En cuanto se cerró la puerta del coche, se marchó inmediatamente, en consideración a que Cecilia no se abrochó el cinturón de seguridad, no conducía a alta velocidad, pero llamó mucha atención.
Lo único que Bosco pudo ver mientras se dirigía a la puerta fueron las luces traseras de color rojizo que parpadeaban en la oscuridad.
Miró fijamente en esa dirección, con los ojos más oscuros.
El camarero ayudó a salir a la herida Noa, —señorita Joaquín, voy a por el coche, espere un momento.
—Bien —se colocó codo con codo con Bosco, necesitando apoyarse en el marco de la puerta para sostenerse a duras penas porque le dolía el pie. Ya llevaban las zapatillas desechables del hotel, y su tobillo parecía aún más hinchado.
Los ojos de Bosco la recorrieron, sus finos labios se movieron ligeramente.
Noa percibió su mirada y también intuyó que tenía algo que decir, interrumpiéndole débilmente: —ve tú tras ella, no te preocupes por mí.
Miró al frente, con una actitud clara y orgullosa.
—¿Por qué quiere