Capítulo 2. Sueños rotos.

Valentina se levantó, tratando de recomponerse y recuperar la poca dignidad que le quedaba mientras juraba en su interior que nunca más volvería a dejarse engañar y a humillar por nadie.

Cuando la sacaban, la recepcionista sonreía feliz por haber logrado su cometido, mientras apretaba la carta que le había dejado el hombre, apretándola con fuerza entre sus manos y se regodeaba en su interior de lo que había hecho “Idiota, ¿Pensabas escalar de posición casándote con Luke Ferrari? Pues lo siento por ti… no lo voy a permitir”, dijo la mujer por completo satisfecha.

Los días fueron pasando, estos se convirtieron en semanas y aunque buscaba un nuevo empleo no lo encontraba, en ese momento estaba en la calle, su desesperación era palpable. El peso de sus menguantes ahorros parecía arrastrarla como una piedra, su futuro era incierto y poco claro, debió mandarle dinero a su familia, y se quedó con menos.

El sol era fuerte, su calor presionaba sobre ella como si tratara de empujarla hacia un nuevo camino, de recordarle que, por dura que sea la vida, siempre hay esperanza. Sin embargo, su esperanza se iba desvaneciendo poco a poco y la dura realidad se iba imponiendo.

No tenía trabajo, ni forma de ganarse la vida, ni de mantenerse, y lo único a lo que había podido aferrarse, sus ahorros, se escurrían como agua entre sus manos.

Llevaba dos semanas buscando trabajo, de aseadora, dependienta, cualquier trabajo le serviría, pero en todas partes la miraban y le decían que no, que no había nada. Nadie quería contratar a alguien en una situación tan desesperada.

Aun así, siguió buscando, día tras día, con la esperanza de que algún día, en algún lugar, alguien se apiadara de ella y le diera una oportunidad.

Llegó al apartamento donde había arrendado una habitación con otras mujeres, y cuando llegó la estaban esperando.

—Hola, buenas noche —saludó, pero ninguna le respondió, eso le dio la sensación de que algo malo se avecinaba—. ¿Pasa algo? —interrogó y la mayor de ellas respondió.

—Por supuesto que sí, pasa que no has pagado el arrendamiento, y aunque conocemos tu condición, la nuestra no está tampoco para tenerte aquí sin pagar, así que tienes hasta mañana para pagar o debes marcharte.

Ella se quedó viendo a cada una con una expresión suplicante.

—Por favor, no me hagan esto… no tengo a donde ir… puedo dar una parte y la otra la daría apenas consiga un trabajo.

—¿Trabajo? Tienes dos semanas buscando y no encuentras, ¿Qué te hace pensar que lo harás de la noche a la mañana? Creo que lo mejor es que tomes ese dinero y te regreses a tu país, para que no des lástima —expresó Nidia—. Eso te pasa por creer que un niño rico te iba a tomar en serio.

Le dijo la mujer sacándole en cara la relación que había tenido con Giovani, el culpable de todas sus desgracias.

—¿Sabes? He decidido que no te vamos a esperar, es mejor que te vayas ya —dijo la mujer sin ninguna compasión y dándole la espalda.

—No me hagas esto ¿Cómo me vas a echar a esta hora? No tengo dónde ir, por favor, por lo menos espera hasta mañana que yo pueda salir y buscar un lugar para dormir —expuso en tono suplicante a punto de empezar a llorar.

—No hay ninguna excusa que valga, si no te vas por las buenas te saco yo misma por las malas —le dijo la mujer—. Tienes media hora para salir de aquí.

Ella se quedó en silencio y entró a la habitación, pero en vez de recoger sus cosas se lanzó a la cama sin dejar de llorar, estaba arrepentida de haber sido tan estúpida y dejarse engañar como si fuera una adolescente.

Había creído en sus mentiras, se dejó deslumbrar por sus besos, su risa, su voz; sintió como los latidos de su corazón se unieron a los de él, como si fuesen uno solo, pero todo eso fue falso, se dio cuenta de que se había ido, y pese a no desearlo su recuerdo se quedaría para siempre en su corazón.

El tiempo corría y sabía que esas mujeres afuera no tendrían misericordia de ella, por eso se levantó y comenzó a arreglar sus cosas, aunque no lo hacía con toda la rapidez que le hubiese gustado, porque no se sentía bien, había pasado todo el día caminando de un lado a otro sin parar y con solo el desayuno, después no almorzó y mucho menos había cenado, las sombras de la noche habían empezado a caer.

En ese momento las mujeres entraron a la habitación como una tormenta

—Se te venció el tiempo, debes irte ya de aquí —dijo una de ellas.

—Ya estoy recogiendo… si me dan unos minutos terminaré de empacar.

—¡No queremos esperar! —exclamó la mayor ellas—. Lancen todas sus cosas allí y tú te vienes.

Ella trató de persuadirlas para que la dejaran recoger, pero no la escucharon.

—No me saquen así, por favor, déjenme terminar de arreglar mis cosas… ¡Por Dios! ¡Cómo pueden ser tan insensibles! —dijo la chica llorando.

—Sin dinero, no hay habitación —dijo la otra con firmeza.

Las mujeres la tomaron de las manos con fuerza y comenzaron a arrastrarla hacia la puerta. Ella no pudo resistirse, solo pudo soltar unas lágrimas antes de que la sacaran al pasillo.

Allí la dejaron, en medio de la penumbra, temblando y llorando desconsoladamente mientras veía como sus cosas caían al suelo desordenadamente, le tiraron las ropas, sus fotografías, sus libros favoritos, como si fuera basura, mientras ella solo veía consternada. Todos sus recuerdos estaban siendo maltrechados en una pila en el suelo. A medida que la pila aumentaba, el corazón de Valentina se hacía cada vez más pequeño.

Intentó frenarlas, decir algo, pero su voz se perdió entre la voz de las mujeres, a las cuales ya ni siquiera entendía lo que decían. Y así, a medida que las cosas salían volando de su habitación a la desordenada pila en el pasillo, ella se quedó quieta y comprendió que no podía hacer nada. Era una triste despedida, pero ella sabía que tenía que seguir adelante. Finalmente, le quitaron las llaves y se alejaron sin decir palabra; cerrando la puerta tras su entrada.

No podía creer el cambio drástico que había sido su vida, tenía la impresión de estar en uno de esos novelescos dramas escritos o de televisión, creado por un loco escritor o un guionista para mantener en vilo a sus lectores o espectadores, por un momento deseo estar en una pesadilla y despertarse, incluso se obligó a clavarse las uñas en las palmas de las manos, pero a pesar de eso… seguía allí, con esa escena de terror ¡Pero esa era su vida!

Y allí estaba, sin energía porque toda la había gastado durante el día. Estuvo así un momento interminable, paralizada ante el destino que le había tocado, sin saber dónde ir, qué hacer, si hubiera sido en el día tal vez hubiera podido ir a un albergue, pero a esas horas no había nadie quien pudiera ayudarla,

Tomó su maleta, con esa misma que llegó hacía un par de meses atrás llena de tantos sueños y proyectos, con tanto optimismo, pero ahora no había nada, solo esperanzas y sueños rotos.

Valentina cerró los ojos y tomó una respiración profunda. Luego, con lágrimas en los ojos, comenzó a caminar por el pasillo. Mientras caminaba, notó que el aire se llenaba de una energía extraña. Era como si fuera un abrazo de luz que la acariciaba y le recordaba que aún quedaba una parte de ella que era fuerte y que podía sobrevivir a pesar de las circunstancias.

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