Capítulo tres. ¡Me han tendido una trampa!

Luciano observó el vaso de whisky sobre el escritorio, sentía unas inmensas ganas de emborracharse hasta ser capaz de olvidarse de su nombre y de todo lo que le atormentaba. Pero sabía que esa no era una buena decisión, no había probado licor desde hacía una semana, porque los recuerdos se volvían mucho más nítidos y más dolorosos. Los dos suaves toques a la puerta lo distrajeron de su deseo y agradeció a quien quiera que le interrumpió.

—Adelante —dijo cambiando su semblante, por un momento se olvidó que sus padres estaban fuera.

—Lamento interrumpirlo señor Barrera, pero afuera hay un hombre que pide hablar con usted —dijo la joven.

—Te dijo su nombre —preguntó, porque él no recordaba haber citado a nadie a su casa.

—No, pero dijo que era urgente y que era mejor que lo recibiera si no quería ser portada de los diarios mañana por la mañana —respondió la joven.

Luciano endureció la expresión de su rostro, caminó hasta el ventanal desde donde podía observar al intruso que se atrevía llegar hasta su casa y amenazar.

El enojo corrió por su cuerpo al darse cuenta de quién se trataba, no era otro sino Valerio Carranza.

—Déjalo pasar y tráelo aquí —pidió, quería saber qué era lo que el hombre buscaba. Bien pudo haberlo despachado, pero con personas como él debía tener un ojo abierto y el otro mucho más abierto.

Luciano bebió de un solo trago el contenido de su copa, algo en su interior le gritó que lo necesitaría para escuchar lo que el tipo tuviera que decirle antes de darse el placer de botarlo de su casa como el animal rastrero que era.

—Luciano, creí por un momento que te negarías a recibirme —dijo el hombre apenas entró al despacho.

—¿Qué es lo que buscas en mi casa? —preguntó con seriedad.

—Con calma, Luciano, que no he venido a pelear contigo, pero si a discutir lo que haremos con Ofelia —dijo sentándose sin ser invitado.

—¿Qué haremos? No tengo nada que hacer con tu hija, lo que sea que quieras decirme de ella me tiene sin cuidado —anunció poniéndose de pie.

—No puedes hablar en serio, después de lo que pasó entre ustedes, no puedes apartarte sin tomar la responsabilidad de tus actos Luciano, mi hija está embarazada, espera un hijo tuyo —anunció con una sonrisa de oreja a oreja.

El cuerpo de Luciano tembló violentamente y él no sabía si la razón era la noticia que estaba recibiendo o descubrir lo complacido que Valerio estaba al contarle.

—Eso no puede ser cierto —dijo acercándose al hombre.

—Respóndeme algo ¿Te cuidaste cuando estuviste con ella? —preguntó y el rostro de Luciano palideció. —Me lo imaginé, tu cara lo dice todo.

—Vete de mi casa Valerio o te juro que no me haré responsable de mis actos —le amenazó al darse cuenta de que él tenía mucho que ver en las acciones de Ofelia.

—No voy a marcharme sin tener una oferta de matrimonio para mi hija, hablaré con tus padres para ponernos de acuerdo. Lo quieras o no te casarás con Ofelia —aseguró.

Luciano lo tomó por las solapas del saco y acercó su rostro peligrosamente a él.

—No te atrevas a amenazarme, no soy Imperio, ni soy Ofelia para hacer tu voluntad y no vas a imponerme absolutamente nada, por tu actitud puedo deducir que fuiste tú quien le pidió a Ofelia hacer lo que hizo —gruñó casi juntando su nariz contra Valerio.

—Le dije exactamente lo que tenía que hacer y tú hiciste el resto, no puedes negarlo, mi hija era virgen y ahora está preñada —soltó con una sonrisa mezquina.

Luciano lo soltó y antes de que Valerio pudiera saborear la libertad de su agarre sintió el puño de Luciano estrellarse contra su rostro enviándolo al piso.

—Eres el peor hombre que he tenido la mala suerte de conocer Valerio Carranza, pero te aseguro que ninguno de tus planes funcionará para que te conviertas en parte de mi familia. Ahora termina de largarte o te echaré a la calle como a un perro —anunció.

—Voy a demandarte, te acusaré de violación, haré que Ofelia testifique en tu contra, tu familia y tú estarán arruinados, andarán en boca de todo el mundo, me encargaré de que nadie quiera hacer negocios contigo —amenazó limpiándose la sangre de la comisura de los labios.

—No me importa lo que hagas Valerio, no voy a caer en tu trampa. Tengo el dinero suficiente para enfrentarte en los juzgados y pruebas que demuestran que fue tu hija quien me drogó, quizás tú puedas explicar ante un juez como es que ella consiguió un producto ilegal —respondió con dureza.

