9

Enza pasó por las grandes puertas y descendió las escaleras, ansiosa por reunirse con Hamil y Arik. Pronto comenzó a disminuir el paso, convencida de que la estaban observando. Echó un vistazo a los guardias armados que estaban cerca del gran portón y reprimió un escalofrío. El sol brillaba tan intensamente que sentía que su piel diáfana estaba a punto de derretirse. Convencida de que encontraría ayuda con Arik, rodeó el gran jardín para dirigirse hacia los establos. Cada paso que daba le parecía una prueba tras otra.

— Enza —dijo Arik cuando ella se acercó—. Hay muchos caballos, ¡es genial!

Enza se agachó para estar a la altura de Hamil y le sonrió.

— Me alegra que te guste, cariño.

Intrépido, Hamil la rodeó para correr por el jardín.

— Estás viva —comentó Arik cuando ella se levantó—. Supongo que has seguido mis consejos.

— No del todo —admitió mientras tiraba de sus dedos.

— No hagas movimientos bruscos —advirtió Arik, fingiendo una sonrisa—. Te está observando desde el balcón.

Enz
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