictos y guerras que se sucedieron al correr de las décadas, él prefirió, a pesar de ser un Alfa temido cuyos castigos daban ejemplo a los inconscientes que osaran desafiarlo, adoptar un rol reflexivo antes de actuar. Con la experiencia adquirida en su propia manada, así como con las incontables asambleas sucedidas entre las llamas del inframundo, Balam era consciente de cuan necesario era adoptar un ojo crítico y analítico ante cualquier incidente que debiese ser solventado.
Era tal su autocontrol, dominio y capacidad reflexiva, que su propio lobo, Demonio, era capaz de suprimir sus instintos salvajes para dar lugar a un tándem de hombre y bestia perfecto, o lo más perfecto que puede ser cuando uno es un hombre lobo, a la par que un demonio.
Lo único que lamentaba profundamente y que, con el transcurso de los años, sentía que le pesaba como una losa cada vez más exigente, era que, a pesar de sus poderos, del poder propio y el familiar y, aunque llevaban siglos habitando la tierra, todavía no habían sido capaces, ni él ni sus hermanos, de hallar a su ansiada mate, a la luna que iluminara sus tortuosas existencias dándoles estabilizad personal, así como poder y fuerza a las manadas que lideraban.
Ese era el pensamiento más duro al que hacía frente en el silencio de sus noches, en la soledad fría de su cama y, en incontables ocasiones, cuando se hallaba rodeado por el amor y la pasión que destilaban aquellas parejas que lo rodeaban; podía percibir como el vacío hueco de su corazón cobraba una dimensión más grande, profunda y fría tornándolo un ser peligroso e impredecible para aquellos que lo rodeaban. Era en días como esos, en los que los demás no percibían el peligro que se les cernía, pero en los que él sí que era consciente de cuan perfecto era el depredador en el que la soledad lo convertía. En esos días de tumultuosas emociones amargas y violentas no era buena compañía. Además, sin querer, y a pesar de su reputación y capacidad, se encontraba cada día más cerca de dejarse consumir por las llamas de la oscuridad, unas llamas que solo acechaban a personas como él, señores de los sueños y de otras esferas paralelas. Una oscuridad que solo la luna predestinada podía iluminar apartando los largos brazos de las sombras que lo acechaban. Pero, lamentablemente, él ya pasaba más horas entre las sombras que en la luz.
Sabía que el tiempo se le estaba acabando y, por mucho que se había juntado con sus hermanos para debatir el porvenir de las manadas si a él le sucedía algo, en el fondo, hubiese deseado otro porvenir más halagüeño después de tanto sufrimiento.
Acompañado por esas silenciosas reflexiones cerró los ojos y dejó que sus pulmones se impregnaran del refrescante aroma de la hierba. Una hierba fresca, húmeda y vibrante que olía cada vez más a unas deliciosas y apetecibles manzanas con canela.
- ¿Manzanas con canela? – le preguntó Demonio con voz incrédula a través de su conexión personal.
Ante esa pregunta desconcertante Balam se quedó sorprendido y se sentó para poder ojear a su alrededor el amplio prado con el fin de comprobar qué había cambiado en el entorno y a qué se debía ese olor cada vez más abrumador que, sin querer, había pasado de ser un ligero cosquilleo cálido a una, cada vez, menos incipiente erección.
- Mía…- salió involuntariamente de sus labios sin entenderlo hasta que…
De repente y, como caída del cielo, porque al fin y al cabo fue eso, una caída del cielo, una joven morena aterrizó en su regazo haciendo que las cabezas de ambos impactaran por la fuerza con la que se vio depositada encima del hombre.
- Mío…- escuchó el ligero susurro femenino que se extendió por él como una ligera caricia aterciopelada; la cual contenía una promesa de dulce posesión. Ese ansiado pertenecer que siempre había anhelado.
Ambos se quedaron atónitos y desconcertados, mirándose con estupor, dejándose embriagar por esas dos únicas palabras, y sin poder moverse de su sitio, ya que, inexplicablemente, era como si un invisible imán los impeliese a estar ahí, así, juntos, en esa incómoda posición de cercanía que, entre dos extraños, parecía estúpida e inadecuado pero que, sin embargo, se percibía, para ellos, como necesaria y vital.