—No te atreverás, nadie te creerá, mi hija es casi una niña —insistió.

—Existen cárceles para menores y para gente despreciable como tú, ¡ahora termina de largarte de mi casa de una m*****a vez! —gritó furioso.

Luciano quería matarlo con sus propias manos, pero ese hombre no era nadie y no arruinaría su vida de ninguna manera posible.

—Veremos quién tiene la razón, tu dinero no podrá borrar el embarazo de mi hija. Te espero mañana por la noche en mi casa y arreglaremos este asunto de una buena vez, te juro que haré un escándalo si no llegas a presentarte —dijo antes de salir hecho una furia por no haber conseguido su propósito tan fácilmente.

Mientras tanto Luciano no podía apartar las palabras del hombre. Era posible que Ofelia estuviera embarazada, él sabía que existía la posibilidad y lo había estado pensando durante varios días, pero se negaba a creer, él no quería nada que lo atara a una mujer como Ofelia. Una mujer capaz de cometer un crimen con tal de salirse con la suya, así fueran ideas de un tercero, ella debió pensar en el daño que podía causar su actuar.

Bebió un par de copas más antes de irse a la cama, no quería pensar, sin embargo, su sueño estuvo plagado de una pequeña bebé llorando, buscando sus brazos.

Aquella noche, fue la peor noche de todas, porque de ser cierto que Ofelia esperaba un hijo suyo, ¿Qué iba a hacer? Sus padres estarían felices con la noticia, era algo que le habían estado pidiendo, pero él no sería capaz de ver la cara de Ofelia y fingir que todo estaba bien.

A la mañana siguiente tomó la firme decisión de hablar con Tristán, él era el único que podía sacarlo de su duda, la incertidumbre lo acechaba y sabía que no estaría tranquilo hasta saber si era o no cierto que Ofelia esperaba un hijo suyo.

Luciano esperó pacientemente a que Tristán hiciera acto de presencia en la oficina, había llegado más temprano de lo normal, como si eso pudiera darle una respuesta a sus dudas e inquietudes y no fue hasta que escuchó los dos toques a la puerta que no se dio cuenta de que el tiempo había pasado volando.

—Adelante —dijo fingiendo ordenar unos documentos.

—Estás bien, ¿Qué sucede? —preguntó Tristán al darse cuenta de la palidez en el rostro de su amigo.

—No, nada está bien —aceptó. —Valerio se presentó a mi casa exigiendo que tomará la responsabilidad de Ofelia y del niño que, según él, ella está esperando —dijo con el rostro desencajado.

—¿Cómo que llegó a tu casa?

—Me ha citado esta noche en su casa para que resolvamos el asunto, ha amenazado con armar un escándalo e incluso ha amenazado con enfrentarse en los tribunales y exponerme ante los medios —dijo con frustración.

—Valerio está loco, ¿Qué piensas hacer?

—Ofelia ¿Está embarazada? —preguntó

—Sí, Imperio la llevó a hacerse un chequeo y descubrió que no era una enfermedad, sino un embarazo —aceptó Tristán.

El corazón de Luciano casi se detuvo, porque si de alguien no podía desconfiar era precisamente de su mejor amigo.

—¡Me han tendido una trampa! —exclamó golpeando el escritorio con su puño, estaba terriblemente enojado con Ofelia, con Valerio, con el mundo, pero sobre todo consigo mismo por haber caído como un tonto.

—Lo sé Luciano, pero eso no borra el hecho de que Ofelia espera un hijo tuyo. ¿Irás a la cita esta noche?

—No tengo otra opción, iré, aunque no se necesita ser un genio para saber lo que tu tío pretende. Lo que más coraje me da es que tu prima se prestara a ser partícipe de esta bajeza, pero supongo que ha heredado la mala sangre de su padre —aseguró con enojo.

—Comprendo tu enojo Tristán ninguno de los dos tiene justificación.

—Ninguno de los dos la tiene y te aseguro que ninguno de los dos conseguirá lo que quieren.

Tristán no dijo nada y luego de un largo silencio se puso de pie y salió de la oficina dejando a Luciano solo con sus pensamientos.

El resto del día transcurrió sin sobresaltos, Luciano ocupó su mente entre papeles, se saltó el almuerzo porque era incapaz de probar bocado y en la mañana apenas había podido tomar un poco de jugo de vegetales y dos galletas saladas, porque las náuseas continuaban atacándolo y ahora quizás supiera la razón. No sabía mucho sobre el tema, pero en el pasado había investigado un poco, cuando estúpidamente había creído que sería padre.

 «Ahora que tienes la oportunidad de ser papá de verdad, la madre no es mejor, ni distinta a la mujer que en el pasado también te engañó» le recordó su conciencia.

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