Amor Ardiente: Mi Esposa es Demasiado Dulce
Amor Ardiente: Mi Esposa es Demasiado Dulce
Por: Lance Monteo
Capítulo 1 Las apariencias engañan
En la cafetería.

Clara Rodríguez revolvió el amargo café, que tanto odiaba, con la cabeza gacha. Escuchó pacientemente a Emilia González, quien hablaba sobre su relación con Felipe Ramírez.

—Conozco a Felipe desde hace diez años. Nuestra relación es inquebrantable. Lo amo y él también me ama…

Clara alzó la mirada al cielo y la interrumpió:

—Si su relación es inquebrantable, ¿por qué no te ha pedido matrimonio?

Emilia frunció el ceño, su rostro se puso rojo. ¡Una sola pregunta de Clara la dejó muda!

Siempre había soñado con casarse con Felipe, pero él solo la veía como...

Sin palabras, Emilia sacó un cheque y lo golpeó contra la mesa, frente a Clara.

—Aquí tienes 500 mil dólares. ¡Tómalos y regresa al campo! ¡No eres digna de Felipe!

—Incluso si te casas con él, no serás feliz. ¡Soy la única que merece ser su esposa!

Clara se reclinó en su silla; parecía emocionada.

—¡Qué coincidencia! Tú quieres casarte con él, pero yo no. Si puedes encontrar una forma de evitar que Felipe se case conmigo, ¡te daré 10 millones de dólares!

—¿Qué?

Emilia se quedó sorprendida y, un momento después, comenzó a gritar:

—¿A quién intentas engatusar, Clara? ¿Estás diciendo que te obligaron a comprometerte con Felipe? ¡Mírate bien! Si no hubieras insistido en casarte con Felipe, ¡él no se habría comprometido contigo! Además, ¿sabes siquiera cuántos ceros hay en 10 millones? ¿Cómo puede una campesina como tú conseguir 10 millones de dólares? Te lo digo yo...

Emilia dejó de hablar bruscamente.

Despreocupadamente, Clara había sacado una carta y la había colocado sobre la mesa. Era una tarjeta negra brillante con ribetes dorados. El apellido «Ramírez» resaltaba en ella.

Era evidente que la tarjeta pertenecía a Felipe.

Emilia estaba furiosa. Clara ni siquiera se había casado con Felipe, pero ya se había hecho con su tarjeta.

Los ojos de Emilia se pusieron rojos de celos, se levantó y gritó:

—¡Puta! ¿Cómo te atreves a robarle la tarjeta a Felipe?

Clara se enfadó.

—Deberías hablar con calma en vez de lanzar insultos. Te lo pregunto por última vez, ¿puedes impedir que Felipe se case conmigo?

Emilia estaba furiosa. No estaría hablando con Clara, si pudiera evitarlo.

A Emilia no le pareció que Clara estuviera haciendo una pregunta; por el contrario, parecía que se estaba burlando de ella.

—¿Y qué si te insulto? —gritó Emilia—. Sedujiste descaradamente a Felipe, ¿y no se me permite insultarte? Eso es exactamente lo que haré, zorra.

En el café resonaron fuertes bofetadas.

Clara no se contuvo y abofeteó repetidamente a Emilia.

Emilia ni siquiera tuvo la oportunidad de defenderse. Su cara se hinchó al instante. Su boca estaba tan lastimada que, incluso, le resultaba doloroso abrirla.

Incapaz de lanzar más insultos, se sentó en el suelo y comenzó a sollozar. Ni siquiera podía abrir la boca para llorar. En verdad, le dolía demasiado.

Clara detuvo su ataque, por fin, y dijo:

—Te dije que no me insultaras, pero no me hiciste caso. Llevas días rondándome y no podría importarme menos. De verdad creía que podrías impedir que Felipe se casara conmigo, pero eres igual que él. ¡Inútil! ¡Te digo que el Felipe que tanto quieres ni siquiera vale una mierda para mí! Sería estupendo que pudieras impedir que se case conmigo. Si no, déjame en paz. Deja de molestarme.

Clara tomó la tarjeta negra que había sobre la mesa y se la guardó en el bolsillo, antes de marcharse.

El resto de las personas del café se quedó atónita al verla. Nadie esperaba que una chica tranquila, que incluso parecía demasiado joven, golpeara a alguien de esa manera.

De veras, ¡las apariencias engañan!

Clara, quien ya se había retirado del café en ese momento, hizo un mohín de descontento.

Realmente había pensado que Emilia podría evitar que Felipe se casara con ella. Si hubiera sabido que Emilia no era capaz, no habría perdido su tiempo yendo hasta allí.

De repente, se oyó un estruendo ensordecedor desde el interior del café. Justo después de eso, una densa nube de humo se alzó desde el edificio.
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