Balam pudo sentir cómo el olor a manzanas y canela que tanto le gustaba tornándole la boca agua, no solo se había intensificado bruscamente, sino que ahora inundaba con persistencia sus fosas nasales imbuyéndolo en un estado de excitación y placer desmedido. Era indudable que ese delicioso aroma pertenecía a la fémina morena que, sin lugar a dudas, era tan o más impactante que la esencia afrutada y adictiva que de ella se desprendía.
Sus ojos eran bastante grandes y rasgados, de un color gris profundo que, a diferencia de los suyos que también eran grises, desprendían unos destellos blancos y brillantes como si danzarinas llamas de ese color se paseasen libremente por sus pupilas. Resultaba imposible no quedarse embrujado por esas chispas que, con vida propia, te hacían preguntarte qué estaría pensando la atractiva mujer.
Su rostro en forma de corazón estaba enmarcado por una abundante melena azabache que le llegaba hasta la cintura y que, ahora se había tornado el sueño erótico de Balam al ver como se balanceaba insinuante con la cálida brisa acariciándolos a ambos como si intentase crear un entorno íntimo.
Su rostro en forma de corazón estaba enmarcado por una abundante melena azabache que le llegaba hasta la cintura y que, ahora se había tornado el sueño erótico de Balam al ver como se balanceaba insinuante con la cálida brisa acariciándolos a ambos como si intentase crear un entorno íntimo. Aunque no podía percibirlo con claridad, por cómo el cuerpo de la joven se amoldaba al propio y su hombría respondía poniéndose más dura que nunca, sabía, a ciencia cierta, que estaba bendecida con unas curvas de infarto. Ante ese pensamiento pecaminoso en el que él la estaba, sin explicación, desnudando mentalmente, Demonio ronroneó de placer instándolo a descubrir si así era aquella dulce figura caída del cielo. La joven lo contemplaba con una mezcla de curiosidad y asombro los cuales se reflejaban como una silenciosa pregunta en su rostro. Una pregunta cuya respuesta ambos conocían pero que, sin embargo, no se atrevían a exteriorizar para no quebrar en mil pedazos ese mágico y sensual momento.
Por unos segundos él se separó de la fémina contemplándola con admiración lo que le valió un gruñido de protesta que lo cautivó al igualar el propio ardor que él sentía. Toda ella era una obra de arte. Allí, tumbada en el lienzo verde, su pelo se hallaba revuelto en un remolino azabache indómito que le confería un aire salvaje y lascivo potenciado por sus labios ligeramente hinchados tras la sesión de desenfrenados besos y mordiscos. Con los pechos tersos y apetecibles desafiándolo con esas dos coronas rosadas que tan bien sabían cuando se fruncían entre sus labios. Los pantalones a medio bajar y la empapada tanga dejando entrever con claridad la forma de su entrada, los hincados labios mayores y sus apetecibles jugos empapándolos para facilitar la entrada en ella. Su sola imagen era la fantasía de cualquier mortal, solo con contemplarla así de salvaje y desenfrenada, dejándose llevar por el ardor de ambos como si estuviese en un trance de placer, sentía que solo deseaba colmarla de o
Arella se incorporó de golpe y miró alrededor. Se hallaba en su acogedora habitación azul, aquella que la había visto crecer en los últimos treinta años, una estancia que estaba impregnada por su personalidad inquieta y su amor por el aprendizaje. Por doquier se apreciaban libros de índoles muy diversificados: nigromancia, pócimas, herbología, astrología, los tratados demoníacos de los señores infernales y un gran etcétera que requeriría semanas ser recopilado e informado. En una bonita casa en miniatura ubicada en el lado derecho de la amplia estancia, entre la ventana y el robusto escritorio de madera de roble, se hallaba durmiendo plácidamente su pequeño zorro ártico, Fénix; un alegre y curioso cánido de pelaje blanco como la nieve al que había adoptado hacía veinte años. Aún recordaba cuándo lo conoció. Ella era una niña de tan solo diez años y, durante un recorrido por las distintas tierras de su manada en busca de nuevas plantas para estudiar, halló una incursión de ce
