86. PRIMERA CITA
Abrir los ojos y encontrar a aquel gran lobo negro en el suelo de mi habitación fue impactante. ¿Cómo entró? Su respiración pausada y su postura relajada le dan un aire casi apacible, como si ese fuera su lugar por derecho. Por un instante, olvido que es un animal salvaje.
Su pelaje oscuro y espeso parece absurdamente cómodo, y una idea descabellada se instala en mi mente: quiero hundir mis dedos en él, sentir su calor, recostar la cabeza sobre su lomo como si fuera la almohada más segura del mundo. Pero debo ser más realista, tengo que trabajar, pero no me atrevo a pasar por su lado y que no sea tan amigable como me gustaría que fuera.
El amanecer tiñe con su luz cálida la habitación cuando el lobo comienza a moverse.
— ¿Qué haces aquí, lobito? —digo con voz suave tratando de no alterarlo y parece que funciona, pues me mira y no me siento amenazada.
Un impulso extraño, casi irracional, me domina, y antes de poder detenerme, mi mano se extiende hacia él.
—No me muerdas, por favor... —