Arella se incorporó de golpe y miró alrededor. Se hallaba en su acogedora habitación azul, aquella que la había visto crecer en los últimos treinta años, una estancia que estaba impregnada por su personalidad inquieta y su amor por el aprendizaje. Por doquier se apreciaban libros de índoles muy diversificados: nigromancia, pócimas, herbología, astrología, los tratados demoníacos de los señores infernales y un gran etcétera que requeriría semanas ser recopilado e informado. En una bonita casa en miniatura ubicada en el lado derecho de la amplia estancia, entre la ventana y el robusto escritorio de madera de roble, se hallaba durmiendo plácidamente su pequeño zorro ártico, Fénix; un alegre y curioso cánido de pelaje blanco como la nieve al que había adoptado hacía veinte años. Aún recordaba cuándo lo conoció. Ella era una niña de tan solo diez años y, durante un recorrido por las distintas tierras de su manada en busca de nuevas plantas para estudiar, halló una incursión de ce
- ¿Qué haces sin vestirte todavía? - la sacó de su ensoñación una cantarina voz femenina muy conocida por ella. Dándose la vuelta se topó con los brillantes ojos de su amiga Miriela, una belleza de pelo rubio y rizado que se pasaba por cualquier sitio desprendiendo júbilo y alegría a raudales. Era la típica persona que, son su personalidad cálida y brillante, contagiaba el buen humor a los allí presentes, pero, sin embargo, en ese momento no parecía muy satisfecha con ella al amonestarla con el dedo. - ¿Cómo puedes estar todavía así si el rey vendrá a la casa de la manada en una hora? - se quejó su amiga mientras la ayudaba a despojarse de sus ropas bajo la atenta mirada de Fénix que las observaba muy despierto lavándose las patas delanteras. - ¡Ah, sí! – exclamó Arella con disgusto – el desagradable e insípido rey de los desgraciados. - ¡Arella! ¿Y si fuese tu mate? – suspiró con esperanza su mejor amiga -
Balam pasó los siguientes días, después de aquel extraño y vívido sueño, sumamente inquieto y desconcertado. Millones de dudas y preguntas azotaban su extenuada mente y, por mucho que les daba vueltas noche y día, no lograba vislumbrar con claridad ningún atisbo de una respuesta más o menos acertada y/o reconfortante. Por su mente, Demonio, había estado igual de inquieto y bastante irascible, ya que cuando por fin habían encontrado a su deliciosa luna, la habían perdido literalmente evaporada de entre sus brazos. Después de haberla reclamado como suya y de haberse podido perder en el deleite de ese pecaminoso cuerpo ahora no podían sacársela de sus sueños, se había incrustado en ellos como un hierro ardiente marcando a fuego su territorio. Pero ¿dónde estaba?, ¿quién era? y ¿por qué había desaparecido así? Sin
Jared Streak, rey regente de los Centuriones Celestiales, se meció su cabello de oro con desesperación. ¿Cómo era posible que sus vasallos fuesen una caterva de inútiles? ¿No había nadie capaz en su reino de llevar a cabo una misión tan sencilla? ¿Aquellos eran los infelices seres que debían servirle para algo útil? Aun habiéndoles hecho una petición tan sencilla a sus ojos, todos habían regresado con las manos vacías. Un vacío que ahora él debería llenar con una alianza indeseada, si no fuese por la única excepción de aquel cuerpo pecaminoso que representaba la otra parte del trato. Esa morena bien valía una guerra mientras pudiese tenerla en su cama para fornicarla sin cesar a su antojo. Se la iba a follar en tantas posiciones y de tantas maneras que le iba a hacer perder el sentido y suplicarle clemencia, una clemencia que, como venganza a sus constantes rechazos no le iba a ser concedida, sino que, con cada lamento de ella, él paladearía el éxtasis de entre sus húmedas piernas. So
Ojalá estuviesen en los tiempos dorados de los Centuriones Celestiales, en sus inicios, en la cuna del poder… Como Centuriones Celestiales, en especial los de alto rango, ostentaban el don de la luz divina y sus poderes y apariencias angelicales habían sido otorgados por las deidades de tiempos inmemoriales, aquellos que, años atrás moraban en la tierra y se camuflaban con los mortales comunes. Siglos atrás, algunas de las divinidades más poderosas de antiguos y nuevos credos religiosos como Demeter (el dios griego de la cosecha), Athenea (la diosa griega de la estrategia), Saturno (el dios romano del tiempo), Tellus (el dios romano de la tierra), Balder (el dios nórdico de la luz), Odín (dios nórdico del conocimiento), Kauil (dios maya del fuego), Itzamná (dios maya del cielo) u Omoikane (dios japonés de la inteligencia y la reflexión), entre muchos otros; bajaron de sus extensos reinos para conocer, de primera mano, a aquellos que habían creado y protegido con tanto ahínco, a sus h
Jared sonrió triunfal cuando su último y reducido escuadrón de búsqueda le trajo buenas nuevas después de meses de infructuosa cacería. La habían visto, a la famosa Bruja de las llamas, aquella que era temida y adorada por todos. La sobrecogedora enemiga de los lobos, la que, quisiese o no, lo ayudaría a alzarse victorioso de la contienda en la que se hallaba por conseguir a la escurridiza hija del Alfa. Solo el evocar la imagen de esa hembra femenina y salvaje hacía que su sangre cobrase vida propia, su entrepierna diese un fuerte respingo y su boca pudiese imaginar el sabor de esos audaces labios color amapola retorciéndose ante la voracidad de los besos. Y, ahora, por fin, gracias a esa bruja mística, sabía que podría lograr alcanzar su ansiado trofeo. Daba igual lo que le costase, él estaba dispuesto a pagar el precio, para él eso no era problema. Contaban las leyendas que la Bruja de las llamas era tan o más maligna que el propio señor de los infiernos. No había mortal que la h
- ¡Jared! - exclamó una voz muy chillona y femenina desde el fondo de la sala. El hombre sonrió al saber quién era su dueña, por fin podría disfrutar de esas atenciones que merecía…- ¿dónde te crees que vas sin decir…- la rubia se calló de golpe al ver al sensual rey masajear su ombría delante de ella. Ángela amaba sentirlo clavado dentro de ella y, aunque sabía que él era un hombre de deseo constante, nunca lo había pillado infraganti, eso la calentó haciendo que se mojase los labios con la lengua, como si pudiese saborear la salinidad del duro miembro en su lengua. El hombre la contempló con deleite, ya que le encantaba ver cuánto lo codiciaban.- ¿Hay algo que necesites querida? – preguntó con sorna- ¿puedo darte algo que desees? – la animó con malicia.- Su majestad… – dijo la
Balam dejó con presteza el asiento que ocupaba tras su escritorio macizo de roble. Hacía unos minutos que había llegado Asmodeo y, después de una semana de espera, estaba inquieto y deseoso de ver si tenía alguna novedad al respecto de su luna, aquella chica misteriosa que había desaparecido de la manera tan mágica en la que apareció, pero habiéndose llevado con ella una parte esencial del corazón de él.Sabía que su hermano se había arriesgado por él de un modo desinteresado, ya que movilizar a sus sombras lo acercaba a grandes pasos a su propio final dado que Asmodeo no había hallado a su propia mate y, sin ella, el uso de sus poderes mermaba el tiempo que le quedaba lejos de las sombras que amenazaban en poseerlo por completo antes de que hallase a la luz de su alma.Era una broma de mal gusto el haber vivido tantos siglos, poseído tanto poder y ser consid