- ¿Qué haces sin vestirte todavía? - la sacó de su ensoñación una cantarina voz femenina muy conocida por ella. Dándose la vuelta se topó con los brillantes ojos de su amiga Miriela, una belleza de pelo rubio y rizado que se pasaba por cualquier sitio desprendiendo júbilo y alegría a raudales. Era la típica persona que, son su personalidad cálida y brillante, contagiaba el buen humor a los allí presentes, pero, sin embargo, en ese momento no parecía muy satisfecha con ella al amonestarla con el dedo. - ¿Cómo puedes estar todavía así si el rey vendrá a la casa de la manada en una hora? - se quejó su amiga mientras la ayudaba a despojarse de sus ropas bajo la atenta mirada de Fénix que las observaba muy despierto lavándose las patas delanteras. - ¡Ah, sí! – exclamó Arella con disgusto – el desagradable e insípido rey de los desgraciados. - ¡Arella! ¿Y si fuese tu mate? – suspiró con esperanza su mejor amiga -
Balam pasó los siguientes días, después de aquel extraño y vívido sueño, sumamente inquieto y desconcertado. Millones de dudas y preguntas azotaban su extenuada mente y, por mucho que les daba vueltas noche y día, no lograba vislumbrar con claridad ningún atisbo de una respuesta más o menos acertada y/o reconfortante. Por su mente, Demonio, había estado igual de inquieto y bastante irascible, ya que cuando por fin habían encontrado a su deliciosa luna, la habían perdido literalmente evaporada de entre sus brazos. Después de haberla reclamado como suya y de haberse podido perder en el deleite de ese pecaminoso cuerpo ahora no podían sacársela de sus sueños, se había incrustado en ellos como un hierro ardiente marcando a fuego su territorio. Pero ¿dónde estaba?, ¿quién era? y ¿por qué había desaparecido así? Sin
Jared Streak, rey regente de los Centuriones Celestiales, se meció su cabello de oro con desesperación. ¿Cómo era posible que sus vasallos fuesen una caterva de inútiles? ¿No había nadie capaz en su reino de llevar a cabo una misión tan sencilla? ¿Aquellos eran los infelices seres que debían servirle para algo útil? Aun habiéndoles hecho una petición tan sencilla a sus ojos, todos habían regresado con las manos vacías. Un vacío que ahora él debería llenar con una alianza indeseada, si no fuese por la única excepción de aquel cuerpo pecaminoso que representaba la otra parte del trato. Esa morena bien valía una guerra mientras pudiese tenerla en su cama para fornicarla sin cesar a su antojo. Se la iba a follar en tantas posiciones y de tantas maneras que le iba a hacer perder el sentido y suplicarle clemencia, una clemencia que, como venganza a sus constantes rechazos no le iba a ser concedida, sino que, con cada lamento de ella, él paladearía el éxtasis de entre sus húmedas piernas. So
Ojalá estuviesen en los tiempos dorados de los Centuriones Celestiales, en sus inicios, en la cuna del poder… Como Centuriones Celestiales, en especial los de alto rango, ostentaban el don de la luz divina y sus poderes y apariencias angelicales habían sido otorgados por las deidades de tiempos inmemoriales, aquellos que, años atrás moraban en la tierra y se camuflaban con los mortales comunes. Siglos atrás, algunas de las divinidades más poderosas de antiguos y nuevos credos religiosos como Demeter (el dios griego de la cosecha), Athenea (la diosa griega de la estrategia), Saturno (el dios romano del tiempo), Tellus (el dios romano de la tierra), Balder (el dios nórdico de la luz), Odín (dios nórdico del conocimiento), Kauil (dios maya del fuego), Itzamná (dios maya del cielo) u Omoikane (dios japonés de la inteligencia y la reflexión), entre muchos otros; bajaron de sus extensos reinos para conocer, de primera mano, a aquellos que habían creado y protegido con tanto ahínco, a sus h
Jared sonrió triunfal cuando su último y reducido escuadrón de búsqueda le trajo buenas nuevas después de meses de infructuosa cacería. La habían visto, a la famosa Bruja de las llamas, aquella que era temida y adorada por todos. La sobrecogedora enemiga de los lobos, la que, quisiese o no, lo ayudaría a alzarse victorioso de la contienda en la que se hallaba por conseguir a la escurridiza hija del Alfa. Solo el evocar la imagen de esa hembra femenina y salvaje hacía que su sangre cobrase vida propia, su entrepierna diese un fuerte respingo y su boca pudiese imaginar el sabor de esos audaces labios color amapola retorciéndose ante la voracidad de los besos. Y, ahora, por fin, gracias a esa bruja mística, sabía que podría lograr alcanzar su ansiado trofeo. Daba igual lo que le costase, él estaba dispuesto a pagar el precio, para él eso no era problema. Contaban las leyendas que la Bruja de las llamas era tan o más maligna que el propio señor de los infiernos. No había mortal que la h