Aún no había terminado, cuando Rosa me llamó.
— María, la señora Gómez quiere verte.
— No le hagas caso —respondí con indiferencia—. Dile que hoy estoy ocupada, que no iré a la oficina y que se vaya.
— Pero no quiere irse, está sentada en tu oficina. ¿Puedo hacer que los guardias la saquen?
— No es necesario, que se quede sentada.
Temía que los guardias no fueran rival para Carmen y que, de intentar sacarla, se armara un escándalo que afectara el funcionamiento normal de la empresa.
— Bueno... —Rosa suspiró y colgó.
No le di mucha importancia. Carmen solo venía a pedirme dinero, nada más.
No pensaba dárselo, o de lo contrario no pararía nunca.
Sujetando el móvil, me di la vuelta, y al levantar la mirada, de repente me topé con alguien conocido —no, ¡con una enemiga!
Daniela venía del brazo de una señora mayor, con quien se parecían bastante. Probablemente su madre.
A su lado, dos vendedores de coches con traje les hablaban animadamente.
Parecían también estar comprando un auto.
Qué cas