Casi Muerto
Casi Muerto
Por: Clariza
Prologo.

Robinson Báez sintió un fuerte dolor en sus pulmones y muslos. Dejó de trotar y comenzó a caminar, luego se detuvo, se inclinó con las manos sobre las rodillas, y tomo asiento por un momento mientras recuperaba el aliento. Era una buena sensación, una forma mucho mejor de despertarse que una taza de café caliente, Todavía tenía un montón de tiempo para ducharse y comer antes de tener que irse al trabajo. Robinson amaba el resplandor de la luz del sol por la mañana entre los árboles y la humedad del rocío de la mañana que persistía en el aire. Pronto sería un día caluroso de mayo, pero ahora la temperatura estaba perfecta, sobre todo aquí en la Republica Dominicana También le gustaba la soledad. Rara vez se había encontrado a otra persona haciendo ejercicios en este camino, y nunca a estas horas de la mañana.

A pesar de lo bien que se sentía en este entorno, comenzó a sentirse desilusionado mientras lograba normalizar su respiración. Su novia, Clara vivía con él y le había prometido una vez más que lo acompañaría a trotar, y una vez más se había negado a despertarse. Probablemente no se levantaría hasta mucho después de que él se había ido a trabajar en su propio trabajo de oficina, tal vez no hasta la tarde. “¿Cuándo superará esa etapa?”, se preguntó. ¿Y cuándo iba a conseguir otro trabajo? Se echó a trotar con la esperanza de librarse de sus pensamientos negativos. Pronto empezó a correr, y ese dolor estimulante en sus pulmones y piernas pareció arrasar con su preocupación y desilusión. Luego sus piernas cedieron bajo sus pies. Estaba cayendo, era una sensación extraña y suspendida que de alguna manera se sentía terriblemente lento. Se estrelló con un golpe brutal.

La luz del sol se había ido, y sus ojos se tuvieron que acostumbrar a la oscuridad. “¿Dónde estoy?”, se preguntó. El vio que estaba en el fondo de un hoyo estrecho. Pero ¿cómo había llegado allí? Sintió un terrible dolor punzante en su pierna derecha. Bajó la mirada y vio que su tobillo estaba doblado en un ángulo antinatural. Trató de mover su pierna. El dolor se intensificó y el gritó. Trató de ponerse de pie, pero su pierna cedió ante su peso. Sentía los huesos rotos chocando entre sí. Sintió náuseas y casi perdió el conocimiento. Sabía que necesitaba ayuda y se metió la mano en el bolsillo para buscar su teléfono celular. ¡No estaba allí! Debió haberse caído. Tenía que estar en alguna parte. Tanteó para tratar de encontrarlo.

Pero estaba enredado en una especie de manta áspera y pesada junto con tierra y hojas. No pudo encontrar su teléfono celular. Comenzó a darse cuenta de que había caído en una trampa, en un hoyo tapado con una manta cubierta de desechos. ¿Era una broma? Si era así, no le parecía nada graciosa. Y ¿cómo saldría de aquí? Las paredes del hoyo eran rectas, y no había puntos de apoyo ni asideros. Inca- paz incluso de ponerse de pie, nunca sería capaz de salirse de aquí por su cuenta. Y era probable que nadie pasara por este camino pronto, tal vez no en algunas horas. Entonces oyó una voz directamente sobre él. “¡Oye! ¿Tuviste un accidente?”. El respiró de alivio a lo que oyó esa voz. Levantó la mirada y vio que un hombre estaba de pie sobre él. Su figura se perfilaba contra la luz pálida, por lo que no podía distinguir su rostro. Aun así, apenas podía creer su suerte. Después de tantas mañanas no viendo a nadie en este camino, resultó que esta mañana alguien había pasado cuando necesitaba ayuda. “Creo que me fracturé el tobillo”, le dijo al hombre. “Y perdí mi teléfono”. “Qué mal”, dijo el hombre. “¿Cómo sucedió?”. “¿Qué pregunta es esa?”, se preguntó. Aunque parecía ser amigable, Robinson deseaba poder ver su rostro. El dijo: “Yo estaba trotando, y... había un hoyo, y...”. “¿Y qué?”. Robinson se estaba impacientando. Él dijo: “Bueno, obviamente caí en el hoyo”. El hombre se quedó en silencio por un momento. Luego dijo: “Es un hoyo grande. ¿No lo viste?”. Robinson soltó un gemido de exasperación.

“Mira, solo necesito ayuda para salir de aquí, ¿de acuerdo?”. El hombre negó con la cabeza. “No deberías trotar en lugares extraños donde no conoces el camino”. “¡Conozco este camino!”, gritó Robinson. “Entonces ¿cómo caíste en el hoyo?”. Robinson estaba estupefacto. O bien el hombre era un idiota o estaba jugando con él. “¿Eres el idiota que cavó este hoyo?”, espetó el. “Si es así, no es nada gracioso. ¡Sácame de aquí!”. Le sorprendió darse cuenta de que estaba llorando. “¿Cómo?”, preguntó el hombre. Robinson se estiró, extendiendo su brazo lo más que pudo. “Toma mi mano y jálame”. “No creo que pueda alcanzarte”. “Claro que sí puedes”.

El hombre se echó a reír. Tenía una risa agradable y amable. Aun así, Robinson deseaba poder ver su rostro. “Yo me encargo de todo”, dijo él, alejándose del hoyo. Ya no podía verlo. Luego oyó metal y chirridos detrás, y sintió un gran peso sobre él. Jadeó y escupió hasta que comprendió que el hombre había vertido tierra sobre ella. Sintió sus manos y piernas enfriarse, una señal de pánico. 

“No te asustes”, se dijo a sí mismo. Aunque no entendía lo que estaba pasando, tenía que mantener la calma. El vio que el hombre estaba de pie con una carretilla inclinada sobre el hoyo. Un poco de tierra restante cayó de la carretilla sobre su cabeza. “¿Qué estás haciendo?”, gritó. “Relájate”, dijo el hombre. “Como dije, yo me encargo de todo”. Se llevó la carretilla. Entonces oyó un golpeteo sordo.

Era el sonido del hombre echando más tierra en la carretilla. El cerró los ojos, respiró profundo, abrió la boca y dejó escapar un grito largo y agudo. “¡Ayuda!”. Entonces sintió un puñado de tierra pesado directamente en su cara. Un poco de tierra entró en su boca, y él se atragantó y la escupió. Su voz aún amable, el hombre dijo... “Me temo que vas a tener que gritar mucho más fuerte que eso”. Luego, con una risita, agregó... “Apenas puedo oírte”. El soltó otro grito, sorprendido por la intensidad de su propia voz. Entonces el hombre vertió la nueva carretilla llena de tierra sobre él. No pudo volver a gritar. Su garganta estaba obstruida por la tierra. Fue inundada por una sensación extraña de deja vu. Había experimentado esto antes, esta incapacitada para huir del peligro o incluso gritar.

Pero esas experiencias solo habían sido pesadillas. Y siempre había despertado de ellas. Sin duda, esto no era más que otra pesadilla.

 “Despierta”, se dijo así mismo una y otra vez. “Despierta, despierta, despierta...”. Pero no podía despertar. Esto no era un sueño. Esto era real.

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