DE CEO, A PAPÁ EN ALQUILER
DE CEO, A PAPÁ EN ALQUILER
Por: Daria
CAPÍTULO 1

            –¿Qué es esto Alanna?

            –Audrey, dame esas indicaciones, ¿por qué revisas mis cosas?

            –Ah, ¿es un secreto?, ¿no le dirás a tu padre que será abuelo?

            –Se lo diré cuando lo considere oportuno Audrey, ahora por favor, devuélveme esas indicaciones.

            –¿Quién es el padre?, ¿uno de los estudiantes de medicina tan fracasados como tú?

            –Para ti todo el que estudia es un fracasado, eres patética Audrey.

            –Sigue insultándome y esto llegará a las manos de tu padre, esta misma noche.

            –¿Qué llegará a mis manos esta noche?

            –¡Papá! –exclamó Alanna perdiendo el color en el rostro.

            –Hice una pregunta y estoy esperando la respuesta –exigió el padre muy severamente.

            –Tu hija tiene algo importante qué decirte.

            –No Audrey, no es nada papá, luego hablaré contigo.

            –¿Es algo serio?

            –Vaya que sí lo es.

            –¡Audrey basta!

            –Basta digo yo, quiero saber de una vez, qué es lo que está pasando entre ustedes.

            –Dile Alanna.

            –Audrey, ya.

            –Audrey, dime tú qué está pasando.

            –Tu hija está embarazada.

            –¿Qué? ¿De quién es ese niño?

Alanna sin poder contener las lágrimas miraba a su padre deseando que la tierra se la tragara, ante su silencio su padre se alteraba más.

            –Alanna respóndeme.

            –No lo sé papá, fui a una fiesta de la escuela de medicina, luego un gran grupo nos fuimos a un club a bailar un poco, algo bebí que me hizo perder el sentido común, porque amanecí en una habitación de hotel con un desconocido, no me quedé a averiguar quién era, solo salí de allí sintiéndome muy mal, ha pasado un tiempo y comencé a tener mucho malestar, hoy me revisó un médico y determinó que estoy embarazada.

            –Deshazte de ese embarazo de inmediato.

            –No papá, no me pidas eso.

            –Entonces, sí sabes de quién es –acotó Audrey.

            –No lo sé, pero abortar no lo he considerado una opción, desde que me enteré del embarazo decidí tener a mi bebé.

            –Confiaba en ti Alanna.

            –Papá puedes seguir confiando en mí.

            –Me has deshonrado, ahora solo eres una decepción.

Audrey hizo un esfuerzo inmenso para que salieran lágrimas de sus ojos y decir:

            –¿Cómo pudiste Alanna?, tu padre ha hecho todo por ti y, ¿así le pagas?, será la burla de todo su círculo, esto podría costarle la magistratura.

            –No, no papá, jamás haría algo que te afecte públicamente, ¿qué quieres que haga sin considerar el aborto?

            –Vete de mi casa, ya no eres mi hija, te desconozco de ahora en más.

            –Papá, ¿qué dices?, no puedes hacerme eso, además esta casa es de mi madre y yo soy tu única hija.

            –Ya no más, no quiero volver a verte en lo que me resta de vida, desvergonzada, solo eres una mujerzuela de la calle.

            –¡Papá, por favor!

            –Alanna vete, no alteres más a tu padre, podría enfermarse y todo por tu mal comportamiento.

            –¡Papá! –seguía diciendo en medio del llanto desgarrador que la aquejaba.

Sullivan Baker le dio la espalda y apoyado en su esposa comenzó a caminar hacia su habitación, a su lado Audrey no disimulaba la sonrisa de satisfacción que le producía lo sucedido, su plan había salido mejor de lo pensado y todo gracias a la imprudencia de Alanna.

Alanna recogió todos sus efectos personales, empacó lo que pudo y salió a la calle, abordó un taxi y se fue a un hotel, allí se registró con el apellido de su abuela materna.

Lloró amargamente esa noche, al amanecer le pidió disculpas a su bebé y le prometió luchar con todas sus fuerzas para que tuviera una buena vida. Esa tarde tomó un autobús que atravesó casi todo el país y la dejó en Washington DC.

Casi ocho años después…

            –Vamos hermana, la séptima es la vencida.

            –No era: “¿A la tercera es la vencida?”

            ­–Podemos adaptarla a nuestras necesidades, este sí es, lo presiento.

Se acercaron a un hombre que venía escoltado por dos corpulentos guardaespaldas.

            –Disculpe señor, ¿tiene un momento? –preguntó el pequeño, tomándole la delantera a su hermana.

Uno de los escoltas se interpuso, sin embargo, el hombre preguntó:

            –¿Qué quieres niño?

            –¿Qué edad tiene?

            –Y eso, ¿por qué es relevante?

            –Para calcular si puede ser nuestro papá.

A Kurt Hogdman le resultó divertida la respuesta y lo interrogó:

            –¿Dónde está su madre? –preguntó cuando la niña se colocó al lado de su hermanito y le tomó la mano.

            –Trabajando –contestaron a dúo.

            –¿Y su padre?

            –No tenemos –nueva respuesta de ambos al mismo tiempo.

            –¿Están solos por aquí?

            –No –contestó la niña y señalando hacia una chica que los esperaba muy cerca dijo– ella es nuestra niñera y nos acompaña a todas partes.

            –Señor, estamos en mitad de la calle, ya deberíamos entrar –señaló uno de los escoltas.

            –Debo irme niños, cuídense.

            –¿No quiere escuchar nuestra propuesta?, se ve que es un hombre de negocios, ¿no le interesa un buen trato? –insistió el niño.

Kurt miró detenidamente a los niños, no pudo evitar la sonrisa que se formó en su rostro y contra toda normalidad, expresó:

            –Me interesa mucho su propuesta, pero este no es lugar para negociar, ¿me acompañan a mi oficina?

            –Sí, por supuesto –respondió el niño.

Cada uno de los pequeños se colocó al lado de él, al tiempo que le hacían señas a Penny, para que los siguiera.

Cuando Kurt Hogdman, hizo su entrada, llamó mucho la atención por las tres personas que lo acompañaban, él, como siempre, solo hacía leves movimientos de cabeza a modo de saludo, pero sin detenerse en su camino hasta el ascensor privado que lo trasladaba directamente al piso de presidencia.

            –Buenos días señor presidente –saludó la recepcionista de su piso.

            –Buenos días –contestó con la seriedad y distancia de siempre.

            –Buenos días señor presidente –saludó su secretaria–, en su escritorio coloqué el contrato de la naviera italiana.

            –Buenos días, lo veré más tarde, ahora voy a la sala de conferencias, niños, ¿desayunaron?, ¿quieren algo?

            –Un jugo de frutos verdes, por favor –pidió la niña.

            –Yo quiero cereal con leche deslactosada, por favor –solicitó el niño.

            –Café para mí –dijo la niñera cuando recibió la mirada interrogante del presidente.

Kurt no se detuvo a pensar en que los niños habían pedido lo que él desayuna cada mañana, aunque sí lo notó. Solicitó a su asistente otro jugo verde y se dirigió a la sala de conferencias con sus acompañantes.

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